INTRODUCCIÓN

Las ideas de Carlos Marx y Federico Engels penetraron con intensidad entre la clase obrera mexicana a principios de los años treintas del siglo XX, aunque, desde luego, en el siglo precedente ya había grupos políticos que se inspiraban en ellos. La primera interrogante que surge es: ¿A que se debió que mientras en Europa ya existía un poderoso movimiento obrero socialista y se habían constituido las primeras internacionales, en nuestro país ese fenómeno no se daba? Al respecto existe un planteamiento difundido entre los estudiosos del tema que, de una manera simplista, se lamentan de esta insuficiencia como si fuese un pecado capital que mancharía y deformaría todo el proceso de la historia subsecuente.
 

            No todos los países del mundo se encuentran en el mismo grado de desarrollo porque existe un nivel diferente en la evolución de sus fuerzas productivas. Ni siquiera en Europa había una homogeneidad al respecto pues había países muy atrasados y otros más adelantados, en el marco del desarrollo capitalista, pues no era lo mismo Gran Bretaña que Portugal, Alemania que España. Pero de todas maneras en la región en donde se había producido la revolución industrial y las fuerzas productivas, tenían por ello un gran grado de progreso superior y más avanzado que en otras regiones. Pero la revolución industrial, que fue la aplicación de los progresos de la ciencia y de la técnica a los procesos productivos, trajo también como consecuencia la aparición de grandes sectores de obreros, una diferenciación más clara de las clases sociales y por ende una exacerbación de sus contradicciones y luchas.

            Mientras en el Continente Europeo, principal escenario de  las luchas de Marx y fundamental objeto de su conocimiento y teoría, se desarrollaba el régimen capitalista y a principios de este siglo ya existía una concentración acelerada que condujo, por pugnas interimperialistas, a la guerra de 1914-1918, en México el grado de desarrollo tenía con diferente ritmo histórico. El marxismo surgió y se desarrolló en las naciones en donde el fenómeno del capitalismo tenía más rotundas y claras manifestaciones. Tenía que ser en Inglaterra –el país más avanzado- en donde Marx elaboraría sus formulaciones generales. Esto no quiere decir, como algunos afirman, que el marxismo sea un europeocentrismo sino que, a partir de la experiencia concreta histórica de este régimen social, Marx tuvo una visión de conjunto de ese modo de producción que, como lo dice en el Manifiesto Comunista, tendía a extenderse y a dominar en todas las regiones del mundo.

            A principios de este siglo la estructura económica y social de México descansaba en el latifundismo. El uno por ciento de la población era propietaria del 95% de las tierras de la República. Por consecuencia, la absoluta mayoría de sus habitantes eran peones, aparceros, medieros, a los cuales les habían despojado sus propiedades  los hacendados nacionales y extranjeros. De los 10 millones, 800 mil hombres y mujeres, mayores de 10 años, sólo sabían leer y escribir 279 mil 650, mientras grandes grupos indígenas se mantenían hablando sus lenguas tradicionales. En rigor, no existía la clase obrera como un sector numeroso y organizado, que tuviera conciencia de sus deberes históricos.

            México era un país fundamentalmente agrario y minero; pero también existían enclaves industriales capitalistas muy desarrollados en los ferrocarriles, en la industria textil, la más importante, y en los establecimientos comerciales de las grandes ciudades. En ella había importantes sectores de la clase obrera, como una tradición proletaria pues eran o habían sido artesanos o habían trabajado en los obrajes. Estos sectores eran los más adelantados desde el punto de vista ideológico pues habían recibido la influencia de las ideas liberales, las cuales después revolucionarían  hacía el magonismo-anarquismo. Tenían, además, un grado mayor de escolaridad. Había también una numerosa clase media, de la cual emergieron muchos luchadores políticos y sociales de ideas avanzadas.

            Mientras en Europa el movimiento proletario se organizaba sobre todo en torno a la Asociación Internacional Obrera, creada y dirigida por Marx, en nuestro país los intelectuales más brillantes de la época estaban todavía inspirados en las tesis del liberalismo económico y del individualismo político empeñados en destruir la estructura latifundista y el sistema político dictatorial que se sustentaba en aquella. Aunque el proletariado europeo todavía no contaba con partidos políticos revolucionarios, las luchas en la Internacional contra el capital contribuyeron a forjarlo otorgándoles una gran experiencia de clase.

            A contrapelo, de la gran influencia que ejercía el marxismo, también comenzaron a surgir los partidos reformistas o socialdemócratas que plantean una lucha básicamente económica y social y se inclinan por una lucha que preconizaba el cambio gradual y pacífico del capitalismo y por la participación en los parlamentos burgueses, confundiéndose con los partidos de la clase patronal. Al lado de una concepción revolucionaria de la vida y de la sociedad, de los objetivos y de táctica de lucha, aparecieron grupos y partidos que solo se proponían eliminar algunos de los aspectos más brutales del capitalismo, pero que no pugnaban por un cambio radical en la sociedad, mediante la abolición del sistema de la propiedad privada y la instauración de un gobierno proletario. Marxismo revolucionario y reformismo socialdemócrata crecerán en forma paralela en una pugna permanente. Esta situación se refleja en el resto d eles países del mundo y México no podía ser la excepción.

            Los anarquistas fueron derrotados desde el punto de vista ideológico en el marco de la Internacional y la mayoría de los destacamentos obreros continuaron bajo la orientación marxista. Esto les permitió formar toda una generación de dirigentes políticos y de intelectuales que, a su vez, impulsaron la conciencia sindical para pasar a una más clara conciencia política, de clase explotada. Pero el propio progreso del capitalismo, ya entrado en su fase de concentración monopólico significó el estímulo más importante para su desenvolvimiento.

            En la medida en que se desarrollaron más las relaciones capitalistas, las cuales en México se manifestaron  sobre todo en las ramas minera, ferrocarrilera y  textil, ante el número de trabajadores industriales, apareció la conciencia sindical, casi como si fuera un instinto de conservación, en su primera etapa. Los rasgos primitivos son evidentes. Las sociedades mutualistas se transforman en sociedades de resistencia y estas en sindicatos, más que por motivación de orden ideológico, por razones diríamos naturales, buscando siempre formas asociativas más eficientes para  repeler las acciones y la política de los capitalistas. Este sistema estaba engendrando su contraparte en el contexto de la lucha de clases.

            Además, la experiencia de la comuna de París, en 1871, demostró, entre otras muchas cosas, que la revolución socialista debe prepararse, planificarse y ante todo debe contarse con un poderoso partido político, capaz de emprender esas transformaciones y de prever todas las consecuencias futuras.

            Esta experiencia histórica, que ya se había proyectado en los países europeos, mediante la creación de partidos revolucionarios, con una estructura y una dirección muy centralizada, en México ocurrió de manera tardía, sobre todo por la notable influencia de los anarquistas que desdeñaban la formación de partidos políticos y en general, desconfiaban y rechazaba toda acción política ya que habían llegado a la conclusión de que todo político era corrupto por excelencia y que toda forma de estado amenazaba la libertad. Por eso no se puede afirmar que el Partido Liberal haya sido un auténtico partido sino más bien una asociación de clubes. No podían los hermanos Flores Magón crear un partido a la manera de los partidos europeos, entre otras razones, porque desconfiaban de la acción política organizada pensando siempre que la evolución vendría de una serie de rebeliones espontáneas de grupos y de personas.

            La Internacional le imprimió a la organización sindical un fuerte impulso no sólo para luchar por las legítimas reivindicaciones de cales sino para ser centros de formación política para los obreros. En ella se reflejó la lucha de las corrientes socialistas de la época y por lo tanto el debate y la confrontación eran prácticas cotidianas. Pero lo más importante era que el movimiento obrero tenía a su servicio a un intelectual revolucionario de la estatura de Marx que diera la batalla contra todas las tendencias políticas opuestas, sobre todo contra los anarquistas hasta vencerlos, aunque con ello se provocara la disolución de la Internacional.

            Aunque Pablo Zierold formó un pequeño partido de orientación socialdemócrata, este no pudo desarrollarse ni influir entre los trabajadores y por ello no conocieron en aquellos años los textos de Kautsky,           y otros autores alemanes de tendencia reformista. Esta corriente estuvo prácticamente ausente. En una primera etapa se dio entre los liberales progresistas como Camilo Arriaga, como los anarco-magonistas como Librado Rivera; entre comunistas libertarios como José C. Valadez y comunistas de la Tercera Internacional, como José Allen. El debate entre ellos se dio sobre todo en las áreas sindical y política, sin la riqueza temática que se dio en Europa entre marxistas y anarquistas. No tuvimos en aquella época intelectuales revolucionarios de alto relieve sino fundamentalmente había militares políticos y sindicales que le concedían a la práctica cotidiana la mayor importancia, sin tener que realizar grandes formulaciones teóricas.

I

Las ideas socialistas en México se comenzaron a difundir con una gran intensidad a mediados del siglo XIX pero fue en el siglo XX en que encontraron su plasmación en una serie de instituciones políticas, sociales y culturales. Mientras en Europa, el movimiento obrero tenía un gran desarrollo, el anarquismo y el comunismo se extendían entre amplios sectores de trabajadores, se daban grandes combates de clase contra la burguesía, el imperialismo y el militarismo, habían surgido poderosos partidos socialistas y laboristas, había un florecimiento en la propagación de la cultura proletaria y se editaban muchos periódicos y revistas de clara orientación revolucionaria, en nuestro país y  en general en la mayoría de los países de América Latina, existía una situación social y política distinta, quizá con la única excepción de la Argentina, a donde llegaron miles de migrantes europeos, sobre todo italianos e ingleses, que habían estado vinculados a las grandes organizaciones obreras y políticas del viejo continente.

El carácter agrario de México es el factor más importante que determina el desarrollo de esas ideas. No había una clara diferenciación de las clases sociales, en la medida en que la clase obrera se concentraban tan solo en algunas regiones o zonas, como las de Orizaba-Puebla, en la ciudad de México, en donde se asentaba sobre todo el capital extranjero, que había adoptado modernas tecnologías, en la rama industrial más importante, la textil. Aparecieron en esas zonas fuertes organizaciones sindicales, con una elevada conciencia de combate por sus intereses inmediatos y una gran disciplina y cohesión, que pronto plantearon reivindicaciones  ante los patrones. En el ramo de los ferrocarriles también registramos varias asociaciones gremiales muy solidificadas, relacionadas, además, con las hermandades norteamericanas, las cuales les transmitieron muchos conceptos anarquistas y formas organizativas más eficientes. Había desde luego muchos núcleos artesanales que estaban dejando de serlo para transformarse en auténticos sindicatos de oficio, pero ya con una más clara conciencia de clase, derivada de la propagación de las ideas revolucionarias.

En nuestro país, estábamos en la etapa de creación de los sindicatos de fábrica  o de empresa, los cuales demandaban algunas exigencias elementales: respeto a la libre sindicalización y al derecho de huelga a efecto de que ya no se considerara un delito, tipificado en el Código de Comercio de aquella época, mejores salarios, condiciones higiénicas en las centros en  los talleres y las minas, pagos por concepto de accidentes laborales, disminución de la jornada de trabajo, entre otras. Los paros que estallaron en aquella época revelan la prioridad absoluta que existía en materia de reivindicaciones de carácter económico, pasando a plano secundario las formulaciones de carácter político, lo que reflejaba la inexistencia de organizaciones sindicales de alcance nacional y la escasa preparación ideológica de sus dirigentes.

A diferencia de la Argentina, por ejemplo, en donde proliferaron las traducciones de las obras de Marx, Engels, Lenin, de los pensadores y políticos de la socialdemocracia alemana, las casas editoriales, la publicación de periódicos y revistas de orientación proletaria, la organización de centros culturales y por ende la formación de toda una generación de revolucionarios anarquistas, comunistas y socialistas, en México las condiciones de expansión de esas ideas fueron más precarias, debido a la pobreza y al atraso de la mayoría de la población trabajadora. No tuvimos teóricos y políticos  de la talla de Juan B. Justo, ni periódicos de la importancia de La Protesta, ni personalidades de relieve como los hermanos Ghioldi, por ejemplo .La migración que llegó a nuestro país venía de la España dominada desde el punto de vista político por los anarquistas, que interpusieron toda clase de obstáculos para impedir que pudieran publicarse y circular los textos de Marx y Engels, sus principales antagonistas en el seno del movimiento obrero internacional.

Mientras en el viejo continente ocurría una acelerada formación de capitales, como resultado de la superexplotación de la mano de obra, que se fundamentaba en el empleo de los avances científicos y tecnológicos, derivados de la denominada revolución industrial y en consecuencia existía una amplia y vigorosa clase obrera, con una gran conciencia de sus deberes y reivindicaciones, en México existía una estructura económica y social  que tenía como sustento el latifundismo. El 80% de la población se dedicaba a las actividades agrícolas, había una incipiente clase obrera que se agrupaba en algunas ciudades o regiones y en pocas ramas de la economía nacional y de los 10 millones de habitantes que existían en aquella época apenas sabían leer y escribir 270 mil. El conocimiento científico y político se manifestaba a través de un breve grupo de intelectuales, lo mismo influidos por el positivismo que por el liberalismo político.

En estas condiciones surgieron y se fortalecieron las organizaciones mutualistas, las cuales asumían una conducta de autodefensa frente al capitalismo dependiente impulsado por la dictadura de Porfirio Díaz. Estas asociaciones, algunas de ellas patrocinadas por la iglesia católica, que difundía las tesis de le encíclica Rerum Novarum, como una forma de contener el avance de los socialistas y de los anarquistas, se basaron en el solidarismo. Es decir, los trabajadores se reagrupaban para ayudarse entre sí, para fundar Cajas de Ahorro, en las cuales se depositaban cuotas para pagar con ellas a los trabajadores que se enfermaban, incapacitaban o morían. Preconizaban la armonía con los patrones, percibiendo el fenómeno de la explotación del trabajado asalariado  como una cuestión de carácter moral o personal, es decir, que los trabajadores eran pobres porque no tenía los hábitos del ahorro y del esfuerzo que poseían los patrones y porque el orden natural de algún modo justificaba la existencia inevitable de  fuertes y débiles.

No cabe duda que si bien el positivismo coadyuvó a la lucha contra la nefasta influencia del clero, al apoyarse en el pensamiento racional y en los avances de la ciencia, por otro lado, en el aspecto social, tuvo un resultado opuesto: ayudó a legitimar desde el punto de vista filosófico y político la dictadura reinante, al considerarla como un orden social natural muy evolucionado, respecto de las etapas históricas precedentes e inoculó entre los trabajadores las ideas de la pasividad y resignación pues se consideraba que por medio de un mecanismo oculto y perfecto la riqueza podría repartirse  mejor, pero que primero había que crearla abriendo la economía nacional a los capitalistas extranjeros. Los trabajadores solo tenía como tarea la de esperar pacientemente a que esos efectos redistributivos se dieran, sin provocar ninguna presión al gobierno y sin alterar la estabilidad política.

Los dirigentes de las asociaciones mutualistas no conocían, desde luego, el comportamiento de las leyes fundamentales de la sociedad capitalista, los mecanismos mediante los cuales los empresarios se apoderan del fruto del trabajo asalariado y por lo tanto se encomendaban a un santo patrono para que les ayudara en sus aflicciones y en la satisfacción de sus necesidades más ingentes. No desean participar en actividades políticas, aunque algunas de ellas apoyaban en forma recurrente a Porfirio Díaz, en sus sucesivas reelecciones y estaban estrechamente vinculados con algunos funcionarios de su administración, como el gobernador del Distrito Federal. Los funcionarios públicos las respaldaban para que fueron un dique de contención contra la propagación de las ideas anarquistas y socialistas y contra los extremistas y revoltosos, calificativos que solían emplearse para identificar  a los elementos más radicales.

Estas asociaciones pronto mostraron sus deficiencias y limitaciones pues en un informe de la época se estableció que la mayoría de ellas estaban en quiebra, es decir, los trabajadores no pagaban sus cuotas de una manera regular pero en cambio sí tenían que realizarse frecuentes erogaciones por concepto de accidentes y defunciones. Las Cajas de Ahorro no prosperaron porque tenía más egresos que ingresos y en general, la política de socorros mutuos no funcionó ante los despidos de cientos de obreros que se suscitaban en las fábricas y talleres, sobre todo del ramo textil, sin duda, por la puesta en marcha de maquinaria moderna, y no pudieron hacer nada ante las condiciones insalubres que imperaban en los centros fabriles, fuentes de toda clase de enfermedades y ante la extenuación física y mental que provocaban las prolongadas jornadas de trabajo entre los asalariados.

Los dirigentes de la iglesia católica, en el trabajo de la pastoral social realizado, efectuaban una importante labor de carácter ideológico, la cual consistía en hacer pensar a los obreros que había un orden natural inconmovible en sus aspectos fundamentales en la raíz y en el funcionamiento de la sociedad capitalista y que a lo más que se podía aspirar era a arrebatarle algunas concesiones económicas a los patrones. En el mejor de los casos, según las posturas más avanzadas dentro del campo clerical, había que luchar, pero con moderación y prudencia, sin pretender destruir  nunca   la propiedad privada, la cual se apreciaba como un derecho natural de los seres humanos, pilar básico, además, de la libertad. Solicitaban a los patrones que tuvieron una actitud más benevolente y humanitaria, auto frenando sus excesos y limitando sus apetitos de ganancia, para que los empleados pudieron percibir, por ejemplo, algunos favores económicos .En consecuencia, sostuvo como tesis esencial la de la no confrontación entre obreros y capitalistas, tratando de conjurar la violencia que estaba implícita en la lucha de clases. Como derivación de ello, se impulsó una actitud de sumisión ante los explotadores, tratando de fomentar más bien el hábito del ahorro, el interés por el trabajo, sin tomar en cuenta a quién o quiénes benefician sus frutos, finalmente,  el rechazo a los vicios, la morigeración de las costumbres y en general una conducta personal por completo apegada a los principios de la moral cristiana.

Las tesis de la Rerum Novarum  proclamaban la conciliación de las clases y la búsqueda de la humanización de los aspectos más virulentos del capitalismo y por ello fueron apoyadas e impulsadas por muchos funcionarios del gobierno dictatorial en gran parte porque se identificaban con el pensamiento gubernamental reinante y desde luego porque no ponían en peligro las inversiones de los capitalistas extranjeros, ni las extensas propiedades de los hacendados. Los porfiristas utilizaron a las agrupaciones mutualistas para cerrarle el paso a los sindicatos de resistencia, que estaban emergiendo en las zonas fabriles y en las áreas urbanas, en los cuales creían ver la presencia de los anarquistas. Lograban obtener de los empresarios pequeñas concesiones, como permitirles dejar de laborar durante las fiestas patrias o los días de las grandes ceremonias religiosas, o después el descanso los domingos y con ello explotaban las condiciones de atraso cultural y de la miseria general en que se desenvolvían los trabajadores, a los cuales se les hacía concluir también que ellos eran corresponsables de la suerte que tuvieran las empresas, por lo que se acordó posteriormente   repartirles una pequeña cantidad por concepto de utilidades.

Se alentó la tesis de que al no existir en México capitales suficientes para explotar sus recursos naturales, era necesario sentar las bases más propicias para que alentar la llegada de los capitalistas foráneos, pero pronto los trabajadores de esas ramas económicas se dieron cuenta del trato discriminatorio que sufrían, por ejemplo, con respecto de los trabajadores y empleados extranjeros, en materia salarial y de prestaciones y protestaron por la forma humillante en que eran tratados por los capataces. Este resentimiento primero fue espontáneo, pero después se transformó en una fuerza social más organizada, como sucedió en Cananea y en la región de Río Blanco y Santa Rosa. La resolución sangrienta de estos conflictos tuvo la virtud de echar por tierra la imagen benefactora que las sociedades mutualistas, ya en franca bancarrota, habían tejido en torno a Porfirio Díaz, al inclinarse éste a favor de los empresarios.

Las asociaciones mutualistas registraron un avance importante al constituir cooperativas, ante el sensible fracaso de las Cajas de Ahorro, pero esas empresas sociales tampoco pudieron desarrollarse debido a la carencia de una capitalización adecuada y a la superioridad mostrada por los grandes establecimientos industriales y comerciales. Al destruirse la mayoría de las cooperativas, los agentes impulsores del capitalismo continuaron rompiendo las relaciones arcaicas, patriarcales, reminiscencias feudales, manifestaciones organizativas heredadas de los gremios novo hispanos. En la medida en que se desarrollaron las relaciones de producción y de intercambio, sobre todo merced a la gran afluencia de los capitales norteamericanos, ingleses y españoles, las ideas solidaristas entraron en crisis definitiva y ya no tuvieron poder de exaltación o inspiración entre los obreros y los campesinos, porque frente a ellos progresaba la gran concentración latifundista y el desarrollo industrial y comercial circunscrito a unas cuantas regiones o ciudades.

Las ideas sociales y políticas de la iglesia católica fueron desacreditadas por los hechos, es decir, por la realidad económica del régimen porfirista y por el poder político dictatorial. Por ejemplo, en las haciendas había una capilla para celebrar ceremonias litúrgicas en las que se predicaba la mansedumbre y la promesa de una mejor vida después de la muerte, pero al lado funcionaba la tienda de raya y las casas de los amos y de los capataces que gozaban de toda clase de lujos y comodidades; en las fábricas se instalaban figuras religiosas, pero muchos de los propietarios residían en el extranjero hacia donde les remitían sus gerentes las utilidades correspondientes, la jornada de trabajo era de 12 horas y los salarios eran exiguos. Mientras los difusores de la doctrina social sustentaban como virtudes generales las de la moderación y de la benevolencia, los obispos, arzobispos y otros altos clérigos vivían en el boato y en la ostentación, coludidos con los científicos y los hacendados y la iglesia como tal acaparaba grandes extensiones de tierras y muchas propiedades inmuebles en las grandes ciudades, todo ello bajo el amparo de la política tolerante del héroe tuxtepecano.

           ¿Por qué el anarquismo, que había sido derrotado por el marxismo llegó y se extendió en México hasta convertirse en la doctrina política dominante en el seno del movimiento obrero? ¿Por qué un conjunto de tesis que ya habían sido repudiadas por falsas, los sindicalistas alemanes y franceses, se consideraban en México como las más avanzadas desde el punto de vista revolucionario, a tal grado de hacerlas suyas los dirigentes políticos más prestigiados?

            La mayor parte de estos líderes o militantes tenían una importante influencia del liberalismo juarista y por lo tanto eran individualismos exacerbados, encontrando en el magonismo, por compatibilidad ideológica, una gran afinidad. Tanto el anarquismo como el liberalismo partieron de la misma premisa, los derechos del individuo, no los de la colectividad y tenían el mismo objetivo básicos, la plena libertad del individuo tanto en el terreno económico social como político, Unos y otros se oponían a todo poder estatal que limitara el ejercicio de esa libertad, censuraban cualquier tipo de sociedad humana en la que las decisiones políticas fundamentales tuvieran un cierto grado de concentración.

            Después de la derrota de los anarquistas, estos, jefatureados por Bakunin contradiciendo sus propios principios acráticos, formaron una Internacional cuyos activistas se concentraron sobre todo en los estados o naciones europeos más atrasados desde el punto de vista económico, como el de España. En cambio, las ideas de Marx y Engels se consolidaron y arraigaron en las naciones más desarrolladas como Alemania y Francia en donde existía un proletariado industrial pujante y en ascenso. Los acontecimientos de la Comuna de París, en la que tuvieron una participación decisiva los anarquistas que seguían las concepciones de Proudhon, que preconizaban tanto el espontaneísmo, el ruralismo, como el culto a los dirigentes habían conducido al aislamiento  a los revolucionarios, lo que había propiciado su caída y posterior recuperación por parte del poder burgués, bañando en sangre al pueblo de la ciudad de París.

            La Comuna demostró, entre otras cosas, que la conquista del poder político solo podría realizarla un partido fuerte, disciplinado, bien organizado, siendo este una garantía, además, para mantenerse en el poder. Que las acciones no planificadas, la carencia de objetivos económicos y sociales claros, la realización de cambios profundos, no lo pueden realizar los individuos solitarios, sino las masas guiadas y orientadas por un partido. Que los sindicatos, por si solos, no pueden efectuar esas transformaciones pues su esencia es la lucha por reivindicaciones económicas y sociales y que la burguesía que es derrotada en la lucha política siempre se prepara para la revancha por la reconquista del poder perdido, reprimiendo brutalmente al grupo o a la clase que transitoriamente lo derriba del poder estatal.

            Como dice John M. Hart los inmigrantes españoles difundieron en México las ideas que ya estaban en retroceso, tales como Plotino, Rhodakanaty, Amadeo Férrer, Francisco Zalacosta, Juan Francisco Moncalena y otros. Si se observa, en lo general, tanto  a sus pensamientos acerca de la sociedad capitalista como sus proposiciones para transformarla veremos que carecen de una visión científica con respecto a la estructura de esa sociedad. Su mérito fue el haber reconocido la existencia de la lucha de clases y el carácter abominable de la propiedad privada, pero no desentrañaron la esencia de los mecanismos de la explotación humana. Su reacción ante esas manifestaciones del capitalismo estaba cargada de sentimentalismos, de tipo espontáneo, exactamente empleando un lenguaje injurioso y altisonante como el de Bakunin.

            El lenguaje político de la época está impregnado de la oratoria anarquista. Todos estaban en contra de la explotación humana pero pocos análisis se hicieron para estudiar el fondo, los mecanismos de estas relaciones alienantes, como si los anatemas, las condenas violentas, los llamados a la subversión del orden existente fueran suficientes para destruir este modo de producción. Se creía mucho en el papel de las individualidades revolucionarias, en las reacciones airadas de las masas, en su espíritu contestatario intrínseco. Se pensaba que todo esto sería más que suficiente para derribar el poder de los capitalistas. Estaban presenten las tesis de que hasta la extensión  y profundización del descontento popular, debido a la exacerbación de las contradicciones y de la explotación, serían el motor de las transformaciones profundas que la sociedad reclamaba.

            Esta forma elemental primitiva de reaccionar y oponerse al capitalismo se explica, primero, por la carencia de estudios o análisis serios acerca de la estructura económica y social del país  porque no había quienes los elaboraran. Al contrario, los estudios sociales más o menos rigurosos eran rechazados porque pensaban que era un pensamiento académico, propio de Marx, al que rechazaban. Recordemos que Bakunin consideraba que Marx era un hombre de ciencia que como ningún otro había estudiado la economía capitalista, pero que, desafortunadamente, era intolerable con los otros enfoques y posiciones, por lo tanto lo calificaban  de dogmático, incapaz de emprender acciones revolucionarias.

            Además, porque las condiciones de explotación de los obreros y campesinos eran inicuas, que lo primero que surgía era la manifestación desesperada e irritada, sin tomar en cuenta la necesidad de la organización para modificar esa realidad. La idea de la existencia de un partido proletariado, con una ideología única y centralizada en su estructura interna era repudiada, prefiriéndose los clubes, que actuaban muchas veces en condiciones de clandestinidad. El Partido Liberal no fue, como es obvio, un partido de tipo marxista sino una asociación de grupos radicales que actuaban no en torno de una ideología sino más bien en torno de un programa que se proponía la destrucción del régimen porfirista.

            El Partido Liberal fue a principios del siglo el instrumento más acabado y perfeccionado que tenían los trabajadores pero el hecho de que su directiva funcionaran en el exterior, en los Estados Unidos, era un impedimento para crear una verdadera estructura revolucionaria. La dirección del partido al poco tiempo se disgregó en virtud de sus pugnas internas: no había propiamente una actividad regular o sistemática de su aparato y al final se concentran sus decisiones en dos personas –Ricardo y Enrique- pues ya la mayoría d eles magonistas se habían incorporado a la causa maderista. el papel de Antonio P. de Araujo fue el de coordinar algunos clubes de la región norte del país, de ser un enlace entre las juntas de St. Louis y aquellas organizaciones las cuales conservaron una gran independencia lo que sin duda fue una de las causas de sus sangriento fracaso. Rescatamos el gran papel que le concedieron   a la prensa no solo como difusor de las ideologías y de los principios sino también en su papel de poderoso coadyuvante de la organización, la abnegación y el sacrifico político hasta el límite de ofrendar sus vidas y mantener una férrea defensa de los valores que preconizaban.

            Pero quienes abrazaron esas ideas no fueron propiamente obreros industriales –los de incipiente industria moderna manufacturera que por lo demás, estaban en manos de capital extranjero- sino  tipógrafos, sombrereros, sastres, periodistas, profesores de escuelas, muchos de los cuales disfrutaban de una posición individual más cómoda que los del resto de la clase a la que dirigían sus ardientes proclamas.

                       Así como en Europa los bakunistas procedían de éstos estrados medios de la sociedad o de plano del lumpen proletariado, o del medio rural, de ahí su pensamiento bucólico y primitivo, que enfatizaba en las bondades de la agricultura y por lo tanto rechazaban por instinto el impulso a la industria, en México sus repetidores surgían de esos mismos sectores, aunque guardando las debidas proporciones entre los diferentes regímenes socioeconómicos.

            Pero las ideas anarco-magonistas, influyeron también entre los obreros d eles enclaves industriales y llanamente entre los que laboraban en la minería, en los ferrocarriles y en las fábricas textiles  y que constituían el sector moderno del proletariado. Más que por motivación ideológica precisa, muchos de esos obreros reaccionarían ante la excesivas jornadas laborales, los exiguos salarios, los malos tratos de los capataces, la inexistencia de derechos políticos y sociales, la imposición de reglamentos que denigraban la dignidad humana. Por lo demás había una mezcla de ideas mutualistas, liberales, antirreligiosas, sindicalistas, socialistas, anarquistas.

            El otro aspecto era el utopismo. Ellos proponían soluciones idílicas a los males de la sociedad capitalista: repúblicas agrarias, comunas, sistemas cooperativos en donde el rasgo esencial era la no existencia del poder estatal. Estaban  en contra de toda forma o mecanismo de coacción, aún en el caso de un gobierno obrero, lo que era infantil si tomamos en cuenta la experiencia de la Comuna de París que, desde luego, no asimilaron. Pensaban, asumiendo una actitud idealista, que la sociedad se movía por medio de eslabones, tan secretos como perfectos que operarían por un arte milagroso una vez aboliendo esa propiedad privada.

                       José Revueltas afirmaba que el “anarcosindicalismo en México representó el germen de la independencia política del proletariado, en contra del reformismo representado por la Casa del Obrero Mundial y después por la CROM. Realmente era justa la posición de los anarcosindicalistas, porque una cosa es la politiquería electoral y  otra cosa era la politización de la clase obrera. Viendo la podredumbre del sistema político mexicano, los anarcosindicalistas preconizaban la abstención de la clase obrera”.

            Debemos precisar que los anarquistas no hacían ninguna distinción entre política y politiquería, entre políticos proletarios y políticos burgueses, sino simple y llanamente se oponían a toda forma de acción política, teniendo desde luego, una definición muy estrecha de este concepto pues ignoraban que al impugnar teóricamente el orden social capitalista estaban desarrollando una elevada función política. Para ellos, la principal y casi única actividad que debía desempeñarse, era la actividad económica y social, es decir, los sindicalistas, acompañando siempre de la difusión de la educación y la cultura.

            Esta no es la posición exacta de los anarcosindicalistas. Ellos se oponían a todo tipo de acción política, incluyendo la de carácter electoral. Por razones de principio consideraban que la actividad política sólo corrompía a la clase obrera porque, de una manera inevitable y fatal, caían en las trampas de la burguesía y lo que era peor en la organización de una cierta estructura estatal que, aunque predominara en ella el proletariado, eran tan oprobiosas como la de la burguesía. Así no se conquistaba la independencia política sino se reducía a los trabajadores a la lucha meramente económica que, en el Manifiesto Comunista de 1848, ya se había combatido por Marx demostrando sus limitaciones.

            Esta crítica  a la política en general y a las políticas fue un factor –desde luego, no el único- que impidió que aparecieran a principios del siglo XX partidos proletarios. Las ideas anarquistas o anarco-magonistas eran las predominantes y al producirse finalmente la disolución del Partido Liberal y triunfar la revolución política acaudillada por Madero, solo quedaron pequeños grupos, personalidades dedicadas al campo de la difusión y de la cultura como Antonio J. Bernal. Algunos ex militantes de ese partido, se habían incorporado a la causa política triunfante, como Antonio Villarreal y Librado Rivera y el movimiento societario entraba en una encrucijada pues tenía que definirse y ubicarse entre un proceso revolucionario que en parte había originado pero que no había dirigido. ¿Habría que quedarse al margen de él aduciendo que era un movimiento burgués, liderado por el grupo de agricultores modernos, como Madero o se necesitaba participar en él, dentro de él, enfatizando en la defensa de los intereses de los obreros y campesinos? He aquí el dilema al que se enfrentaron.

II

La revolución mexicana fue iniciada propiamente en el año de 1904 por un liberal que después transitó hacia las posiciones anarquistas bakuninistas y comunistas, Ricardo Flores Magón pero aquel  proceso social no fue dirigido por el, ni por los líderes de la Junta de Sto. Louis debido a que el Partido Liberal tuvo serios fracasos militares en los años de 1906 y 1908 al ser aplastados los brotes de rebelión, a la muerte y encarcelamiento de muchos de sus jefes y dirigentes, a las terribles disensiones internas que provocaron una mala solución de la política de alianzas y a la falta de formulación de un plan estratégico de mediano plazo. Se presentó la sublevación maderista y los liberales transformados en ese momento en anarco-comunistas ya no tuvieron capacidad organizativa y política para ponerse al frente de la eclosión de las masas, las cuales finalmente fueron encabezadas, en lo esencial, por jefes y caudillos que provenían de las filas de la burguesía agrícola y de la pequeña burguesía urbana radicalizada.

Para el año de 1910 la estructura del Partido Liberal, que más bien era un conglomerado de clubes locales, con una dirección fuertemente centralizada en el grupo que jefaturaban los hermanos Flores Magón, estaba prácticamente desmantelada y la directiva de la Junta disuelta, quedando tan solo dos hombres al frente de ella, Ricardo y su compañero inseparable, Librado Rivera. Las decisiones no se tomaban en forma colegiada, como ocurrió en la primera etapa en que participaban en las deliberaciones Villarreal y Sarabia, los agentes secretos de la Pinkerton, y la Furlong habían penetrado hasta la dirección del partido y toda su correspondencia era capturada, teniendo como consecuencia una escasa o nula comunicación con los clubes, que actuaban sin ninguna coherencia huyendo más bien de la represión desatada contra ellos por los cuerpos represivos de los Estados Unidos, que actuaban  en estrecha  combinación con los de la dictadura de Porfirio Díaz

Para liquidar al Partido Liberal se unieron los gobiernos norteamericano y mexicano, mediante una persecución legal y política metódicamente organizada en la que las cancillerías de ambos países y  las procuradurías operaron de una manera planificada. Para el gobierno yanqui, los magonistas eran un factor de inestabilidad en la frontera con México y un foco de influencia nociva para los trabajadores migrantes que laboraban en los campos agrícolas de California y Texas, mientras que para el régimen dictatorial de Díaz eran un elemento de perturbación interna, que estimulaba el descontento popular que existía en toda la nación, con el agravante de que se trataba de un grupo que tenía posiciones irreductibles, es decir, no era posible llegar  a  ningún acuerdo con el. En este fenómeno se reflejó la naturaleza de clase de los dos gobiernos.

La prensa burguesa de la época desató una furiosa ofensiva contra los anarquistas a los que presentaba como criminales en potencia, capaces de realizar atentados contra personalidades públicas, dignatarios eclesiásticos y empresarios, ignorando la justificación de sus demandas económicas y sociales. Incluso se celebró una reunión internacional, convocada por los Estados Unidos, para tomar medidas conjuntas contra esos grupos que atentaban contra la estabilidad política y la propiedad privada. La fraseología oficial de la época consideraba que en México había paz y progreso, como resultado de la afluencia masiva de los capitales extranjeros y de la mano dura con que se dirigía al país. Las principales diferencias políticas, así como las ambiciones de los grupos de poder, se dirimían y resolvían en el seno de la clase en el poder lo que había permitido que el país gozara de un largo período de tranquilidad pública. Los anarquistas eran considerados como revoltosos, término que apareció en todos documentos gubernamentales. Pero hombres inteligentes y destacados, miembros del cuerpo de los científicos, como Francisco Bulnes y Justo Sierra, empleando el método positivista en todos sus análisis, comprendieron que una sublevación profunda se estaba gestando en el seno de la sociedad, la que requería algunos cambios de fondo, que se pretendieron impulsar con la candidatura del general Reyes, de Nuevo León, naturalmente, sin lograrlo, porque se precipitaron los acontecimientos revolucionarios.

Los anarquistas no se conformaban con el derrocamiento del autócrata y con la instauración de un nuevo gobierno, que como el de Madero, tenía un gran respaldo popular sino reclamaban modificaciones económicas y sociales profundas, pero no tuvieron la fuerza política suficiente para imponerlas pues no contaban con instrumentos idóneos. Durante una larga etapa, la Junta de St. Louis estuvo contaminada del espontaneísmo y del voluntarismo, rasgos típicos en el pensamiento y en las acciones de Bakunin, lo que impidió la formulación de una estrategia de mediano y largo plazos. El grupo de Ricardo pensaba que las condiciones sociales en México eran totalmente propicias para el entallamiento inmediato de una revolución, o mejor, dicho, de una insurrección, la cual no necesitaba prepararse sino que bastaba que hubiera algunos jefes decididos y osados  iniciaron las hostilidades, para que todo el pueblo se levantara en armas. Tampoco era imprescindible disponer de muchas rifles, pistolas y granadas, unas cuantas nada más, las necesarias para atacar una aduana, un puesto de la policía, una oficina de valores o de correos. Una vez lanzado este ataque se produciría una adhesión tumultuaria al programa del Partido Liberal y la rebelión cundiría como fuego en el pasto seco de las praderas. Estos cálculos, como sabemos, fueron irreales y los levantamientos de 1906 y de 1908 se circunscribieron a unas cuantas ciudades, con el consiguiente repliegue de los rebeldes y de su aniquilamiento posterior.

Probablemente el hecho de que la Junta del Partido Liberal operara fuera del territorio nacional, en los Estados Unidos sufriendo el permanente acoso de los espías y de los funcionarios judiciales impidió que los dirigentes conocieran en forma directa una serie de informes regionales acerca de la situación concreta del país. Por la correspondencia examinada podemos concluir que había visiones demasiado subjetivas acerca de las realidades nacionales, tanto de parte de los clubes como de los líderes magonistas, que no tenían un método científico para estudiar y valorar lo que estaba pasando en México. Muchas veces se confundían los deseos individuales o de grupo con las circunstancias específicas y propiamente no había una estructura regular, ni una comunicación permanente por lo que el partido fue fácil presa de la infiltración de los agentes policíacos y de los delatores, aunque en este proceso los periódicos Regeneración y Revolución, desempeñaron una importante función organizativa.

El pensamiento político de Ricardo Flores Magón tiene dos etapas muy definidas: la primera en la que está inspirado en las tesis liberales, en que tenía como preocupación central la denuncia de las injusticias de los jueces y magistrados, los excesos y atropellos de los jefes políticos y los gobernadores, los abusos de los sacerdotes y obispos y en la segunda se observa muy claramente la influencia de las ideas de Bakunin, en que demanda cambios económicos y sociales, los cuales están contenidos en el Programa del Partido Liberal de 1906.Esta transformación ideológica ocurre durante su estancia en los Estados Unidos en donde sin duda leyó algunos  textos anarquistas y recibió también los impulsos de militantes de esa tendencia como Emma Goldman, Alejandro Berkman, pero también de varias personalidades socialistas como William C. Owen, John Kenneth Turner y de los abogados Harriman, Clery y Weinberger Entró en contradicción con los socialistas después que fracasaron los intentos de Mother Jones para que entablara en negociaciones con Madero a efecto de establecer con el una posible alianza política. Como sabemos, Ricardo se negó categóricamente a ello y prefirió rumiar su intransigencia  en la prisión de Leavenhort, en donde finalmente murió.

Los socialistas norteamericanos que desde luego admiraban la heroicidad y la honestidad de Ricardo y sus compañeros, los habían respaldado en su lucha contra la dictadura, pero también tenían relaciones con Madero, conocían la fuerza social que había adquirido su movimiento consideraban que era conveniente y deseable una confluencia programática y política entre ambos y realizaron esfuerzos porque se avanzara en esa dirección. Al no lograr ese objetivo dejaron de apoyar  a los magonistas o por lo menos ya no lo hicieron con la persistencia del pasado, situación que se agravó cuando Ricardo condenó la política de Samuel Gompers, lo que equivalía a perder importantes aliados, para acercarse más aún a los grupos anarquistas de las IWW.

La solidaridad de los socialistas y anarquistas norteamericanos fue muy importante para la lucha del Partido Liberal en México. No solo tuvieron apoyo ideológico y político, como las frecuentes denuncias que se hacían en periódicos y revistas,  American Magazine, The Appeal Reason, Dispatch, y otros muchos, sobre los crímenes y excesos de la dictadura sino que en varias ciudades fronterizas  actuaron unidos militantes norteamericanos y mexicanos. Organizaron ligas para la defensa de los perseguidos políticos y recolectaron fondos para pagar los honorarios de los abogados que se encargaban de los juicios de los Flores Magón y ejercieron presiones ante las autoridades judiciales para que tuvieran un tratamiento apegado a derecho .Los magonistas, desde el punto de vista filosófico, estuvieron más cerca de las posiciones doctrinarias de las IWW que de las sostenidas por el Partido Socialista, entrando en una franca contradicción con las posturas de la American Federation of Labor.  Aunque hubo desde luego discrepancias, éstas no se manifestaron con una gran fuerza sino con prudencia de ambas partes.

Para los anarco-comunistas lo fundamental era la destrucción del monopolio de la tierra y su reparto inmediato a los campesinos, a efecto de que la trabajaran comunalmente. Lo mismo debía suceder  con las fábricas y las minas, tesis que no desarrollaron de una manera suficiente. Pero el problema de la organización política que sobrevendría después del derrocamiento de la dictadura se fue posponiendo ya que pensaba que una vez  que  los clubes liberales se hicieran del poder, tiempo en el cual harían algunas reformas económicas y sociales, habría un período de transición en el cual se convocaría a elecciones democráticas y el pueblo decidiría sobre sus futuros gobernantes. No diseñó el tipo de gobierno que prefiguraba para México, aunque sí reconoció la existencia de un cierto poder político con facultades muy acotadas.

La política de la Junta no admitió ninguna factible o deseable política de alianzas con otros sectores o grupos que deseaban la revolución también aunque con objetivos más limitados. Las diferencias que hubo primero con Sarabia y después con Villarreal no se dirimieron en forma democrática sino por medio de la exclusión de aquellos de ese cuerpo directivo y los miembros de base del Partido apenas se enteraron de ellas, naturalmente sin participar en este proceso. El poder decisorio se concentraba básicamente en una sola persona, Ricardo Flores Magón, compartiéndolo en forma muy distante con Rivera, su aliado y subordinado permanente. La Junta virtualmente había dejado de operar, preocupados como estaban sus líderes  por evitar las acciones represivas de los cuerpos policíacos.

Muchos liberales, como Múgica, Jara, Calderón, Dieguez, que después fueron paladines del socialismo reformista se sumaron a las causas de Madero y de Carranza porque eran las que representaban las visiones más amplias para resolver los grandes problemas nacionales y los movimientos más organizados, capaces de desmantelar el viejo orden porfirista. Ellos pensaron que en el interior de esos movimientos era posible y factible influir para que la revolución en marcha no se quedar anclada en los cambios políticos sino que se emprendieran profundas reformas económicas y sociales. Además, el carácter laxo que tenía la estructura del Partido Liberal, la falta de una comunicación frecuente con la Junta y la precipitación de los acontecimientos políticos, hicieron que se desvincularan de esa órgano directivo. Por otro lado, la táctica de penetrar en el movimiento maderista para impulsar desde adentro los principales puntos del Programa del Partido Liberal, no convenció nunca a Ricardo y a Rivera porque ellos antepusieron siempre el carácter clasista que tenía el empresario de Parras y la imposibilidad de llegar a acuerdo con el y con su corriente, aunque de parte de Madero sí se produjeron intentos de acercamiento, los cuales fracasaron ante las exigencias sociales de los magonistas.

Los planteamientos del Programa del Partido Liberal de 1906 fueron llevados a los campos de batalla, a los escenarios de la negociación política y a las instancias legislativas no por quienes habían  sido sus redactores y promotores originarios sino por los socialistas reformistas habiéndose producido una confluencia con el obregonismo. Es así que se incorporaron muchos de ellos a la Constitución de 1917 en la cual Ricardo no encontró ninguna disposición avanzada pero sí una trampa contrarrevolucionaria, no obstante que muchas de sus demandas y exigencias estaban plasmadas en ese texto. A los liberales que le habían  acompañado en la primera etapa de la lucha pero que después secundaron a Madero y que ocuparon cargos públicos de elevado nivel en ese régimen y en los que le sucedieron, se les calificó de traidores y se les dio un trato despectivo. Las diferencias con Sarabia, Soto y Gama, Villarreal fueron irreconciliables, por parte del núcleo central de la Junta.

Durante el régimen de Álvaro Obregón comenzó a satisfacerse una de las exigencias centrales del magonismo, el reparto a los campesinos solicitantes de tierra, de los grandes latifundios, pero mediante el sistema de parcelación ejidal y no por medio de la explotación de métodos comunales, como deseaba Ricardo. Surgieron grandes partidos de clase, como el Laborista y el Nacional Agrarista en los cuales militaban muchas personas que en otras etapas habían sostenido las tesis anarquistas. También se organizó en el año de 1918 la primera gran central sindical nacional, CROM y comenzaron a formarse federaciones estatales sindicales y nacionales, así como se hicieron los primeros esfuerzos para reglamentar los artículos 27 y 123 de la Carta de Querétaro. El recibimiento de los restos de Ricardo en la ciudad de México fue realizado mediante un frente amplio entre anarquistas y reformistas, aunque el grupo de Librado Rivera siguió combatiendo en el estado de Tamaulipas, constituyendo el Grupo de los Hermanos Rojos. Enrique se vinculó a la Federación Local de Trabajadores del puerto de Veracruz, reducto importante de la lucha de los anarquistas españoles de los primeros años de este siglo.

III

El Congreso Liberal de 1901, celebrado en la ciudad de San Luis Potosí, a iniciativa del ingeniero Camilo Arriaga, fue muy ilustrativo respecto de las tendencias ideológicas prevalecientes en aquella época.. En ese encuentro sobresalieron las concepciones liberales, es decir, aquellas que criticaban los excesos del clero en la política, la educación y en la cultura y la necesidad que existía de aplicar las leyes de Reforma. Solo la voz agresiva de Ricardo Flores Magón mostró que esas posturas eran insuficientes y que había  que atacar la espina dorsal de la estructura de dominación, es decir, el gobierno de Porfirio Díaz, con los científicos, los hacendados y los jefes políticos, como sus componentes básicos.  Pero el mismo Flores Magón se comportó como un liberal tradicional, sin exponer preocupaciones de carácter social. Esta posición inicial se reflejó en las páginas de Regeneración, de la primera etapa, en que se publicaban sobre todo denuncias contra los atropellos de los jueces, magistrados y los abusos de los jefes políticos, pero sin formular denuncias globales contra la dictadura.

El gobierno dictatorial lanzó la represión contra los participantes en ese encuentro, preocupado, como estaba, por la proliferación de clubes antirreeleccionistas en varias entidades federativas. Por su parte, algunos liberales como el propio Ricardo y Soto y Gama prefirieron pasar a la lucha social y política directa, uno de ellos creando un partido, el Liberal y el otro sumándose a las guerrillas zapatistas. Demostraban con ello que no era suficiente la lucha contra el clero, o la vigencia de las Leyes de Reforma en su parte conducente, ni la salida de Porfirio Díaz de la presidencia de la República sino que en el fondo del descontento nacional subyacían causas económicas y sociales profundas, a las cuales había que atender. Esos intelectuales y otros más se incorporaron a los movimientos de las masas campesinas y obreras que estaban en marcha.

Muchos autores afirman que las doctrinas anarquistas se conocieron con una gran profusión, sobre todo, desde principios de siglo, pues en las bibliotecas de algunos profesionistas  avanzados se encontraban las obras de Bakunin, Malatesta, Reclus, Kropotkin, Stirner, Faure, así como materiales relativos a la Escuela Moderna, de Ferrer Guardia. En efecto, esos textos eran de curso corriente en México desde aquella época. Después de la derrota de los bakuninistas en la Asociación Internacional de Trabajadores, a manos de la corriente de Carlos Marx, los anarquistas se concentraron sobre todo en España, que era el país más atrasado de Europa, mientras en las naciones más industrializadas, como Inglaterra, Alemania y Francia prevalecieron las concepciones y las corrientes marxistas y socialistas, con sus diferentes matices.

 Los anarquistas habían tenido éxito entre ciertos sectores del proletariado, sobre todo entre la clase obrera más inculta  y entre  los artesanos, porque se trataba de concepciones que eran concordantes con sus posiciones de clase. En efecto, esas teorías se sustentaban en un profundo e incorregible individualismo, en la negación de cualquier forma estable y eficiente de organización política, en el menosprecio a cualquier tipo de gobierno y de autoridad, en la lucha espontánea de las masas contra el poder autoritario, en la realización de  atentados personales contra miembros de la burguesía y del ejército, en un acendrado anticlericalismo y en la construcción de una sociedad  basada en pequeñas unidades económicas. En el contexto de las distintas vertientes que tuvo esa doctrina, que, repetimos había sido políticamente derrotada en Europa, la que se difundió más en México fue la elaborada por Bakunin.

Muchos de los que abrazaron esas concepciones eran abogados  ilustrados de la clase media que no estaban satisfechos con la existencia de los grupos tradicionales del poder, como los reyistas, los limatouristas que se repartían los puestos en el Congreso de la Unión y en las gobernaturas de los estados y que si bien postulaban una serie de cambios, en términos generales, aceptaban las formas de dominación existentes. Ellos pudieron constatar las condiciones de vida y de trabajo en que se encontraban los campesinos en las haciendas y los obreros en las fábricas, los tallares y las minas y tuvieron el mérito de identificarse con sus aspiraciones de mejoramiento económico y social. El acercamiento a estos problemas, en una primera expresión, tiene una fuerte carga de emotividad y de sentimentalismo, de elemental espíritu justiciero, las cuales se fueron transformando en formulaciones políticas más generales y en demandas económicas más objetivas, en la medida en que se abrevaba en las obras de los pensadores anarquistas.

Las tesis acráticas encontraron un campo propicio en nuestro país ante la permanencia de una prolongada y odiosa dictadura, que era el colmo del autoritarismo y de la negación de las libertades políticas más elementales, ante la obsolescencia de las asociaciones mutualistas que habían sido incapaces de organizar el descontento de los obreros y de los artesanos y que con su pasividad habían propiciado la aparición de los sindicatos de resistencia, cuyas tácticas de lucha ya no eran de autodefensa sino ofensivas, de impugnación directa al capitalismo y a los patrones, si bien aún no tenían una concepción global de lo que era ese modo de producción. Anarquistas y liberales coincidieron en una serie de aspectos esenciales: en la exaltación del hombre y de su principal derecho, la libertad, la cual concebían sin limitaciones, como si la misma sociedad no le impusiera  taxativas, en la defensa del yo personal contra el poder absoluto. Por ello, fue muy fácil que confluyeran en la lucha contra el enemigo común, el general Porfirio Díaz. También por estas razones muchos liberales transitaron hacia las posiciones anarquistas, es decir, a sus preocupaciones de orden político agregaron las de carácter social, aquellas relativas a las reivindicaciones más sentidas de los obreros y de los campesinos.

Las obras anarquistas y la propaganda derivada de ellas, así como los cuadros políticos formados en ese movimiento, se difuminaron por diferentes espacios. El estado de Veracruz se convirtió en un foco de irradiación no solo ideológico sino también  cultural y político, debido a la presencia activa que tuvo un numeroso grupo de ácratas españoles, que contribuyeron a formar las primeras organizaciones sindicales clasistas, a conocer el funcionamiento  del capitalismo y de la sociedad burguesa en general y a establecer normas y hábitos de disciplina, como la redacción de informes políticos, la celebración de asambleas, el control estadístico de sus afiliados. Muchos de ellos provenían de la región de Cataluña y traían en sus alforjas las obras fundamentales de los anarquistas europeos, editadas por la casa Hiperión y habían pasado largas temporadas en Cuba realizando también labores de agitación y de adoctrinamiento entre los revolucionarios de la isla. Otra puerta de entrada, diríamos, de esas ideas fue el estado de Yucatán debido a sus cercanía geográfica también con Cuba y con el estado de la Florida lo que explica los esfuerzos tempranos para establecer la escuela racionalista.

Muchos obreros mexicanos de los fondos mineros y de la red de ferrocarriles que se localizaban en los estados de la frontera norte recibieron el influjo de las Industrial Worker Word, conocidos popularmente como los “industriales”, las IWW, que preconizaban el establecimiento de una democracia industrial basada en la formación de grandes sindicatos nacionales y no en los pequeños sindicatos de oficio, se enfrentaban, empleando la acción directa contra los patrones, el gobierno y los cuerpos represivos y censuraban la línea colaboracionista de la American Federation Of  Labor, férreamente dirigida por Samuel Gompers. Las IWW extendieron sus células organizativas al territorio mexicano, sobre todo a las regiones en donde existía la industria petrolera. Por su parte, los trabajadores migrantes mexicanos que en los Estados Unidos, sobre todo en los estados de California y Texas, laboraban sobre todo en los campos agrícolas también se beneficiaron con las proclamas de las asociaciones sindicales norteamericanas, influidas unas por los anarquistas, otras por los socialistas y otras más por los sindicalistas. Esa fuerza ideológica les fue útil para poder defender mejor sus derechos, para acendrar su conciencia de clase y su actitud internacionalista y para formar sus organizaciones sindicales. Lo mismo podemos decir de los trabajadores de las minas que establecieron conexiones con la Federation Of Miners, de la Unión Americana. En las organizaciones obreras del vecino país se formaron secciones de trabajadores por origen nacional y por el idioma empleado y por ello aparecieron secciones castellanas, muchas de los cuales respaldaron las insurrecciones de 1906 y 1908 impulsadas por la Junta del Partido Liberal.

La gran difusión alcanzada por las ideas anarquistas o anarcosindicalistas, para ser más precisos, contribuyó mucho a la aparición de formas asociativas entre los trabajadores urbanos en sindicatos de resistencia, lo que representó un avance de orden cualitativo en la historia del movimiento obrero nacional; se exhibieron las alianzas que había entre el alto clero, con los hacendados, los científicos, los capitalistas extranjeros y los funcionarios públicos, conformando juntos  el poder de dominación; se fortaleció la conciencia de clase, adormecida por las prédicas de las organizaciones mutualistas, por la religión y las supersticiones y por la doctrina social de la iglesia, sobre todo en su vertiente más conservadora; se advirtieron sobre los vicios de la politiquería, pero también se desconfió de la política como tal, es decir, como ciencia que estudia la sociedad y las formas de transformarla y como práctica y se alimentó la lucha de clases con una fuerte carga de antiestatismo y de voluntarismo, acompañada de vagas formulaciones políticas  y de excitaciones a la lucha permanente.

El estallido de la revolución mexicana, como movimiento social trascendente, fue sin duda un factor decisivo que contribuyó a que muchos intelectuales liberales progresistas evolucionaran  hacia posiciones más avanzadas y que ya no se conformaran con el cambio de titular en la presidencia de la República sino que exigieran modificaciones básicas en la estructura material de la sociedad y el mejoramiento sustancial de las condiciones de vida de los obreros y de los campesinos. Repudiaron una solución que surgiera del propio terreno del porfirismo y demandaron un nuevo rumbo en la historia de la nación. Estos liberales se identificaron con el anarquismo en lo que se refiere a la lucha contra el clero, pues consideraban a la iglesia como una retranca para el progreso económica y un factor enajenante en la cultura y en la educación y pugnaron por la abolición de sus privilegios. Veían a esa institución, entre otros aspectos, a una entidad que impedía el desarrollo de la conciencia crítica y por ello muchos se empeñaron en impulsar el proyecto de la Escuela Moderna, que Francisco Ferrer Guardia había  promovido en Barcelona.

La escuela racionalista, en este contexto de emancipación social, buscaba formar a las nuevas generaciones en la crítica a las tradiciones culturales de la sociedad capitalista, a sus prejuicios y dogmas y esperaban que los niños y los jóvenes, en un ámbito de plena libertad, desarrollaran sus potencialidades individuales,  se formaran otra mentalidad, la de la solidaridad fraternal, la del trabajo asociativo y otras actitud ante la vida, ajena al egoísmo y a la búsqueda insaciable de riquezas. Este proyecto, impulsado a principios del siglo por Francisco Moncaleano en la ciudad de México y por José de la Luz Mena, en el estado de Yucatán, encontró la oposición, como era de esperarse, de los funcionarios públicos y del alto clero. La oposición conservadora hacia la Escuela Moderna no solo era una disputa de orden pedagógico sino de carácter social y político pues Ferrer Guardia trató de impulsar la crítica al orden social existente y de formar hombres con pleno uso de la razón, es decir, opuestos al conformismo y a la perpetuación de los intereses creados.

Las ideas anarquistas, ubicadas en los terrenos de la política, la cultura y la educación, tuvieron el mérito de difundir sobre todo entre la clase trabajadora la noción de que la sociedad humana estaba divida en clases sociales, que esa lucha no podía ser conciliable y que solo se superaría por medio de una revolución social que alterara profundamente la estructura material, basada en la gran propiedad territorial. Ellas coincidieron en el carácter enajenante que tenía la propiedad privada de los instrumentos de la producción, pero las propuestas que postulaban para transformarla de raíz eran puramente sindicalistas, es decir, para ellos, los sindicatos eran la más avanzada  expresión organizativa a que podían  acceder los trabajadores, a la formación de centros culturales en los que se impartían  conferencias y se realizaba una importante labor de agitación, a la edición de periódicos y folletos con una fuerte carga de emotividad revolucionaria, desconfiando profundamente de la acción política, de la creación y la lucha de los partidos, de todos ellos, sin excepción y rechazando categóricamente, desde luego, la lucha de carácter electoral.

En los estatutos de los sindicatos de aquella época se establecieron varias restricciones que eran muy ilustrativas: en las asambleas no podían tratarse asuntos de carácter religioso, ni de carácter político, ocupar un puesto público era incompatible con un cargo de dirección y solo podían actuar en las organizaciones los obreros que trabajaran en forma directa en las fábricas y en los talleres para impedir la presencia de los llamados “intelectuales” que solo iban a medrar con el esfuerzo material de la trabajadores. Sin embargo, la misma realidad social, la vida de México hizo vanas esas prohibiciones y desde luego muchos intelectuales se sumaron a la causa de los obreros y de los campesinos.

Si bien la doctrina anarquista consideraba que la acción política era esencialmente corruptora porque la maldad era intrínseca al poder, el estallido de la lucha revolucionaria obligó a la consecuente formación de partidos políticos y de clubes, que eran células de aquellos y la misma realidad social los obligó a ceder en esa postura y a constituir formas de organización que le imprimieran eficacia a sus acciones. También se vieron impelidos a establecer y definir alianzas de carácter político con los  sectores de la burguesía nacional, con los caudillos revolucionarios y  los jefes democráticos que encabezaban al pueblo en la lucha contra la dictadura primero y después contra el orden social injusto prevaleciente. Se dieron cuenta pronto de las grandes limitaciones que tenía la lucha exclusivamente  económica, de los alcances “naturales” que tenían los sindicatos, mucho más cuando no existían  auténticos sindicatos nacionales, ni centrales obreras de la misma dimensión, por lo que modificaron no solamente la táctica sino también la estrategia, entrando en una franca contradicción con las enseñanzas de los pensadores europeos.

           Jacinto Huitrón publicó una síntesis de las discrepancias que había entre los dirigentes de la Casa del Obrero Mundial con los marxistas, a quienes llama “socialistas autoritarios”. Dice: “estos dividen a la sociedad entre la clase explotadora y la clase explotada, mientras aquellos se refieren a una distinción más general, entre opresores y oprimidos. Mientras los marxistas agotan las fuerzas del proletariado en acciones de violencia contra la otra violencia, los anarquistas dicen que el hombre es noble, bondadoso y bueno”.

            “La historia de la sociedad humana ha sido una continua lucha por la libertad. Esta lucha no ha de terminarse sino hasta que la humanidad haya alcanzado su plena emancipación”.

            “Los marxistas hablan de la conquista del poder político por el proletariado y los socialistas libertarios (anarquistas) seguirán luchando porque el principio de autoridad no se imponga en la conciencia del individuo como una nueva modalidad esclavizadora”.

            “Sustituir al gobierno por otro encierra el peligro, para los trabajadores, de una nueva dictadura, mientras la doctrina libertaria admite la diversidad de capacidades en los distintos órdenes de las actividades humanas y del pensamiento. El individuo tiene derecho a seguir desarrollándose en la libertad. La solidaridad en la  base de la doctrina libertaria y si aquella une a la humanidad hará a los individuos más responsables d eles medios de producción y de trabajo”.

            La posición de los anarquistas consistía en no reconocer la existencia de clases sociales, como producto de la sociedad capitalista, sino eran partidarios de una definición abstracta que estaba por encima de esas clases. El principio fundamental y único era el de la libertad política y social y para preservar este derecho esencial propiamente no podía existir ningún orden político que estuviera minimamente organizado pues implica la existencia de aparatos coactivos de diferente naturaleza y grado. Era en cierta forma la idea de Rousseau de volver al estado de naturaleza en donde el individuo está supuestamente libre de todas las ataduras materiales y sociales y que se guiaba solo por el instinto de hacer el bien. Un orden sin jefes, caudillos, gobernantes, sin aparatos administrativos, sin ejército, sin iglesias, sin ningún orden jerárquico. Todo esto era respetado por los obreros que pensaban en un orden social igualitarista  en el cual los frutos del trabajo se repartieran en forma equitativa, sin precisar que autoridad, que instancia pública podría hacer una distribución de esta naturaleza.

                       Rafael Carrillo afirmaba que el autor político favorito de Ricardo Flores Magón era Pero Kropotkin, continuador de Bakunin. A su vez, Gastón Cantú ubica el “materialismo” del dirigente oaxaqueño, como cercano al de Vogt o Buchner y por supuesto, contrario tanto al enfoque marxista como al de los socialistas utópicos. Antonio Díaz Soto y Gama publicaría en El Sindicalista, en 1913 que “la democracia política ha resultado un fracaso, nadie cree en ella, a no ser las multitudes inconscientes, los pueblos que no han llegado a la madurez, las colectividades que se satisfacen aún con abstracciones mentirosas”.

            Sin duda un mérito de estos grupos y de sus explicaciones era el haber mostrado las grandes limitaciones que tenía la democracia política burguesa, la lucha electoral o la mera alteración de grupos políticos en el poder. Por ello desconfiaba y hacía que el pueblo también lo hiciera en la revolución política maderista porque no se proponía ningún cambio económico y social profundo. Aunque muchos obreros y campesinos habían participado al lado de Madero, tanto su origen de clase como sus compromisos con la clase gobernante, le impidieron profundizar en el proceso iniciado en noviembre de 1910.

            En franca oposición a la participación política dijo que los “procedimientos de ese tipo, la utilidad práctica y positiva para la clase trabajadora, sólo es defendida por los ambiciosos y por los falsos caudillos empeñados en mantener el statuo quo de la ignorancia popular”.

            “Los socialistas han considerado el sufragio universal, el voto político concedido al pueblo, como la más grande superchería, la más escandalosa mistificación del siglo XIX”.

            “El método sindicalista rechaza la horrorosa mentira de la libertad política, las añagazas electorales, las promesas de sufragio efectivo, las quimeras de la redención por medio de la política. Por ello acude a la acción directa, a la presión ejercida por el proletariado contra los patrones, sigla peligrosa mediación d eles parlamentos y sin la ayuda interesada de un poder público sugestionable”.

            La revolución social profunda la inició el Partido Liberal, de los hermanos Flores Magón porque en su programa se contenían demandas esenciales de los campesinos y de los obreros pero en virtud de la desintegración de ese partido, la conducción del movimiento armado contra la dictadura de Díaz la retomó el Partido Antirreeleccionista, cuya dirección estaba integrada por elementos de la burguesía agrícola y de la clase media, las cuales, desde luego, le impusieron a esta lucha sus intereses y aspiraciones de clase. El triunfo de Madero permitió la reinstalación de una serie de libertades políticas que la dictadura había conculcado y que ahora podían ejercerse sin la limitación del pasado. Reapareció, por ejemplo, la libertad de prensa, por lo que se editaron muchos periódicos radicales, progresistas y socialistas, los cuales se  caracterizaban por mantener una actitud crítica frente al gobierno y frente a los grandes problemas nacionales. Reaparición del Congreso de la Unión con un verdadero contrapeso con respecto del Ejecutivo. Participación política de anarquistas y socialistas en los asuntos públicos, defendiendo la causa de los trabajadores. Es decir, no obstante haber sido un movimiento puramente político burgués, propició el desarrollo de las ideas avanzadas, socialistas y antiimperialistas. Por eso debemos cuidarnos de las simplificaciones.

            En 1913 Rafael Pérez Taylor publicó su estudio titulado “El Socialismo en México”. Concibe al comunismo como un sistema social por el cual se quiere establecer la comunidad de bienes y la abolición del derecho de propiedad. Pero a su juicio el error fundamental de Kart Marx consiste en que para él, el único elemento de valor es el trabajo, pero también lo es la utilidad o la rareza de las cosas, concluye en forma por demás, simplista.

            Propone que el socialismo que se instaure en México sea el de la igualdad dentro del ambiente de las facultades de cada uno y buscar sobre todo la organización del trabajo. Haciendo a un lado los diferentes intereses que defiende cada uno de ellos  concluye que el socialismo en México consiste en que el patrón se interese por el obrero y el obrero por el patrón.

                       En el seno del movimiento revolucionario se desconocen las principales tesis de Marx de quien se había oído en forma indirecta o por breves traducciones francesas que llegaron a México a principios del siglo. Quizá para justificar su propia conducta política pues se había incorporado al gobierno maderista Pérez Taylor encuentra que hay intereses compatibles entre los obreros y los patrones, en tanto el marxismo afirmaba que no había esa convergencia sino un antagonismo permanente. El hecho de plantear que había  campos de interés comunes entre el capital y el trabajo, tesis muy difundida entre algunos socialistas que ahora eran funcionarios públicos o que se habían integrado a los ejércitos revolucionarios, dio paso a otro planteamiento de fondo y a una táctica distinta, dedicarse a buscar este conjunto de intereses conjuntos y suavizar o atemperar la lucha de clases.

            Otro dirigente revolucionario, Salvador Alvarado, era partidario de la educación racionalista, atea, antirreligiosa, siguiendo en esto a Francisco Ferrer Guardia.  En el plano ideológico se mostró  influido por Saint-Simon, Fourier, Owen y por lo tanto precisa los aspectos medulares de la explotación humana en el capitalismo.

            Para él las causas de esta enajenación a que se somete a los obreros, está en la falta absoluta de un sistema tributario equitativo, la carencia de un sistema completo de comunicaciones, la impreparación de las masas y el carácter defectuoso de las instituciones políticas. No olvida la existencia de la propiedad privada de las fábricas, tierras, talleres, bancos, de tal manera que incluye a los obreros y a los trabajadores de las minas y ferrocarriles no en la clase baja sino en la clase media.          

            Rosendo Salazar, con su acostumbrado lenguaje declamatorio reconoce con franqueza y claridad que la “Casa (del Obrero Mundial) no fue marxista y por lo tanto, ni socialista; la dictadura como la que impera en Rusia, justo es decirlo, no se tuvo nunca en mente en México por los obreros ni por nadie”. Al referirse a sus fundadores y dirigentes los describe así: “Luis Méndez, era un socialista de estado, quizá un marxista, pero amigo de los anarquistas, admirador de Saint-Just, Mirabeu, Danton y Robespierre. Antonio Díaz Soto y Gama, era anarcosindicalista, pero de inspiración Totstoiana y Pérez Taylor era socialista, acaso marxista”.

            La Casa del Obrero Mundial era una institución muy diversa y rica pues en ella militaban desde lo liberal progresista como Isidro Fabela, hasta los socialistas y anarquistas de todos los matices. Fue sobre todo un importante centro de agitación política, de organización clasista y de difusión de la cultura proletaria, de ahí el gran aporte histórico que hizo a la causa d eles trabajadores. Se caracteriza por la gran libertad que había Ens. Seno para exponer y defender todas las vertientes del socialismo, libertario y marxista y por la flexibilidad para buscar y encontrar a los dos en el campo de la burguesía liberal. La Casa del Obrero mundial era libre hacia su interior y hacia el exterior. Reflejaba los matices del pensamiento socialista que venían desde el siglo XIX y preconizó su coexistencia pero también se distinguió por la disciplina para hacer cumplir los acuerdos que tomaba la mayoría, pero sin excluir a los disidentes.

IV

Las obras de Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir Ilich Lenin, en su mayor parte, eran desconocidas en México a principios de este siglo no solo en el seno del movimiento obrero sino también en las instituciones académicas. Los grupos anarquistas dominantes, desde luego, no tenían ningún interés en publicarlas y difundirlas y menos aún, en estudiarlas para contrastarlas con las de sus padres ideológicos. Esta actitud negativa era parte de la lucha internacional que estaba en curso: para los anarquistas, Marx representaba la personificación del llamado socialismo autoritario y Lenin, si bien había dirigido una revolución triunfante, ésta había culminado en una dictadura, en la que se perseguía precisamente a los anarquistas, situación que aprovecharon los ácratas de todo el mundo para lanzar una ofensiva política contra el naciente poder soviético. Como dice Gastón García Cantú, el Manifiesto Comunista se publicó por la primera vez en el año de 1884, en El Socialista, cuando en Europa este texto clásico ya se había difundido intensamente y formaba parte de las bibliotecas de muchos centros obreros, escuelas superiores y del acervo cultural de millones de trabajadores. En México, Francisco Bulnes, uno de los pensadores más lúcidos del porfirismo, había  traído del viejo continente  una versión francesa de El Capital, y seguramente también otros textos marxistas pues hacía frecuentes alusión a ellos en sus discursos y polémicos artículos periodísticos. Debemos recordar que ese idioma  se consideraba una lengua  obligatoria en las escuelas superiores, como resultado de la reforma educativa positivista.

Estas asimetrías reflejan la ley del desarrollo desigual de los pueblos pues mientras en Europa se desarrollaba intensamente el régimen capitalista y como resultado del mismo fenómeno había ya grandes centrales obreras y poderosos partidos de clase, órganos de prensa muy influyentes y un nivel de vida y cultural muy elevado de los trabajadores, en México no existían esos elementos. La primera gran central sindical surgió hasta el año de 1919 en el Congreso Obrero de Saltillo y el primer gran partido de clase, el Partido Laborista  se fundó en el año de 1921, durante la convención de Zacatecas en donde se decidió la postulación de la candidatura presidencial de Álvaro Obregón, pero ese partido no fue un partido marxista y existían muchos periódicos obreros, pero con una circulación muy limitada. No había órganos de prensa de alcance nacional.

El Partido Obrero Socialista, encabezado por Pablo Zierold, de origen alemán, había tenido relaciones con el Partido Socialdemócrata, de aquella nación, pero desgraciadamente no se ha encontrado ninguna correspondencia. Lo que sí es un hecho es que, por ejemplo, las obras de Eduard Berenstein, Karl Kautsky, eran prácticamente desconocidas en nuestro medio, a diferencia de la Argentina, en que se divulgaron ampliamente, por la meritoria labor intelectual de Juan B. Justo, del Partido Socialista. La ausencia de textos socialdemócratas provocó, entre otras causas, que no existiera un partido de esas tendencias pues el de Zierold era muy pequeño se extinguió con un gran rapidez para que sus escasos  miembros dieran lugar a otras organizaciones y que al no existir un partido  adherido a esa corriente internacional no se hiciera contrapeso al Partido Comunista Mexicano, que desde que nació en el año de 1919 fue orientado fundamentalmente por las directrices de la Tercera Internacional, fundada bajo los auspicios de los bolcheviques triunfantes.

En los medios académicos, el marxismo como corriente filosófica, económica y política también era poco conocida.- En la lucha contra el positivismo prevalecieron las concepciones espiritualistas e irracionalistas y por lo tanto los pensadores  que más influyeron fueron Kant, Schopenhauer, Nietszche, Hegel, pero sobre todo, Henry Bergson, que  fue el filósofo básico entre los profesores universitarios. Los bergsonianos censuraban al marxismo diciendo que era un naturalismo filosófico y en cierta medida lo confundían con el positivismo, por hacer énfasis en los progresos de la ciencia y porque, afirmaban,  no le otorgaba autonomía al conocimiento. Esta corriente opinaba que la capacidad racional tenía serios límites para estudiar los fenómenos naturales y sociales y que era necesario emplear la intuición, que era una facultad del alma, precisamente para conocer las verdades más profundas, lo que desde luego, contravenía las tesis marxistas,  que eran, por lo opuesto, racionales y dialécticas.

Antonio Caso se oponía al “socialismo de estado” porque detentaba poderes omnímodos los cuales nulificaban el ejercicio de la libertad individual. En el año de 1916, el joven Antonio Castro Leal dictó una conferencia en el seno de la Universidad Popular Mexicana, que sesionaba sobre todo en locales sindicales acerca de las posibilidades del socialismo en México, pero desconocemos el contenido de dicha alocución y en ese mismo año, otro joven, Vicente Lombardo Toledano abordó el mismo tema, concluyendo que el fondo más profundo de los grandes problemas nacionales no era de naturaleza económica sino moral, siguiendo en este punto las opiniones espiritualistas prevalecientes. En las clases de Filosofía se estudiaba el pensamiento de Hegel y la ruptura que con el habían provocado los jóvenes hegelianos de izquierda, entre los cuales se encontraba Marx, pero no examinaban las obras de éste último. Más bien se consideraba a Marx como un economista, que como un filósofo y por ello desdeñaban sus aportaciones en este campo .Otro joven, Narciso Bassols, escribió sus primeros trabajos otorgando un gran énfasis a los jurídico, pero después fue evolucionando hacia el enfoque materialista de los fenómenos sociales y políticos y avanzó mucho en el terreno de los conocimientos económicos.

Sin embargo, entre los estudiantes universitarios de aquella época circularon con una gran profusión las novelas de los grandes novelistas y  dramaturgos rusos, como Dovstoievski, Gorki, Yagulev y otros, los cuales influyeron en la formación de varias generaciones que se admiraban de la madurez que había alcanzado el arte en el país más atrasado de Europa. Algunos de esos jóvenes apoyaron la candidatura presidencial de Vasconcelos, otros se hicieron partidarios de Lombardo Toledano, desde las aulas de la Escuela Nacional Preparatoria y otros más se sumaron a las filas comunistas. A ello contribuyó la edición masiva de las grandes obras literarias, ordenada por aquel como titular de la Secretaría de Educación Pública, así como a la publicación de revistas estudiantiles en las que se hacía una crítica mordaz  los defectos de la sociedad capitalista y a la organización económica y política de la nación.  El principal profesor, Antonio Caso, afirmó en una ocasión que El Capital “había sido pasto de sus cavilaciones” pero en ninguno de sus textos demuestra que haya tenido ese conocimiento, si bien en la polémica que sostuvo con Vicente Lombardo Toledano, en el año de 1933 sí comprobó que conocía las tesis básicas del materialismo histórico y a pesar de sus posturas opuestas nunca formuló una condena categórica al socialismo, como ningún otro catedrático de su corriente lo hizo. Ellos veían en el socialismo la respuesta lógica al individualismo que prevalecía en los países capitalistas, a la pobreza en que se encontraban las masas populares y que por ello tenía mucho de justiciero. Con esa percepción educaron a muchos de los jóvenes de aquellos años. Ellos consideraban que el hombre no podía ser un ser pasivo en el seno de la sociedad sino que había nacido para transformar su realidad circundante y para asumir una actitud benevolente hacia los grupos oprimidos. En su Sociología, Caso apenas menciona algunos pasajes del Manifiesto Comunista, considerando al marxismo como un inadmisible determinismo económico. El siempre opinó que los ámbitos de lo jurídico, político y moral tenía una plena autonomía con respecto de lo económico, factor al que sí le reconoció una gran importancia. No hay un orden en la existencia sino varios ordenes, concluyó de una manera categórica.

La presencia en México del profesor alemán Alfonso Goldschmidt, contratado por José Vasconcelos fue muy importante para la difusión de las partes económicas del marxismo pues dictó varios cursos sobre esa materia e incluso redactó un tratado. Este catedrático publicó análisis materialistas sobre el funcionamiento del capitalismo en las páginas de El Machete, en la etapa en que lo editaba el Sindicato de Pintores Revolucionarios. El conocimiento de la economía política marxista se abrió paso en medio de grandes dificultades pues predominaban en la Universidad las obras de los economistas tradicionales o liberales como Carlos Díaz Dufoo. Había un marcado desinterés por estudiar esta materia porque no había profesores capacitados  para impartirla y porque se consideraba que más que un enfoque de carácter científico era un arsenal de carácter político, vinculado a la lucha de los comunistas. Lo que sí está claro es que deformaban el contenido básico de esa teoría al reducirla a un simple economismo, situación que Marx desmintió desde un principio.

Por su parte, Lombardo Toledano, el discípulo predilecto de Caso, admitió que ni en la Escuela Nacional Preparatoria, ni en la Escuela Nacional de Jurisprudencia o en la de Altos Estudios se estudiaron las obras marxistas y que el aprovechó un viaje a Nueva York para adquirir algunas de ellas en el idioma inglés y que dedicó muchas horas a su lectura y entendimiento. En esa ciudad, en efecto, había una gran efervescencia política y una intensa actividad editorial y se publicaban esos libros, así como folletos, discursos, e informes de líderes soviéticos, los cuales después se distribuían por los países de América Latina. En realidad, según refiere Vicente Fuentes Díaz, la primer versión castellana de El Capital, libro uno, apareció en el año de 1921 en la Argentina y se debió al mérito de Juan B. Justo, situación que en el año de 1930 reconoció Lombardo como una aportación muy grande que el ilustre pensador y político de aquella nación había hecho al fortalecimiento del movimiento obrero y revolucionario latinoamericano. El historiador Gustavo G. Velásquez nos dice que la primera traducción española de El Capital, la hizo circular en nuestro país la Casa Maucci Hermanos, que representaba a la editorial valenciana Sampere, y que además, imprimió en dos tomos  la obra de Engels, “El  Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado” y que en ese mismo año, la editorial Jasón, publicó Materialismo y Empirocriticismo, de Lenin, pero que adolecía de grandes defectos técnicos.

Las primera obras marxistas solo llegaron a las bibliotecas de un selecto grupo de intelectuales de ideas avanzadas y de funcionarios, como Rafael Nieto, Ramón P. Denegrí, Adalberto Tejeda, Luis L. León, que las habían adquirido en Europa en uno de los frecuentes viajes que realizaban cumpliendo deberes oficiales. En México, se conocieron también las obras del economista inglés Henry George, como lo revela, por ejemplo, el pensamiento del general Salvador Alvarado y la obra gubernativa que realizara en el estado de Yucatán, como enviado de Carranza. Sin duda, esas reformas influyeron posteriormente en forma muy benéfica en los estados de Veracruz y Tabasco y en el gobierno popular de los hermanos Escudero en el puerto de Acapulco.  Esos textos tuvieron una gran importancia porque reflejaban el desarrollo y la actitud del movimiento obrero de aquella nación industrializada y sobre todo  ella se inspiraron otros políticos  para preconizar las tesis de la acción múltiple, al encontrar muy novedosa la táctica de las trade unions, que para participar en la lucha político electoral  había creado el Partido Laborista. Se puede colegir fácilmente que el grupo de Luis N. Morones había estudiado ya en el año de 1919 la experiencia británica y había dado los primeros pasos para secundarla.

La carencia de literatura revolucionaria fue un factor que contribuyó a retrasar  la formación de los cuadros y de los militantes del movimiento obrero y revolucionario, los cuales tenían que conformarse con la lectura de algunos folletos que abordaban, sobre todo, la situación prevaleciente en Rusia. La biblioteca de Rafael Ramos Pedrueza es ilustrativa de este fenómeno pues antes que obras de Marx y Engels, tenía algunas de Lenin, pero la mayoría se referían a la victoria de los bolcheviques en 1917, al terror blanco desatado por los grupos contrarrevolucionario, al cumplimiento del primer plan quinquenal, a los progresos en la educación y en la cultura por el impulso otorgado por Anatol Lunarcharski, impulso que también asimilara Vasconcelos en su paso por la Secretaría de Educción Pública.

José Revueltas dice al respecto: “el Partido Comunista Mexicano siempre fue muy atrasado desde el punto de vista ideológico y desde el punto de vista teórico; había muy pocas publicaciones, teníamos que leer los materiales inclusive escritos a máquina. Yo leí el Materialismo Histórico, de Bugarin en una copia mimeográfica, nos la pasábamos de mano en mano y además, sin seguridad de que fuese  una buena traducción. Las publicaciones marxistas vinieron después, digo yo, en la época cardenista”. Militantes como Miguel Ángel Velasco y Valentín Campa coinciden en esa apreciación en sus memorias al admitir  que no tuvieron acceso a las  obras marxistas y el segundo de ellos afirma que estaba más bien influido por la tesis de Ricardo Flores Magón, por los masones, que no estudió nada de marxismo y que el Partido Comunista  nació con una gran debilidad teórica y política. En efecto, así es pues en una primer etapa los informes y las resoluciones de la Internacional Comunista y de la Internacional Sindical Roja estaban redactados exclusivamente en los principales idiomas europeos y solo se hacían algunas traducciones al castellano de algunas resoluciones de esos organismos que siempre asignaron un papel secundario a los países de América Latina.

Las obras de Bugarin fueron las que mejor se conocieron y estudiaron en aquella época. Este dirigente era muy respetado por las grandes aportaciones que hizo en el partido bolchevique y en las deliberaciones congresionales de la internacional Comunista y porque alguna vez trató asuntos referentes a nuestro Continente, naturalmente sin disponer de la información socioeconómica y política suficiente, lo cual fue uno de los principales defectos de lo organismos internacionales, a cuyos dirigentes les preocupaban sobre todo los asuntos europeos y en el campo de los países coloniales, los de la India y China. Se recibieron, asimismo, algunos folletos de discursos de Lenin, Zinaviev, Trotski, discursos de Manuilski y de Losovski. Muchos de esos materiales se editaban en el idioma castellano en España o en la ciudad de Nueva York donde existía una oficina de información de la Internacional Comunista y después se enviaban a las secciones nacionales latinoamericanas, pero se trataba de materiales muy escasos. En esa época, los líderes sindicales de nuestro continente se quejaban que la mayor parte de los textos que conformaban el acervo ideológico y propagandístico, así como la correspondencia estaban redactados en el idioma inglés y demandaron a los órganos responsables que se tradujeran al castellano, pero esta solicitud solo se cumplió en parte.

Otro canal de difusión de las ideas marxistas lo representaron los delegados mexicanos que asistieron a los congresos de la Internacional Comunista y de la Internacional Sindical Roja y a otras reuniones mundiales que se celebraron sobre todo en el viejo Continente. Militantes como Bertrand Wolfe, Manuel Díaz Ramírez, Rafael Carrillo, Julio Antonio Mella tuvieron largas temporadas en Moscú en donde pudieron entablar una relación política muy fructífera con los dirigentes más encumbrados, como Bugarin, Zinaviev, Balavanof, Nin,  Trotski y Losovski. Al regresar a México traían consigo folletos de Lenin y de Stalin, otros correspondientes a la historia del Partido Bolchevique y desde luego, las resoluciones y acuerdos de los congresos y asambleas sobre los cuales se inspiraba la línea del Partido Comunista y de otros organismos. La extensa gira de trabajo que efectuara Víctor Manuel Haya de la Torre por varios países europeos y la Unión Soviética  también se  reflejó en la publicación de una serie de artículos en los que comparaban los sistemas económicos y políticos de los países capitalistas con el del naciente estado socialista. Lo mismo hicieron Wolfe y Díaz Ramírez quienes al  volver a nuestro país difundieron también por la vía periodística lo que habían visto y estudiado en el país soviético, lo que sin duda contribuyo a que los trabajadores conocieran las grandes transformaciones sociales que se estaban operando en esa nación.

            Las obras de Carlos Marx, en su mayoría, a principios del siglo eran desconocidas no solo en el movimiento obrero y político sino, en general, en los círculos académicos. Esto se debía a que, desde luego, los anarquistas no tenían ningún interés en editarlas, traduciéndolas al español porque el marxismo era el otro extremo beligerante ya que no había ningún grupo, fuerza o partido capaz de emprender esta tarea que se antojaba como remar en contra de la corriente.

            Durante algunos años los pensadores y políticos liberales, que eran hombres muy cultos desdeñaron estudiar a Marx por la desconfianza e irritación que les produjeron los artículos de aquel sobre la invasión norteamericana y en general sobre México. Según refiere García Cantú el Manifiesto Comunista se publicó por la primera vez, en 1884, en El Socialista.

            La imagen que de Marx circulaba en nuestro países era la de un pensador determinista pues consideraba que el factor económico era el único que podía explicar los cambios de la sociedad, que era un político autoritario pues había excluido con lujo de violencia política a Bakunin y a sus seguidores del seno de la Internacional y que había justificado en la prensa norteamericana las agresiones que México había sufrido por parte de las grandes potencias coloniales. Esta imagen, claro está, la habían difundido los anarquistas.

            Por el otro lado, estaban los ateneístas que estaban preocupados por renovar las concepciones filosóficas de la educación, a partir del positivismo, pero no para pasar al marxismo sino a una escuela del idealismo: el irracionalismo. Aquellos estudiaban sobre todo a Kant, Schopenhauer, Bergson, Nietzsche, Schiller, Leising, Croce y terminaban en Hegel.

            Antonio Caso, que fuera el filósofo e ideólogo fundamental de esa generación, refiere en sus memorias que “El Capital fue pasto de cavilaciones”, que tuvo que dedicarle tiempo a su estudio inconformándole el lenguaje abstruso: pero Vicente Lombardo Toledano, su discípulo más distinguido dice que Caso sólo les enseñó que Marx era un gran pensador, que había fundado una teoría económica y social, pero sin reflexionar sobre sus textos.

            De la lectura de las obras de Caso no se desprende que haya realizado un estudio exhaustivo sobre este texto fundamental el cual desde luego puede haber influido en su pensamiento. Seguramente leyó un resumen del Primer Tomo de una edición francesa que circulaba en nuestro país, o bien la versión sintetizada que elaboró Kart Kautsky que como tal trataba de presentar a un Marx esquemático y no dialéctico, como si la estructura económica de la sociedad era determinante y casi única.

            En 1916 Antonio Castro Leal dictó una conferencia sobre el socialismo en el seno de la Universidad Popular Mexicana, pero se desconoce siquiera su contenido medular. En ese mismo año Lombardo Toledano dictó una cátedra sobre “Las Posibilidades del Socialismo en México” habiendo llegado a la conclusión de que el fondo d eles problemas nacionales no eran de orden económico o material sino moral. Se sabe que Caso recomendaba la lectura del socialista Falckenberg titulado “La Filosofía Alemana desde Kant”.

            Caso afirmaba, simplificando y deformando el pensamiento de Marx, que sus ideas abarcaban un “materialismo histórico” que en realidad era un determinismo económico y la otra parte, compuesto de un “socialismo de Estado”, con lo que se concluye, por lo menos, que tenía un conocimiento incompleto, transmitido por terceros, porque no dudamos de la honestidad del filósofo derechista.

            Sin embargo, el profesor Vicente Fuentes Díaz dice que El Capital, en su versión castellana, no fue elaborado por ningún mexicano sino por el socialista argentino Juan B. Justo, en 1921, que así pasaría a la historia del movimiento revolucionario latinoamericano. En 1932 Lombardo Toledano le dedicó un artículo de El Universal recordando ese suceso trascendental, que después enriquecería, con los años, el profesor español Wenceslao Roces.

            Gustavo G. Velázquez, en su “Panorama Sintético de la Filosofía en México” afirma que las primeras traducciones de El Capital las hizo circular la casa editorial Maucci Hermanos, que representaba los intereses, en México, de la editorial Sampere de Valencia. Dice que se imprimió en dos tomos la conocida obra de Engels “El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado”, de Lenin, cuyo texto adolecía de muchos defectos de traducción. Lombardo reconoce éste último hecho en su conversación con los esposos Wilkie, acotando que no había entendido esa obra precisamente por las fallas de que adolecía. Como quiera que sea, las primeras obras de Marx sólo debieron llegar a las bibliotecas de una breve minoría de intelectuales y dirigentes políticos, los cuales sólo pudieron tener una visión de esta corriente.

            José Revueltas dice: “El Partido (Comunista Mexicano) siempre fue muy atrasado desde el punto de vista ideológico y desde el punto de vista teórico; había muy pocas publicaciones, teníamos que leer los materiales inclusive escritos a máquina, yo leí El Materialismo Histórico, de Bugarin en una copia mimeográfica: nos lo pasábamos de mano en mano y demás sin seguridad de que fuese una buena traducción. Las publicaciones marxistas vinieron mucho después, digo yo en la época cardenista”.

            Otro dirigente, Valentín Campa, confiesa en sus Memorias que en un principio él estuvo influido por las ideas anarquistas de Ricardo Flores Magón y por los masones y que en realidad no estudió nada de marxismo. “El PCM nació –dice con sinceridad- con una gran debilidad teórica y política”.

            En el esfuerzo por difundir las ideas marxistas en agosto de 1911 el ingeniero Pablo Zierold fundó el Partido Obrero Socialista el cual sólo pudo efectuar una reunión política, aunque meritoria porque el 1º. De mayo del siguiente año se conmemoró la primera vez el Día de los trabajadores. Gastón García Cantú indica que el diputado Héctor Victoria que formara filas en el ala radical del Congreso Constituyente de Querétaro y que se distinguiera por sus firmes posiciones obreras en la discusión del Artículo 123 de la Carta Magna había pertenecido al citado partido.          

            Uno de los factores que contribuyeron de un modo decidido a impulsar las ideas del marxismo en el seno del movimiento obrero fue la promulgación de la Constitución de Querétaro y de una manera particular el artículo 123. Este precepto resultó el más progresista de la época en las sociedades capitalistas porque la primera vez se reconocieron, en el más alto rango jurídico de la nación, una serie de demandas y reivindicaciones de los obreros y el Estado asumió un papel protector de ellas. Aunque quienes redactaron el artículo 123 no eran marxistas sino liberales sociales o jacobinos, como se llamaban así mismos, lo cierto es que propiciaron una mayor y mejor organización de la clase obrera.

            La influencia ideológica determinante en Querétaro es la de los juristas españoles que consideraban que todos los recursos del suelo y del subsuelo que existían en la Nueva España eran propiedad de la Corona y que el rey otorgaba su propiedad solo para fines de usufructo mediante concesiones que hacía a los particulares, distinguiéndose de los juristas ingleses que opinaban que la propiedad privada era un derecho inherente al individuo. Sobre la base de aquellas apreciaciones Molina Henríquez opinó que siendo así al conquistar México su independencia política de la Nueva España todos esos bienes y recursos pasaban a la propiedad del nuevo estado surgido de la lucha insurgente. Si bien estas tesis eran muy progresivas, no era la tesis de Marx sobre la propiedad, su origen y funciones. De los otros participantes radicales del Congreso, encontramos con importante vinculaciones en la clase obrera a Heriberto Jara, Carlos Gracidas, Héctor Victorio Victoriano Góngora, pero no así Pastor Rovaix quien se debe ubicar en el campo del liberalismo social, como Molina Enríquez.

            El historiador Richard Román dice que esos radicales, jefatureados por Francisco J. Mújica eran antiimperialistas, antiyanquis, nacionalistas, consideraban a la iglesia y al clero como enemigos del pueblo, eran antimonopolistas, pero partidarios del desarrollo capitalista, aunque también obreristas porque estaban concientes de la explotación que engendraba ese régimen de la propiedad privada.

            En rigor eran liberales, pero no a la manera de los liberales de la Reforma sino sociales acoplados a su tiempo y apremios: destruir el porfiriato en donde la concentración, el acaparamiento y el abuso eran los signos distintivos. Eran liberales porque proclamaban la vigencia de los derechos políticos elementales y sociales porque se proponían un Estado fuerte, intervencionista.

            Otro acontecimiento que influyera de un modo notable en la propagación del marxismo fue el impacto mundial de la Revolución Socialista de Octubre. El caudillo del Sur, Emiliano Zapata escribió en febrero de 1918: “Que la causa del México Revolucionario y la causa de Rusia representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos oprimidos del mundo”.Zapata señaló asimismo “que las revoluciones de Rusia y México estaban orientadas contra el ignominioso hecho de la usurpación de la tierra, que, como el agua y el aire, a todos pertenecen y fue arrebatado por un puñado de pudientes, apoyados en sus ejércitos y en sus leyes injustas, no es sorprendente, por lo tanto, que el proletariado de todo el mundo aplauda la Revolución Rusa y la admire”. El 17 de abril de 1919, Vladimir Ilich Lenin firmó las cartas credenciales de Mijail Grzenberg, como cónsul general en la República Mexicana, que debía acreditarse ante el gobierno de Venustiano Carranza, pero no lo pudo hacer por encontrarse nuestro país inmerso en el proceso revolucionario. Pero se iniciarían así los primeros contactos entre las dos grandes transformaciones sociales de principios de siglo.

            La prensa de la época, si bien en forma tergiversada, difundió con amplitud los cambios políticos y sociales que estaban ocurriendo en Rusia y esto interesó a los militantes socialistas y revolucionario en general pues se trataba de una experiencia inédita en el mundo: por la primera vez se trataba de un proceso que no solo buscaba el derrocamiento del zar para ser sustituido por otro funcionario de la misma y parecida orientación, sino de un cambio de fondo en las relaciones sociales económicas y sociales y de la instauración de un gobierno obrero. Estas modificaciones sustanciales debieron causar una gran admiración acerca de lo que estaba realizando el pueblo trabajador ruso y llegaron a la conclusión que la humanidad había conocido no solo podrían ser revoluciones políticas, muchas de ellas meras sustitución de un hombre en el poder por otro hombre, sino que era viable, estaba siendo viable, una revolución profunda que era una revolución socialista. Los nombres de Lenin y de Trotsky se hicieron familiares en México.

            La actitud represiva de Carranza, sobre todo contra los trabajadores huelguistas de la ciudad de México pareció darle la razón al grupo que se había opuesto a la suscripción del pacto con los constitucionalistas. De la anterior frase de respaldo al Primer Jefe se pasó a la crítica por su conducto, aunque hubo mundialistas como Rosendo Salazar que realmente no se comprendieron ante esta actitud hostil pues desde el momento en que se entrevistas  con el jefe revolucionario en el puerto de Veracruz ya se había observado que ese pacto se había hecho a regañadientes, sin que mostraran realmente ningún interés en firmarlo por no le quedó más remedio que hacerlo ante la presión de Obregón sobre todo. Ya estando en esa entidad, los grupos ácratas que habían viajado de la Ciudad de México se había enfrentando a los obstáculos de Carranza para organizar a los trabajadores en las poblaciones que iban ocupando las tropas. Esta desconfianza en el poder que podrían concentrar los obreros si se les dejaba en total libertad para formar sindicatos, hizo que la alianza política con Carranza fuera de muy corta duración y rápidamente se pasó a una línea de confrontación.

V

La polémica entre Marx y Bakunin, sostenida en la Asociación Internacional de Trabajadores, que dio como resultado la victoria de las tesis del primero sobre las del segundo, tuvo, desde luego, una gran repercusión en el seno del movimiento obrero europeo. Pero también en México generó manifestaciones al plantearse desde un principio la pugna entre los llamados socialistas libertarios, y los denominados socialistas autoritarios. Jacinto Huitrón, militante representativo de los primeros y consecuente con su pensamiento acrático hasta el final de sus días, no aceptaba la definición de la sociedad dividida entre explotados y explotadores sino era partidario de una acepción más general, entre opresores y oprimidos. Esta no era una simple diferencia semántica sino algo más profundo, es decir,  había en el seno de la sociedad humana una serie de clases, instituciones sociales, políticas, jurídicas, éticas, que aplastaban al hombre y sus derechos más apreciados, contra los cuales había que luchar siempre, en forma permanente, independientemente de las formalidades jurídicas que tuviera el régimen político existente. Dijo” que la historia de la sociedad humana ha sido una lucha continua por la libertad. Esta lucha no ha de terminarse sino hasta que la humanidad haya alcanzado su plena autonomía”. Obsérvese que no se refiere a la emancipación del proletariado para que al producirse ésta se genere la liberación de la humanidad sino a la humanidad en su conjunto, como una entidad global, como si  no estuviera dividida en clases sociales antagónicas.

Huitrón es el prototipo de los socialistas libertarios pues siendo miembro de la Casa del Obrero Mundial se opuso a la firma del pacto con Venustiano Carranza, defendiendo a todo costa  la autonomía de esa organización. Después participó en el Congreso de Saltillo, del año de 1918 del cual surgiría la CROM enfrentándose a las tesis de la acción múltiple sostenidas por el grupo de Morones y más tarde en el año de 1922 formó parte de los núcleos de la CGT, sosteniendo siempre una lucha sindicalista a ultranza, sin buscar ningún cargo público, sin militar en ningún partido político, sin obtener beneficios de orden personal, lo que significó para el un profundo y permanente aislamiento en el movimiento de las masas.

     Para los socialistas libertarios, la sustitución de un gobierno por otro, así sea de un gobierno del proletariado, implicaba el riesgo de que se entronizara una dictadura, tan  feroz y despiadada, e incluso más  que la dictadura del capital. Los individuos tenían derecho a seguir desarrollando libremente sus derechos y sus potencialidades y por lo tanto no se aceptaba la existencia de  ningún poder que pudiera conculcar  sus posibilidades de mejoramiento. La solidaridad entre los seres humanos era la base del ejercicio de la libertad, el desiderátum de cualquier sociedad, incluso de la sociedad anarquista. Se dibujaba una sociedad de hombres libres, sin poderes estatales coactivos, sin órganos represivos como el ejército y la policía, sin instituciones religiosas enajenantes, con una economía de productores también libres que podrían intercambiar sus bienes y mercancías en un marco de equidad.

Estos ácratas desdeñaron desde un principio la formación de partidos políticos y dedicaron todas sus energías a constituir sindicatos, organizar centros culturales, editar periódicos y folletos de contenido revolucionario, teniendo una vida personal austera y hasta miserable, pero entregada y sacrificada a la causa, siguiendo a pie juntillas la figura heroica de Mijail Bakunin. Eran los eternos conspiradores contra el orden social establecido, desarrollaban sus actividades en condiciones de ilegalidad y hasta de clandestinidad, por lo que prefirieron crear pequeñas agrupaciones. En los estatutos de los sindicatos estaba la impronta de su ideología la que se limitaba a luchar por objetivos exclusivamente económicos, o mejor dicho, salariales, por mejores condiciones en los centros fabriles, prohibiéndose de una manera categórica las actividades políticas o religiosas. Se repudiaron a los políticos profesionales, a los que ocupaban cargos públicos y a los intelectuales pequeño burgueses, enfatizando en la necesidad de preservar la pureza clasista, es decir, en los obreros industriales de oficios y en los descendientes de éstos, que no tuvieran vinculación alguna con los poderes gubernamentales, ni con las facciones políticas en pugna, aunque con ello solo se condujeran a los sindicatos al aislamiento y a sufrir la represión y muy frecuentes derrotas. Ello explica la razón por la cual las organizaciones formadas por los anarquistas fueron muy pequeñas desde el punto de vista numérico, que se concentraran en algunas ramas industriales básicas y de los servicios, entre los campesinos más atrasados y claro está, entre los artesanos, sin poder constituir centrales nacionales. En cambio, los socialistas autoritarios, tuvieron una visión de más alto alcance y optaron por organizar grandes partidos clasistas y poderosas agrupaciones gremiales, con una sólida disciplina, que combinaban la acción sindical propiamente dicha con la acción política y que establecieron alianzas con grupos, partidos y personalidades del campo no proletario.

Antonio Díaz Soto y Gama publicó en El Sindicalista, en el año de 1913 que “la democracia política, ha resultado un fracaso, nadie cree en ella, a no ser las multitudes inconscientes, los pueblos que no han llegado a la madurez, las colectividades que se satisfacen aún con abstracciones mentirosas. Los procedimientos de ese tipo, sin utilidad práctica y positiva  para la clase obrera, solo son defendidos por los ambiciosos y por los falsos caudillos empeñados en mantener el estatuto de la ignorancia popular. Los socialistas han considerado al sufragio universal, al voto político concedido al pueblo como la más grande superchería, la más escandalosa mixtificación del siglo XIX. El método sindicalista rechaza la horrorosa mentira de la libertad política, las añagazas electorales, las promesas del sufragio efectivo, la quimera de la redención por medio de la política. Por ello, acude a la acción directa, a la presión ejercida por el proletariado contra los patrones, sin la peligrosa mediación de los parlamentos y sin la ayuda interesada de un poder público sugestionable.”

El ácrata potosino es un claro ejemplo de un intelectual liberal que evolucionó de las posiciones anarquistas tradicionales, de la línea de la acción directa hacia la de la acción múltiples pues participó en las filas de la CROM y del Partido Laborista, después tuvo discrepancias por posiciones de poder con Morones, distanciándose  de el para constituir su propio instrumento de lucha, el Partido Nacional Agrarista, pero después transitó hacia el catolicismo y el anticomunismo.

El principio de la acción directa  suponía una lucha frontal, abierta y sistemática del proletariado en contra de la burguesía, en un terreno en el que no hubiera reglas, ni instituciones que moderaran o distorsionaran esos conflictos. Por ello, desde un principio se planteo una franca oposición a los intentos gubernamentales por crear tribunales de conciliación y arbitraje porque ellos atemperaban la lucha de clases y hacían que muchos litigios expuestos por los obreros se transformaran en derrotas para ellos. Concebían que el grupo en el poder no pudiera sino intervenir a favor de los intereses de los capitalistas, con los cuales había una estrecha y permanente alianza. En este contexto de lucha sin cuartel, la clase obrera solo tenía como aliados a los campesinos; la huelga general, entendida como la suspensión total de las actividades productivas, era el recurso máximo para hacer caer la dominación capitalista, significaba la realización de una verdadera revolución, sin necesidad de que en ese combate interviniera algún partido, así fuera un partido proletario.

Las diferencias entre los “libertarios” y los “autoritarios” están presentes durante largo tiempo y se expresan de diferentes maneras. La Casa del Obrero Mundial, que no fue propiamente una central obrera aunque en su seno participaban muchos sindicatos de oficio, consecuente con las directrices de la ideología que habían abrazado la mayoría de sus dirigentes, se dedicó a la difusión ideológica, al adoctrinamiento, a la formación de los trabajadores y de los cuadros políticos bajo los esquemas pedagógicos de la Escuela Racionalista, pero sobre todo a constituir  nuevas agrupaciones gremiales. Pero incurrió en una contradicción de esencia cuando en una acalorada asamblea, manipulada por Gerardo Murillo, quizá por instrucciones de Álvaro Obregón, se acordó suscribir un pacto político de adhesión a Venustiano Carranza y sumar los contingentes sindicales a las filas del ejército constitucionalista. En aquella reunión se enfrentaron dos concepciones: una, la de la autosuficiencia de la clase obrera para alcanzar sus objetivos de mejoramiento económico y de emancipación social y la otra, que buscaba aliados políticos en el campo de los intereses no proletarios, con las ventajas y los riesgos que implicaba para la autonomía y el perfil ideológico de las organizaciones de trabajadores. La decisión tomada también correspondía  a una realidad objetiva pues los asalariados no podían permanecer indiferentes ante  las pugnas de los jefes militares que conformaban sus ejércitos con campesinos, indígenas y otros explotados. El proceso revolucionario estaba en curso en todo el país y nadie podía colocarse al margen del mismo, como en una torre de marfil cuidando la pureza de los ideales anarquistas.

Los trabajadores fueron atraídos  por los planteamientos políticos y agrarios de Carranza, pero sobre todo por las ideas obreristas de Obregón, aunque los dirigentes de la Casa desde un principio advirtieron sobre la fragilidad de dicha alianza al manifestar, desde un principio, el primer jefe sus auténticas  inclinaciones de clase y al tratar de impedir que en las zonas liberadas de villistas y zapatistas, se pudieran constituir organizaciones sindicales, como había sido el compromiso originalmente contraído. Los obreros  se transformaron en soldados, que actuaron al mando de jefes militares que no eran de su clase social, ni tenían su misma ideología, pero lo que realmente  les interesaba era ampliar las ramificaciones de la COM, formando sindicatos de oficios varios, pero con una clara orientación clasista y alcances nacionales y  esto desde luego no fue admitido por Carranza pero sí por Obregón que de esta manera aumentó su prestigio y su influencia entre los asalariados.

Los resultados finales del pacto con Carranza, que culminaron con la represión a los obreros y la clausura de los locales de la Casa del Obrero Mundial desacreditaron a los “socialistas autoritarios” pues todos concluían que esos esfuerzos habían sido coronados con una derrota y al mismo tiempo parecía que se reforzaban las posiciones abstencionistas tradicionales. Pero en realidad esto no fue así pues muchas de las demandas económicas y sociales de los trabajadores después las llevó a la práctica el gobierno de Obregón, como el seguro obrero. Nadie deseaba volver a los antiguos moldes organizativos de la Calle de los Estancos, en donde funcionó uno de los primeros locales de la COM sino se trató de avanzar hacia la unificación de los trabajadores, mediante la creación de centrales sindicales nacionales. Tales fueron los propósitos, frustrados, por cierto de los congresos obreros de Veracruz y Tampico, debido a que los representantes de las corrientes en pugna no alcanzaron ningún acuerdo fundamental.

Cuando se produjo el levantamiento de Madero, en el seno de la junta del Partido Liberal se presentó un grave discrepancias entre Ricardo Flores Magón y sus compañeros más cercanos a sus puntos de vista, como Enrique de los mismos apellidos y Librado Rivera y Antonio I, Villarreal quien se mostraba partidario de unirse a la rebelión acaudillada por Madero, pero no para plegarse mecánicamente a el sino para tratar de influir para que se tomaran en cuenta los planteamientos programáticos esbozados en el célebre Manifiesto de 1906. Por la información disponible podemos decir que las discusiones fueron extremadamente violentas, hasta llegar a los insultos personales, sobre todo porque el grupo irreductible de Ricardo no pretendía  buscar aliados en el campo no proletario, ni deseaba hacer ninguna concesión al empresario agrícola de Coahuila. Estas actitudes rígidas, la clásica política anarquista de todo o nada, provocaron la ruptura en la unidad de la directiva liberal y  su aislamiento con respeto del Partido Socialista de los Estados Unidos, la separación de muchos clubes y de decenas de sus miembros que se sumaron a las filas del maderismo, pero no como corriente orgánica  sino a título individual. Así vemos que se pasaron al campo antireeleccionista  liberales como Juan Sarabia, Esteban B. Calderón, Manuel M.  Dieguez, lo que sin duda erosionó, hasta liquidarlo políticamente, al movimiento anarco-magonista.

La tesis de la no participación activa de los trabajadores en la política y menos aún en las funciones gubernamentales no fue  desacreditada  en el campo de la teoría sino en el de la práctica. El propio Soto y Gama debió abjurar  de su pensamiento primigenio y se sumó en calidad de consejero a las guerrillas de Emiliano Zapata, después formó parte de la CROM y del Partido Laborista y más tarde, fundó el Partido Nacional Agrarista, que fue uno de los más firmes soportes del obregonismo; Rafael Pérez Taylor, miembro del Partido Socialista Obrero, fue candidato a diputado y muchos de los integrantes de la Casa del Obrero Mundial también transitaron hacia las filas del obregonismo y organizaron la CROM y el Partido Laborista en donde  fueron diputados, senadores, gobernadores y secretarios de Estado. Una evolución similar tuvieron liberales sociales progresistas como Francisco J. Múgica y Heriberto Jara, quienes pasaron  formar parte de las nuevas élites en el poder post revolucionario. Socialistas autoritarios como Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto, en el estado de Yucatán, Adalberto Tejeda en Veracruz y Tomás Garrido Canabal en Tabasco conformaron gobiernos populares que reivindicaron las aspiraciones de los obreros y de los campesinos e impulsaron proyectos educativos racionalistas.

En el fondo de la lucha entre “libertarios” y “autoritarios” estaba la necesidad histórica ineludible de realizar transformaciones radicales en la estructura de la sociedad mexicana, superando los alcances de la lucha exclusivamente de carácter político. El problema de México no era solo democrático, de aumentos de salarios, de mejoramiento de las condiciones laborales en las instalaciones fabriles sino también implicaba destruir el acaparamiento de la tierra en pocas manos, desarrollar las fuerzas productivas sobre bases nacionales, principalmente, fortalecer la independencia de la nación frente al imperialismo. Si bien en una primera etapa los cambios fueron de orden político, después fueron de naturaleza social, teniendo que participar los anarquistas y los socialistas al lado de otras fuerzas políticas, con elementos provenientes de la burguesía agraria y de la pequeña burguesía urbana. Se formó en cierta manera un frente nacional muy heterogéneo, lleno de diferencias y pletórico de contradicciones, plasmando sus coincidencias en los manifiestos y en los programas de la época.

En esta etapa el concepto “socialismo”adquirió carta de naturalización en el sistema político y formó parte del lenguaje oficial de los grupos emergentes que habían tomado el poder en todo el país. Casi todos los jefes militares y políticos de aquellos años decían estar inspirados por esas concepciones, ejercer su dominación clasista con base en estos principios, de tal manera que no hubo una acepción única del socialismo sino varias interpretaciones, que iban desde aquellos que preconizaban la construcción de una sociedad de hombres libres y de pequeñas unidades económicas descentralizadas, como lo fueron los reductos que dejó el Partido Liberal Mexicano, hasta los que proclamaban la necesidad de reorganizar las fuerzas productivas con una base estatal centralizada y los que se guiaron por las orientaciones de la III Internacional, que pugnaban por la creación de una sociedad comunista.

En el interior de la filas de la clase obrera los partidarios del anarcosindicalismo, nucleados en la Casa del Obrero Mundial, habían caído en un total descrédito a causa del apoyo brindado a carranza apoyo que contradecía el principio ácrata de no participar en política. Carranza no sólo no respetó los compromisos que había adquirido con la Casa sino incluso persiguió a sus secciones y militantes. Los anarquistas demostraban una enorme debilidad ideológica al no ser consecuentes con posprincipios que preconizaban y además una gran incapacidad política para responder con eficacia ante la ofensiva de Carranza.

23

Dice Marjorie Ruth Clark que “Los agitadores comunistas empezaron a llegar a México durante el gobierno de Carranza, quien les dio toda clase de facilidades a través de su secretario Manuel Aguirre Berlanga, sin tomar en cuenta las consecuencias de esa decisión”. Carranza –agrega la investigadora- era germanófilo, pero trataba de utilizar a los comunistas para ciertos fines políticos propios, probablemente aconsejado por Álvaro Obregón, cuya amplia visión social le permitía prever la importancia política de los trabajadores organizados.

En 1913 llegó a México Geo Bremond, del diario socialista “LHumanité” para entrar en contacto con los grupos comunistas que se estaban formando al calor de la Revolución de los bolcheviques. A partir de ese momento a esos elementos se les llamó precisamente “bolcheviques” para significar que eran hombres que luchaban por cambios profundos, aunque los enemigos trataban siempre de vincularlos con una supuesta conjura internacional fraguada por Lenin desde Moscú. Pero también se iniciaron los contactos con los dirigentes de la AFL de los Estados Unidos quienes, a su vez, estaban interesados en contrarrestar la influencia ideológica del naciente poder soviético.

También llegó por aquella época el comunista norteamericano Linn A. Gale, el cual también pretendía la unificación de los elementos y grupos comunistas. Investigaciones posteriores han llegado a la conclusión de que en realidad Gale era un aventurero político, un hombre divisionista sin escrúpulos, que mantenía informada a la embajada de los Estados Unidos en la ciudad de México de todas estas actividades.

No era conveniente para el gobierno d eles estados Unidos, ni para el gobierno de México que zumbiera entre los trabajadores “el ejemplo soviético” que ya se estaba expandiendo hacia los países de Europa Occidental y hacía China. Se trataba de una revolución de verdad, no conociendo en la historia de la humanidad, pues estaba trastocando las relaciones sociales mediante la abolición de la propiedad privada en la industria, la agricultura, el comercio y los servicios. Para ello se vendieron operaciones políticas para fortalecer a los sectores moderados y reformistas del movimiento sindical, como fue la promoción de los vínculos entre la CROM y la AFL y el envío entre los emigrados socialistas revolucionarios, de agentes, informantes y espías cuya función era precisamente evitar el surgimiento de un partido auténticamente revolucionario y de que el Departamento de Estado estuvieran al tanto de los movimientos políticos de todos los militantes socialistas para anularlos o por lo menos neutralizados.

Un importante progreso en la difusión y consolidación de las ideas sindicalistas revolucionarias se dieron en el Congreso Obrero de Saltillo de abril y mayo de 1918. La mayor parte de los autores no valoran en su justa dimensión lo que ahí ocurrió y de una manera simplista afirman que fue un triunfo del reformismo. La CROM nace todavía bajo el influjo del anarquismo, pero constituye, al mismo tiempo, un producto nuevo, en el seno del movimiento obrero.

Aunque la mayor parte de los delegados al Congreso de Saltillo eran obreros de filiación anarquista, la CROM representa un avance sensible respecto de la virtual desintegración a que había llegado la Casa del Obrero Mundial. El Comité Directivo del Congreso, que diera principio con 121 representantes, estuvo integrada por Jacinto Huitrón, Luis M. Morones, Teodoro Ramírez y Ricardo Treviño. Entre ellos ya se prefiguraban las futuras tendencias que después se disgregarían. Huitrón nunca abandonó las estériles tesis del anarquismo. Morones, en cambio, de origen humilde, había nacido en la Ciudad de México en 1885. En 1912, contribuyó a la fundación de la Casa del Obrero Mundial pero no participó en los batallones rojos ni viajó al estado de Veracruz. Asistió en cambio, a los congresos obreros de Veracruz y Tampico de 1917 y 1918.

Morones declaró posteriormente que no había viajado a la entrevista con Carranza, no había formado pare de los llamados Batallones Rojos porque no había estado de acuerdo con la forma del pacto con los constitucionalistas por considerar que el movimiento obrero estaba muy débil desde el punto de vista social y político y que por ello corrió el riesgo de ser fácilmente absorbido por el carrancismo. El recomendaba que, por el contrario, primero debía crearse más sindicatos y fortalecerse los existentes y solo después podría pensarse en realizar alianzas con la burguesía.

El mayor mérito de Morones, en ese momento, fue el de cobrar conciencia de que la táctica de los anarquistas sólo iba a producir más derrotas para los obreros y propuso un cambio en la estrategia proletaria. Desde luego que los anarquistas no aceptaron ese paso evolutivo de Morones, e insistieron en calificarlo como un instrumento de Gompers, de la American Federation Of Labor y también de Carranza. Jacinto Huitrón se retiró del Congreso afirmando que “soy enemigo de la política y de la falsedad que entraña la misma”.

La actitud de Morones es parte del proceso autocrítico que sufrió la Casa del Obrero Mundial  a raíz de la conducta represiva que aplicó Carranza contra los trabajadores electricistas que guiados por Ernesto Velasco había estallado una huelga en la ciudad de México. En realidad, la mayoría de los dirigentes de esa institución había llegado a la conclusión de que ni la política de conciliación, ni la de enfrentamiento sistemático producían resultados exitosos para los trabajadores y propusieron una táctica distinta que en realidad fue una combinación de esas dos tácticas anteriores, que fue la acción múltiple. En realidad Morones encarnaba las opiniones del grupo mayoritario de la COM en su última fase de existencia.

                        Este criterio esquemático y nulificador pudo prevalecer en el Congreso porque como dice Lombardo Toledano “a pesar de las contradicciones que existían entre los diferentes sectores del ejército popular que habían luchado en contra de la dictadura porfiriana, la mayoría de sus jefes eran caudillos que representaban y exponían las aspiraciones de los trabajadores de la ciudad y del campo, ligados a las grandes masas del pueblo, de las cuales recibían inspiración”. La realidad política revolucionaria obligaba objetivamente a que el movimiento obrero se definiera en torno a los caudillos militares y jefes políticos. ¿Iban los trabajadores a mantenerse indiferentes mientras se gestaban las grandes transformaciones profundas de la sociedad, o por el contrario, se trataba de impulsar esos cambios, aún en el caso mayoritario en que los dirigentes revolucionario no provenían de las filas de la clase obrera, ni tenían un pensamiento marxista, ni luchaban por la construcción del socialismo?

La tendencia de Morones fue la que tuvo una concepción más objetiva y práctica y esos cambios ya precisaron la necesidad de ubicarse al lado de quienes, dentro de la Revolución, estaban a favor de esas modificaciones. Líderes obreros anarcosindicalistas como Celestino Gasca, Reynaldo Cervantes Torres, Samuel Yúdico, Ezequiel Salcedo, José F. Gutiérrez, Fernando Rodarte, rompieron con la predica abstencionista y dirigieron a la nueva central obrera.

Debe observarse que la mayoría d eles promotores, organizadores y dirigentes de la CROM fueron militantes destacados de la Casa del Obrero Mundial, algunos de ellos formaron parte de los batallones rojos y habían abrasado las armas durante el proceso revolucionario y finalmente habían participado en las grandes huelgas de la ciudad de México que ocurrieron en el año de 1917 y 1918. Pero estos mundialistas revolucionarios hacían las concepciones y practicas de un sindicalismo de nuevo tipo que postulaba una renovación de las tácticas sindicales ante la nueva realidad política imperante.

El contenido de algunas resoluciones de la CROM, es digno de mención, por nuestra parte que: son obligatorios para todas las agrupaciones obreras, prestarse ayuda material y moral mutua (se parte de la idea marxista de que todos los obreros, en su calidad de explotados, pertenecen a la misma clase social) se comprometen a buscar el acercamiento con todas las colectividades obreras (reforzando el sentimiento clasista). De una manera elocuente, el Congreso llegó a la conclusión de que “reconociendo que el problema social tiene por origen el problema económico y que éste no podrá resolverse mientras los frutos de la tierra en todas sus aplicaciones se hallen acaparados por una minoría que no es productora y sí consume todo lo que resulta o se deriva del esfuerzo humano, acepta el reparto de la tierra como finalidad que resulta del medio de acción para resolver el problema económico, por lo que se refiere al campesino.

VI

            Dos acontecimientos históricos influyeron en la difusión de las ideas marxistas en lo particular y de las ideas socialistas en lo general: el estallido de la primera revolución social, antiimperialista, democrática y agraria del siglo XX en México y en 1917 el triunfo de la revolución bolchevique  contra los reformistas de Kerenski y contra la autocracia zarista. Y en el interregno, la guerra mundial europea que acabó con la vida de millones de trabajadores y que provocó una gran destrucción de la planta productiva de esas naciones, demostrando así las consecuencias que tuvo el patrioterismo y el ultra nacionalismo. Los socialdemócratas aprobaron en los parlamentos a los que pertenecían los llamados créditos de guerra y se dejaron llevar por las ambiciones inescrupulosas de los gobiernos burgueses, lo que sin duda los desacreditó ante las grandes masas del proletariado, mientras los comunistas, aunque con menor fuerza numérica, lograron incrementar su prestigio entre los trabajadores de todos los países del mundo.

La lucha popular contra la dictadura de Porfirio Díaz causó la animadversión de los círculos gobernantes en los Estados Unidos, quienes habían apoyado a ese gobierno tiránico, en la medida en que protegía y defendía sus intereses, es decir, los de los grandes inversionistas que se encontraban básicamente localizados en la industria petrolera, en la minería, en los ferrocarriles. Los sucesivos gobiernos yanquis, desde Wilson hasta Coolidge combatieron denodadamente los artículos más radicales de la Constitución de Querétaro, sobre todo contra el 27, que ya no consideraba como intocable o inalienable  la propiedad privada, sino sujeta a múltiples restricciones y limitaciones y se opusieron a  los intentos para emitir una legislación en materia petrolera, que comenzara a recuperar para la nación esos recursos naturales. Las diferencias de la política exterior yanqui eran de grado, pero no de esencia y las reflejaban claramente los embajadores acreditados en nuestro país: Lane Wilson intervino descaradamente en la realización del golpe de estado y en el asesinato de Madero y Pino Suaréz, después  regatearon y condicionaron los reconocimientos de los gobiernos de Carranza y de Obregón,  a cambio de que otorgaran concesiones inadmisibles, hasta las brutales presiones de Kellog quien acusó al régimen de Calles de tener una tendencia soviética, culminando con la diplomacia de “mano suave”, de Morrow. Todos ellos se propusieron la suspensión de la vigencia del nuevo orden constitucional, la protección a ultranza de sus capitales  y la total entrega y sumisión de los gobiernos de México  los dictados de Washington.

El sustento ideológico de la política anti-mexicana, llevada a cabo por el Departamento de Estado y aplicada por sus embajadores, sujetos a distintas modalidades, consistía en considerar que la Constitución de Querétaro era una copia de la Constitución bolchevique y que por lo tanto se preparaba un atentado a fondo contra la propiedad privada, claro está, norteamericana, convirtiéndose los gobiernos de México en factores de inestabilidad para la Unión Americana, que pretendían, además, extender su influencia política comunista hacia la región centroamericana. En aquella época se inventaron muchos pretextos o mitos, como aquellos que consistían en afirmar que llegaban a nuestro país numerosos y peligrosos agitadores profesionales, pagados por el gobierno moscovita y que los comunistas y bolcheviques tenían una presencia importante entre las organizaciones de trabajadores y de campesinos y preponderante en las esferas gubernamentales.

Ello no era así. En el congreso constituyente de Querétaro triunfaron  los llamados “liberales radicales”, a los “liberales sociales, que en sus años juveniles habían recibido la benéfica influencia de las ideas floresmagonistas, pero que andando por los vericuetos de la lucha armada y en el marco de la guerra de facciones Inter.-burguesas, habían moderado y tamizado su pensamiento político. Más que preconizar las ideas marxistas sobre la propiedad privada, ellos se dejaron guiar por las concepciones de un liberal avanzado, Andrés Molina Enríquez, quien hizo compatibles dos principios fundamentales: sancionar y respetar la propiedad privada, pero sujetándola a las modalidades que dictara el interés público y otorgarle preeminencia a la propiedad de la nación. Molina Enríquez no era, desde luego, un marxista, pero estaba muy cerca de esas posiciones, o los marxistas se apoyaron en sus ideas para elaborar sus planteamientos estratégicos.

Una de las características principales de esos liberales progresistas, que no tuvieron empacho en reconocerse como socialistas y que encabezaron gobiernos populares, como Múgica en Michoacán, Tejeda y Jara en Veracruz, Portes Gil, en Tamaulipas, Garrido Canabal en Tabasco, fue la de que se identificaron con las demandas y las reivindicaciones sociales y económicas de los obreros y de los campesinos y las satisficieron en gran medida, aplicando muchas veces medidas de alcance limitado, sujetas sus administraciones a vacilaciones y contradicciones. Esos liberales tuvieron la virtud de colocarse a la izquierda del carrancismo conservador y después romper con el con la aprobación del Plan de Agua Prieta, que culminó con el entronizamiento en el poder de los grupos más progresistas (los de Obregón, de la Huerta y Calles). Aunque ellos eran partidarios de la propiedad privada, pero  no la consideraban como algo absoluto sino que había que someterla  a una serie de limitaciones, aquellas que respondían a las exigencias de los obreros y de los campesinos y del pueblo, en general.  Eran favorables a la instauración de un régimen democrático, pero no de la democracia política clásica pues compartían la preocupación de contar con un poder Ejecutivo fuerte y con una economía  centralizada, lo que los apartaba de las tesis originarias de Molina Enríquez.

El estado surgido del proceso revolucionario no fue, desde luego, un estado socialista porque la clase obrera no fue la clase hegemónica en la lucha contra la dictadura y porque tampoco había un partido que se inspirara en la filosofía del proletariado. Pero tampoco fue un estado indiferente a los antagonismos entre el capital y el trabajo sino su accionar debía ser siempre favorable  los intereses vitales de los trabajadores de la ciudad y del campo. Por lo menos esa fue la tesis y la conducta de los hombres más consecuentes y progresistas, los cuales se opusieron a los jefes políticos y militares, a los funcionarios públicos, que trataban siempre de mantener una actitud conciliatoria “entre los factores de la producción”, como los Pani y los Puig Causaranc, que se instalaron en el sector más conservador. Diputados claramente provenientes de las filas de la clase obrera fueron pocos en Querétaro, sobre todo Victorio Góngora, Carlos L. Gracidas, Dionisio Zavala, Nicolás Cano, pero no actuaron en forma conjunta defendiendo principios marxistas sino más bien dejaron el camino libre  a  los liberales sociales, emparentados con el pensamiento obrerista de Obregón. Más bien actuaron en una alianza los marxistas y obreristas con los liberales sociales.

A pesar de todo, la promulgación de la Constitución de I917 propició un gran movilización de los campesinos y de los obreros, que exigían se cumplieran los artículos 27 y   123 y demandaban la emisión de leyes reglamentarias. Esta formidable presión popular y nacional hizo que todos los funcionarios y dirigentes políticos de la época se reconocieran como socialistas, que estaban luchando por la implantación de ese sistema, sin precisar a qué tipo de socialismo se estaban refiriendo. Ellos no pensaban que había  que modificar de raíz el régimen de la propiedad privada, entre otras cosas, porque como institución estaba contenida de una manera explícita en la Carta Magna. Opinaban que al destruir la gran propiedad territorial estaban marchando hacia el socialismo.  Un socialista reformista, Ramón P. Denegrí, quien en la ciudad de Nueva York, siendo cónsul de México abrevó en la literatura marxista y estableció contactos estrechos con los socialistas y radicales norteamericanos, presidió en el régimen de Obregón la Comisión Nacional Agraria, la cual se encargó de hacer los  estudios técnicos y de realizar las primeras acciones para el reparto de las tierras a  los campesinos y otro socialista, de tendencias anarquistas, Miguel Mendoza López, también funcionario de esa dependencia, se encargó de organizar las primeras ligas de labriegos, para que se formaran los comités particulares agrarios, los cuales tramitarían las solicitudes de dotación  a los pueblos y comunidades. Predominaba en ese momento el criterio de que las superficies entregadas a los campesinos se explotaran comunalmente, entrando en abierta contradicción con la tesis de Molina Enríquez de que lo hicieran de una manera individual.

En la constitución de las ligas campesinas, impulsadas, repetimos, desde las instancias del poder público participó Felipe Carrillo Puerto en el estado de Morelos primero y después, claro está, en el estado de Yucatán. Carrillo Puerto había sido colaborador  estrecho del general Salvador Alvarado y durante su estancia en la ciudad de México actuó en el llamado buró Latinoamericano, auspiciado por los delegados de la Internacional Comunista, como el japonés Sen Katayama, pero al poco tiempo se separó de ellos porque llegó al convencimiento, gracias a los consejos del norteamericano Robert  Haberman y a las cartas de José Ingenieros de que era posible una lucha y una ruta hacia el socialismo sin necesidad de adherirse, de una manera plena y mecánica, al camino de la Rusia soviética, pero tampoco, claro está, sin enfrentarse con ella, sino prestándole toda la solidaridad posible.  La obra gubernativa de Alvarado y de Carrillo en la península yucateca influyó de una manera notable  en la formación y en la orientación de los gobiernos populares de Veracruz, Campeche y Tabasco y en general en la organización de las grandes asociaciones de los trabajadores por la defensa de sus intereses concretos, como los sindicatos inquilinarios, las ligas campesinas, las cooperativas y otros.

La lucha por la forma que debía asumir la explotación de la tierra se dio entre los liberales burgueses y los socialistas y anarquistas y estuvo presente por una larga etapa. Obregón y Calles eran partidarios sobre todo de la pequeña propiedad, pero ante la organización y la presión de los campesinos se vieron obligados a dotar de tierras a los núcleos ejidales, aunque establecieron una deformación de esencia: la parcelación de carácter individual. La línea de la explotación comunal venía de las ideas que al respecto había planteado Flores Magón, encontrando una gran coincidencia con la lucha de las guerrillas zapatistas. Hubo contactos entre Ricardo y Emiliano, pero no fructificaron en ninguna alianza concreta, el segundo le pidió al primero que se trasladara al estado de Morelos para continuar su lucha en territorio mexicano y seguir publicando Regeneración, pero esto no sucedió; cerca de Zapata estaba Díaz Soto y Gama cuyos juicios  se plasmaron en muchos documentos de la causa zapatista. Zapata y Flores Magón coincidían en la defensa de un modo de producción, que estaba firmemente arraigado en el desenvolvimiento económico de la nación y que había resistido las embestidas de las leyes de desamortización y de las compañías deslindadoras y porque de alguna manera deseaban regresar al pasado, sin tomar en cuenta que esto ya no era históricamente posible. En el mes de febrero de 1918 Zapata expresó su admiración por la revolución bolchevique, pensando que México y Rusia tenían las mismas causas motoras,  sin observar las grandes diferencias que había entre ambos procesos, pero esa simpatía no se tradujo en ninguna inclinación hacia el comunismo. Esas diferencias fueran advertidas por intelectuales socialistas como Rafael Nieto, uno de los principales difusores de las tesis marxistas y más adelante por Jesús Silva Herzog, cuando fue embajador de México en Rusia y después de haber estudiado la experiencia de la edificación del socialismo en aquel país.

En México, frente a la revolución de Octubre se presentaron dos actitudes: una de admiración franca, defensa a ultranza y de seguimiento puntual y mecánico deseando considerarla como el prototipo de la revolución y el camino que debían seguir todo los países del mundo, principalmente impulsada por los comunistas de la tercera internacional y otra, la de una cierta aprensión pues si bien reconocían los enormes cambios sufridos en el país más atrasado de Europa, opinaban, no obstante que la revolución mexicana era una vía más progresista y más radical, pero sobre todo original. Los liberales burgueses consideraban que la revolución soviética era  un acontecimiento sobre todo europeo o asiático que poco  nada podía aportarle a nuestro país porque, aducían, que éste tenía un camino específico hacia el progreso. Más les interesaba el sistema cooperativo en Alemania, que generó mucha admiración, por ejemplo en Calles, el funcionamiento de la acción múltiple en la Gran Bretaña, que las grandes acciones colectivizadoras de los bolcheviques. En cambio, sí eran partidarios de la existencia de un partido popular, con un amplia base obrera y campesina, que fuera hegemónico en el estado y de una economía sometida y orientada por un  plan; creían encontrar similitudes entre los koljoses soviético y los ejidos mexicanos, pero en el fondo, la diferencia fundamental, esencial, que ocultaban con mucha frecuencia por el temor a ser considerados como reaccionarios o derechistas era la prevalecía del régimen de la propiedad privada o su sustitución por la propiedad social de lo mismos.

Los anarquistas se “decepcionaron” del rumbo que Lenin le imprimía el funcionamiento del nuevo estado proletario, sobre todo al nacionalizar grandes ramas de la economía y crear enormes empresas estatales y al asignarle al partido una enorme fuerza en la toma de las decisiones públicas. Ellos esperaban que la economía nacional se repartiera para ser explotada en pequeñas unidades de producción y que la base del poder político fueran los sindicatos y las asociaciones de campesinos. Las ácratas norteamericanos, encabezados por Emma Goldman, fueron los primeros en enderezar fuertes críticas a la dirección leninista, hasta romper con ella, después lo hicieron los militantes de las IWW que habían participado en la fundación de la Internacional Sindical Roja y más adelante esas diferencias las expresó Ricardo en sus escritos de la etapa final de su vida, las cuales fueron reivindicadas por la Confederación General de Trabajadores. Respaldaron la lucha que contra el poder soviético llevaba adelante el anarquista Majno, lo cual se tradujo en un violento antagonismo contra los comunistas.

Los intereses económicos que protegía y defendía la embajada de los Estados Unidos en México se movilizaron para levantar el fantasma del peligro bolchevique que se cernía sobre nuestro país. En la Unión Americana se desató la persecución contra las agrupaciones comunistas y socialistas porque según esta concepción eran instrumentos de un gobierno extranjero que tenía como finalidad la de destruir el régimen político democrático, basado en la propiedad privada. Muchos militantes marxistas fueron llevados a la cárcel, durante la embestida del procurador Palmer quien implantó una lucha abierta contra el denominado terror rojo, cientos de trabajadores extranjeros que se suponía  estaban vinculados o influidos por   organizaciones anarquistas o socialistas fueran expulsados de los Estados Unidos y se dictaron leyes de emergencia para prevenir y sancionar actos de sabotaje, espionaje o cualquier acción desestabilizadora que proviniera de esas organizaciones. Esa política nacional norteamericana se pretendió extender a México por el secretario Kellog y el embajador Sheffield quienes calculaban que también nuestro país estaba a merced del peligro de la expansión de los bolcheviques y ejercieron enormes presiones a los gobiernos de Obregón y de Calles para que sacara del país a los extranjeros extremistas y pusiera límites a los comunistas,   cuya fuerza social y política fue artificialmente magnificada por los reportes de los agregados militares acreditados en la legación yanqui.

VIII

A principios del siglo XX esta era la conformación de las principales corrientes ideológicas en el seno del movimiento obrero: por un lado, estaban los grupos y los militantes anarquistas, que predominaban en los sindicatos existentes; después se encontraban los sindicalistas o los socialistas reformistas que eran partidarios de la acción múltiple,  aunque no la desarrollaban desde el punto de vista teórico todavía, ni menos aún podían llevarla a la práctica, los que  seguían en importancia a los primeros y en tercer término estaban los grupos y elementos comunistas que se comenzaron a organizar en torno a las directrices de la tercera Internacional. Durante los congresos obreros de Tampico y Veracruz, celebrados en el año de 1917, no se había llegado a ningún acuerdo fundamental en materia programática y menos aún, organizativa pero existía la convicción en muchos dirigentes sindicales de seguir efectuando encuentros y reuniones para alcanzar esos propósitos. En esos congresos en realidad habían prevalecido los anarquistas pues en ambos se decidió rechazar  la participación de los obreros en la política nacional.

El resultado final de la alianza entre la Casa del Obrero Mundial y el gobierno carrancista fue aleccionador en varios aspectos: los trabajadores no podían, no debían confiar en la conducta ni en las políticas de los liberales burgueses,  la satisfacción de sus demandas económicas y sociales tenían que lograrse por sus propias fuerzas y merced a su propia lucha, en el marco de la acción directa contra los capitalistas. En el fondo, el rompimiento con Carranza y la represión que posteriormente desató en contra de la COM, había sido motivado por diferencias de clase. Pero a la vez, no podían ni debían cancelarse en forma definitiva la política de alianzas con grupos o sectores no proletarios, como lo sostenían con mayor insistencia los elementos anarquistas, que eran los más intransigentes en conservar una supuesta pureza ideológica y la autonomía de clase. La lucha por estos objetivos, en el momento en que existía un fuerte reacomodo entre los grupos revolucionarios triunfantes, sobre los cuales había que tomar posición, ya había perdido su poder de exaltación entre los obreros y por lo tanto, las prédicas abstencionistas comenzaron a retroceder.

Las huelgas ocurridas en la ciudad de México durante la etapa en que permaneció ocupada por las fuerzas  carrancistas, la forma como fueron solucionando las huelgas, utilizando a la policía y al ejército, al grado de aprobar la sentencia de muerte a sus principales dirigentes, sentencia, que, como sabemos, finalmente no se llevó a cabo pero que reflejaba la animadversión que el primer jefe tenía contra los obreros, permite también llegar a las siguientes conclusiones: el grupo encabezado por Carranza había aceptado a regañadientes la alianza con la COM, pues no estaba  convencido de la necesidad política de la misma, ni mucho menos se identificaba  con las aspiraciones del proletariado. De ello dio muchas muestras. En la capital del país dictó algunas medidas contra los acaparadores de productos de primera necesidad, pero pidió a los jefes militares que no incurrieran en excesos y trató de sustituir solo en parte los billetes de papel por monedas de oro de curso regular para detener el sensible deterioro del poder adquisitivo de los salarios. La reforma monetaria, promovida por Luis Cabrera, quedó inconclusa pues en aquella época tanto en la capital de la república como en las zonas dominadas por los carrancistas, se vivió una grave situación económica y social en la que los trabajadores y los campesinos carecían hasta de los alimentos más indispensables, mientras los precios de los mismos subían en forma escandalosa.

En el seno del carrancismo era posible advertir dos tendencias: una, encabezada por Rafael Zubarán Capmany y la otra dirigida por Obregón. Al primero se le encomendó que elaborara un proyecto de legislación obrera y si bien incluyó demandas como la jornada de ocho horas, el descanso dominical, el salario mínimo, los pagos de indemnizaciones por accidentes laborales, no aceptó el papel del estado como tutelar de los derechos de los obreros. El creía  que los salarios altos  en realidad pronto se convertían en mayores beneficios para los empresarios pues en la medida en que los obreros tenían mejores remuneraciones, generaban elevados niveles de productividad y trataba de convencer a  los capitalistas de que aceptaran esta situación. En cuando a su concepción del socialismo, lo consideraba simplemente como un grito, de desesperación y dolor de los proletarios por los sufrimientos experimentados en extenuantes jornadas laborales, las cuales eran contraproducentes pues debilitaban  a la raza. Esta línea de pensamiento era, desde luego, apoyada  por Carranza quien opinaba que los obreros y los campesinos eran tan solo unas clases más en que se componía la sociedad mexicana, pero que también estaban los industriales, los comerciantes, hacendados y que el gobierno estaba obligado a proporcionarle garantías a todas ellas, sin inclinarse por alguna de ellas en lo particular. Cuando los dirigentes de la COM le ofrecieron su apoyo lo rechazó en una primera instancia diciéndoles que no le interesaba pues ya  tenía el respaldo de los campesinos y solo suscribió el pacto mediante el cual se formaron los Batallones Rojos por intermediación de Obregón .Calculaba que una vez que fueran derrotados los ejércitos de la usurpación y restablecido el orden constitucional, los obreros regresarían tranquilamente a sus fábricas y talleres y los campesinos a los campos de labranza y seguiría la lógica esencial del modo de producción existente.

En los discursos oficiales de los constitucionalistas, Zapata representaba la barbarie y la destrucción, el inútil derramamiento de sangre, pues   siempre consideraron como muy pobres sus demandas de carácter social, casi nulos sus planteamientos de tipo político, mientras  Villa defendía simplemente los intereses de la reacción y del clero y esas concepciones se hicieron prevalecer en las deliberaciones  de la Casa del Obrero Mundial. Por otra parte, ni entre los dirigentes de esta agrupación, ni entre los intelectuales que trabajaban cerca de las guerrillas sureñas había un acercamiento importante que permitiera apreciar las afinidades de clase entre los obreros y lo campesinos, ni por lo tanto, se pudo establecer una alianza política. Por otra parte, Carranza, al promulgar la ley  del 6 de enero de 1915 asumió como propias  las banderas de los  zapatistas, los cuales, además, desde el punto de vista geográfico, solo se limitaban al pequeño estado de Morelos, en tanto los contingentes militares carrancistas estaban operando, con base en verdaderos ejércitos, compuestos sobre todo por campesinos e indígenas, en casi todo el territorio nacional, llevando sobre sus espaldas el peso fundamental de la guerra contra Huerta. En cambio, con Villa ni siquiera se exploró la posibilidad de una alianza pues no había cerca de él personalidades que vislumbraran la importancia o trascendencia de un acuerdo de esa naturaleza, preocupado como estaba el jefe militar norteño en aplastar a los huertistas y en superar sus dificultades con Carranza. Ni siquiera fue posible una alianza entre Villa y Zapata pues mientras el primero era partidario de la pequeña propiedad, de un pequeño ranchito, se decía, para todos los campesinos, el segundo, como sabemos, estaba a favor de la explotación comunal de la tierra. Nunca hubo condiciones para entablar una alianza obrero campesina.

Existen suficientes elementos informativos para considerar que Obregón tuvo un destacada participación en el acercamiento de la COM hacia Carranza pues fue Gerardo Murillo, el doctor Atl, quien había regresado a México después de haber militado un breve tiempo en el Partido Socialista Italiano, el que inclinó la balanza en la actitud de los obreros hacia el primer jefe y Murillo está muy vinculado a Obregón. Después este fue un factor importante  para evitar o suavizar las actitudes duras y represivas del hacendado de Coahuila en contra de los trabajadores y dotó  la COM de inmuebles y dinero para que los sindicalistas que regresaron a la ciudad de México después de haber luchado en los campos de batalla contra los  villistas, pudieran alimentarse. Como dicen Araiza y Salazar, no solo historiadores sino también participantes directos en esos sucesos, esa conducta de Obregón le generó una gran simpatía entre los obreros  que lo consideraban su amigo, influencia que después le fuera muy útil para entablar su propia política de alianzas ya dueño del poder. Todo ello en contraposición a la animadversión que los sindicalistas  tuvieron por el general Pablo González, quien había organizado la persecución contra los huelguistas de la capital de la república.

Desde el punto de vista militar se formaron varios batallones de obreros, pero todos quedaron bajo las ordenes de los jefes carrancistas y su participación más destacada se dio en la batalla de Celaya en la que Obregón venció a Villa mediante la aplicación de una táctica engañosa pues primera se dejó acosar por las cargas de caballería de la División del Norte y después organizó el establecimiento de un cerco contra aquellas hasta provocar la huída de los atacantes. En esas hostilidades, los miembros de la COM actuaron bajo las órdenes directas del general sinaloense Juan José Ríos, quien en sus años juveniles había abrevado en las páginas de Regeneración, de los hermanos Flores Magón, atacando por el flanco izquierdo a las tropas norteñas. Al concluir la lucha, Obregón decretó la implantación del salario mínimo par los jornaleros del campo y permitió que los dirigentes obreros formaran algunos sindicatos, como se estipulaba en una de las cláusulas del referido pacto. En  los medios de prensa de la época, Obregón se presentaba no solo como un hábil militar,  el principal brazo armado de Carranza, sino también como un hombre profundamente preocupado por los problemas de los obreros y de los campesinos y enseguida, muy cerca de él, siguiendo esa misma línea política,  pero siempre atrás, el general Plutarco Elías Calles. Se hacía muy frecuente referencia a que Obregón había leído también la prensa magonista y que el había sido obrero en un establecimiento de maquinaria agrícola en el estado de Sonora y que por lo tanto compartía las preocupaciones de los trabajadores.

¿Qué fue la Casa del Obrero Mundial? Un centro de formación política de cuadros cuya principal función consistía en organizar sindicatos en todo el país y de una manera particular en las zonas o ciudades en las que dominaban los carrancistas, todo ello bajo la orientación de un núcleo de militantes anarquistas, tanto extranjeros como nacionales. Sus principales actividades se concentraron en la ciudad de México, en donde, además, la Casa operó como un centro educativo y cultural, en el que convivían los anarquistas con otros elementos que eran demócratas liberales, como Isidro Fabela  pusieron en funcionamiento una escuela racionalista, la cual no pudo desarrollar todas sus potencialidades pues su principal encargado, Francisco Moncaleano fue expulsado del país y la mayoría de los sindicalistas se tuvieron que trasladar al puerto de Veracruz para incorporarse a la lucha armada. A pesar de la total negación para incursionar  en el campo político, los ácratas de la COM se acercaron  a la Cámara de Diputados para exigir una serie de derechos y reivindicaciones, conmemoraron por la primera vez la histórica fecha del 1º. de Mayo y combatieron a la dictadura de Victoriano Huerta, en asociación con los liberales progresistas. Los miembros de la COM eran internacionalistas muy consecuentes pues consideraban que los intereses del proletariado traspasaban las fronteras nacionales y que lo importante era la disposición común que les unía a todos ellos para luchar contra el capitalismo.

El pacto con Carranza y los resultados diversos arrojados generaron consecuencias para los militantes de la COM y para el movimiento obrero en su conjunto pues mientras para algunos se había demostrado que había sido un costoso error haber entablado esa alianza, para otros representaba la oportunidad de replantear, sobre bases nuevas y en función de la experiencia adquirida, las viejas concepciones abstencionistas y por el contrario, proclamaron la necesidad de incursionar con mayor fuerza en ese terreno. Se enfrentaron entonces dos criterios, los cuales, al no poder superarse en el seno de la COM terminaron por disolverla, produciéndose una diáspora de dirigentes, los cuales regresaron a las filas de sus sindicatos, para seguir buscando una oportunidad para volver a reagruparse. Los anarquistas se atrincheraron en el odio y el resentimiento de clase, pero se mostraban incapaces de dar soluciones a las demandas económicas y sociales de los trabajadores y otros miembros de la COM se aglutinaron en torno de un trabajador electricista, Luis. N Morones, quien no había formado parte de los batallones rojos porque permaneció en la ciudad de México y que había  sido nombrado por Carranza gerente de la Compañía Eléctrica y Telefónica, en donde demostró tener capacidades administrativas. Morones era sobre todo un autodidacta, que leía libros y folletos no solo de tendencia anarquista sino de pensadores de otras vertientes socialistas y obreristas, pero era, sobre todo, un hombre práctico, realista, muy disciplinado en el cumplimiento de las tareas encomendadas, aunque también muy afecto a las comodidades materiales y a los lujos.

Este grupo examinó críticamente las experiencias derivadas de la alianza con Carranza y  diferencia de los anarquistas, encabezados por Jacinto Huitron, acordó seguir un camino distinto: el rompimiento había ocurrido porque no existía una poderosa organización sindical de alcance nacional pues la COM se limitaba a la región central del país y a   que no existía un partido político proletario capaz de intervenir con suficiente fuerza en la política nacional. Morones se dio a la tarea de escrudiñar en el interior de los grupos que componían el carrancismo y encontró que el grupo que más se identificaba con los intereses de los obreros y de los campesinos era el de Obregón, de tal manera que al darse a conocer el Plan de Agua Prieta, mediante el cual los militares sonorenses radicales  pasaban a la lucha frontal contra Carranza, Morones estuvo con ellos y comenzó a establecer relaciones con los líderes de la American Federation Of Labor y de una manera particular, con Samuel Gompers, abriendo así nuevas perspectivas para el movimiento obrero mexicano. Morones habló con el embajador Ignacio Bonillas, candidato presidencial favorito de Carranza y concluyó que era un hombre totalmente desconocido en México pues casi todo su vida la había pasado en el extranjero, se entrevistó después con el general Pablo González, para opinar que era un reaccionario, encontrando solo receptividad y concordancia en el general Álvaro Obregón, con quien estableció relaciones que se caracterizaron por su inestabilidad y fluctuación pues los militares y políticos que pertenecían el círculo más estrecho del gran soldado siempre vieron con recelo y atingencia ese acercamiento. Igual actitud asumió el Partido Nacional Agrarista, cuyos líderes habían acordado con Morones que la CROM afiliaría solo a los campesinos jornaleros y ellos a los solicitantes de tierra, que, por supuesto, eran la mayoría de los campesinos de México. Morones se opuso a dicho acuerdo criticando la táctica de los agraristas que según el era muy limitada pues se circunscribía al reparto de las parcelas y que en cambio la CROM pugnaba, además, por la entrega de créditos y de maquinaria agrícola. Además, muchos miembros de la CROM eran campesinos sin tierra, habían instaurado cientos de expedientes de restitución y de dotación de tierras y en el Comité Central existía una Secretaría de Agricultura, la que siempre desempeñó una intensa actividad.  Durante la primera etapa de la CROM, el anarquista Antonio Díaz Soto y Gama militó en sus filas pero en la convención de Guadalajara decidió separarse de ella para formar su propia organización,  el Partido Nacional Agrarista, que pretendió erigirse también en el continuador práctico de los ideales agrarios de Emiliano Zapata.

           Al iniciarse el régimen de Obregón, los trabajadores pugnaron por el respeto irrestricto al derecho de asociación sindical, al derecho de huelga, pero sobre todo demandaron la formulación de las leyes reglamentarias del artículo 123 constitucional que hasta ese momento no se había aplicado, entre otros causas, por la inestabilidad política reinante en todo el país. Los campesinos, por su parte, consideraron que había llegado el momento de iniciar la fragmentación de las grandes haciendas y de restituir a los pueblos y a los ejidos las tierras que les habían sido ilegalmente despojadas sobre todo en la época porfirista. Por ello, surgió la necesidad de unificarse nacionalmente en grandes organizaciones obreras y campesinas, que superaran las limitaciones de la COM. Habían emergido otros partidos no proletarios, como el Nacional Constitucionalista, el Cooperatista y el reparto de las posiciones en el Congreso de la Unión, en las gobernaturas de los estados y en la administración pública se realizaba tomando en cuenta en forma exclusiva a esos partidos burgueses y personalistas, que se aglutinaron en torno a la figura de Obregón para poder capitalizar la gran autoridad moral y política que tenía entre el pueblo.

VIII

El gobernador del estado de Coahuila, Gustavo Espinosa Mireles, quien durante un tiempo se desempeñó como secretario particular de Venustiano Carranza, lo que permite apreciar la gran cercanía que tenía con el, convocó a un Congreso Nacional Obrero, que se realizaría en la ciudad de Saltillo en el mes de mayo de 1918. En el artículo 2 de la convocatoria se autorizó al Ejecutivo para que erogara los gastos necesarios para la preparación de dicho encuentro. Después se integró una Comisión Organizadora, compuesta por Juan Lozano, Andrés de León y Ricardo Treviño, la cual enfrentó serias dificultades para cumplir con sus objetivos pues la mayoría de los líderes de la época no deseaban ya mezclarse en política y menos aún ante el llamado de un alto funcionario público muy emparentado con Carranza. La convocatoria, por provenir de una personalidad con esas características causó en ellos una gran desconfianza pues pensaban que Espinosa Mireles pretendía manipular ese encuentro, naturalmente, en beneficio del gobierno en turno. Ello hizo que los integrantes de la citada Comisión Organizadora emprendieran viajes muy intensos hacia las regiones fabriles, sobre todo, para hablar directamente con los dirigentes sindicales a efecto de persuadirlos de que ese Congreso no entrañaba ningún riesgo.

 

Todavía estaban frescas las experiencias frustradas de los congresos de Veracruz y Tampico en los cuales, como hemos afirmado, no se habían puesto de acuerdo los partidarios del anarquismo con los elementos sindicalistas reformistas que empezó a jefaturear Morones. Se tenía el temor de que ocurriera un nuevo fracaso. En el primer congreso se descartó en forma definitiva la lucha política y se condenó a los sindicatos a emprender luchas exclusivamente de carácter salarial o económico  debiendo recordar que Morones fue expulsado del Sindicato Mexicano de Electricistas, al que pertenecía por razón de su profesión, por haber aceptado el cargo de secretario del ayuntamiento de la ciudad de Pachuca y por haber sostenido conversaciones con Samuel Gompers, que era repudiado por los anarquistas y los comunistas.

La resistencia mayor para asistir al Congreso de Saltillo la presentó la Federación de Sindicatos del Distrito Federal, en donde coexistían anarquistas y partidarios de Morones y que había sido una organización de alguna manera heredera directa de lo que había sido la Casa del Obrero Mundial. Era una agrupación  importante, hasta diríamos que decisiva para una eventual unificación del proletariado a nivel nacional. En ella Jacinto Huitrón, obrero ferrocarrilero, que había participado en los batallones rojos y eran un hombre de una honradez acrisolada, que defendía con una gran pasión sus ideales libertarios, pero de muy escasa preparación teórica, como dice Rosendo Salazar, quien lo conoció muy bien, expresaba en forma reiterada que la política como tal entrañaba siempre  una falsedad, que era una fuente infinita de corrupción y en cambio Morones sostenía la necesidad de que se buscara un acercamiento con Obregón.

Estas posiciones fueron irreconciliables. Huitrón parecía ignorar  que “a pesar de las contradicciones existentes entre los diferentes sectores que componían los ejércitos populares, que habían luchado contra la dictadura porfirista, la mayoría de sus jefes eran caudillos que representaban y exponían las aspiraciones de los trabajadores del campo y de la ciudad, ligados a las grandes masas del pueblo, de las cuales recibían su inspiración. “ El proceso de revisión respecto de las tesis precedentes también lo emprendieron Celestino Gasca, Reynaldo Cervantes Torres, Samuel O. Yúdico, Ezequiel Salcedo, José F. Gutiérrez, Fernando Rodarte, militantes todos de la Casa del Obrero Mundial, pero que consideraron era imperioso modificar la estrategia y la táctica de la clase obrera. Su preparación académica era, ciertamente,  muy escasa, pero tenían una gran intuición política, una apreciable capacidad organizativa y una gran resolución para el combate pues no solo actuaron en los campos de batalla al lado de los carrancistas sino también empuñaron las armas para luchar contra otros grupos.

Después de haber revisada las actas del Congreso de Saltillo podemos concluir que si bien el gobernador Espinosa Mireles lo convocó y pagó sus gastos, no tuvo ninguna ingerencia en su composición, ni  menos aún, en sus deliberaciones pues el desarrollo de los trabajos estuvo a cargo por entero  de la Comisión organizadora ya señalada con anterioridad y por la Mesa Directiva de Debates, que fue integrada de una manera plural y por lo tanto los delegados procedieron con absoluta libertad. Una vez que se vencieron todas las resistencias, a las que hemos hecho alusión con anterioridad, se observó un claro predominio de los militantes de la corriente de Morones, tanto en la conducción de las discusiones, como en los debates mismos, aunque se designó a Huitrón como secretario general del Comité Directivo del encuentro, en tanto que Morones ocupó la cartera de secretario de Interior, Teodoro Ramírez, secretario del Exterior y Ricardo Treviño fue el secretario de Actas.

Este último observó una evolución en su conducta  pues primeros actuó en el puerto de Tampico como un sindicalista influido por las IWW y por lo tanto era adversario de la participación de los trabajadores en la política pera ya en el Congreso de Saltillo  operó en forma mancomunada con Morones, olvidó los ataques que le había lanzado con anterioridad y hasta formó parte del Grupo Acción. Treviño tuvo un proceso muy parecido al de Soto y  Gama pues de las tesis anarquistas pasó a sostener las de carácter sindicalista, fue secretario general del Comité Central de la CROM y mantuvo una violenta y persistente oposición a la participación en los sindicatos de los trabajadores de filiación comunista, hasta culminar en un rechazo total a esa doctrina.

El Congreso reconoció que “el problema social tiene como origen el problema económico y que este no podrá solucionarse mientras los productos de la tierra en todas sus aplicaciones se hallan acaparados por una minoría que no es productora y sí consume todo lo que resulta o se deriva del esfuerzo humano.” En cuando a la relación con el gobierno consideró “que si el mismo necesita  de la cooperación moral y material de los elementos representados en el Congreso para vencer las dificultades que surjan con motivo de la implantación de los beneficios que en parte contiene la Ley Fundamental vigente, se le prestará  franca y decididamente, entendiéndose que esta ayuda se sujetará en todo a los procedimientos seguidos por los organismos obreros dentro de su lucha social. Pero si a pesar de esta manifiesta buena voluntad, no se consigue la reciprocidad del gobierno, los representantes del proletariado tendrán que atenerse a sus propias fuerzas.”

En estas orientaciones predominaron los dirigentes de la corriente de Morones, al expresar la necesidad fundamental de destruir la estructura latifundista de la nación,  la que se conceptuaba como el principal obstáculo para el desarrollo del país, de repartir la tierra a los campesinos y de hacer cumplir el artículo 123 de la Constitución. Se planteo el compromiso programático de que la naciente organización obrera prestara una solidaridad efectiva a todas las agrupaciones hermanas, independientemente de las diferencias políticas que pudieran existir con sus líderes. Se definió que la forma actual de organización social estaba determinada por la existencia de dos clases opuestas, los explotados y los explotadores y que esta organización era esencialmente injusta toda vez que permitía  la abundancia y hasta el exceso, la opulencia de algunos y en cambio, condenaban a los más a la escasez y hasta la mediocridad.

Añadieron que”la clase explotada de la que constituye la mayor parte de ella la clase obrera nacional, tenía derecho a establecer la lucha de clases, afecto de obtener su mejoramiento económico y social de sus condiciones de vida y finalmente a su completa manumisión de la tiranía capitalista. Para poder contrarrestar la organización cada vez más creciente con que cuentan los explotadores, la clase explotada debe organizarse como tal, siendo la base de su organización el sindicato. La CROM considera que el frente único mundial del proletariado habrá de lograrse solo en base al respeto por la forma de lucha que en cada región y en cada país sostenga el proletariado organizado. La solidaridad y la cooperación internacional de los grupos de trabajadores no debe llegar hasta la sujeción de uno o de todos ellos a la tiranía de uno o varios; el medio racial, geográfico, la tradición histórica  y otros factores particulares determinan en cada nación la forma especial de la lucha de clases. Lo que debe unir a los pueblos en contra del régimen capitalista no debe ser, pues, la uniformidad de la táctica de lucha sino la unanimidad del propósito para transformar la actual estructura social.”

            Aunque en la convocatoria del Congreso se estableció la prohibición de discutir asuntos religiosos y políticos, cuestiones referentes al poder público, por una necesidad histórica se abordó ese asunto: apoyar al gobierno solo en la medida que cumpliera  con las reivindicaciones del proletariado y combatirlo cuando se apartara de esa conducta. Se rechazó la táctica de la oposición abierta, sistemática,  o sea la conocida tesis que al respecto habían manejado los anarquistas. La clase obrera industrial consideró a los campesinos como sus aliados naturales, pero no excluyó a priori las alianzas y los pactos con otras organizaciones y personalidades no proletarias, por lo que se hizo a un lado la tesis de la autosuficiencia del proletariado, que  tantos daño había causado en diversos países del mundo. Sin mencionar la lucha política de una manera directa, ni menos aún, la de carácter electoral, esta forma de lucha estaba implícita en la adopción de una táctica flexible frente  la burguesía.

Aquí se encontraba el embrión de la tesis de la acción múltiple y el rechazo categórico a la acción directa. Esta fue la base teórica de la formación del Partido Laborista, dos años después, durante la convención realizada en la ciudad de Zacatecas, en la que se decidió respaldar la candidatura presidencial de Álvaro Obregón, después de haber negociado con él una serie de posiciones en la administración pública, que no se entregaron finalmente. Juan Lozano fue quien al parecer platicó con el héroe de Celaya pero el texto que se suscribió fue conocido varios años después de su firma, lo que demostró que Obregón obedecía más bien a las presiones de sus allegados y de los dirigentes de los otros partidos que también lo respaldaban y que no estaba dispuesto  a fortalecer a los laboristas..

El Congreso hizo suyo el principio fundamental de la manumisión del proletariado, es decir, de su liberación como clase explotada pero no se pronunciaron los delegados de una manera expresa por la construcción de una sociedad socialista, como la definió Carlos Marx, es decir, no tomaron en cuenta la necesidad de que la clase obrera fuera la clase dirigente de esa nueva sociedad, que procediera a organizar la propiedad social de los instrumentos de producción. La ausencia de definiciones de esa naturaleza se puede explicar por el retraso ideológico que tenían la mayoría de los delegados, por los compromisos que ya había adquirido el grupo de Morones con el obregonismo y también se puede entender   como una concesión que hicieron a los anarquistas, para no tratar un tema que en el pasado siempre había dividido y enfrentado a los trabajadores.

Lombardo Toledano definió que cuando nació la CROM el país estaba desnacionalizado, los servicios públicos en manos de empresarios ingleses, norteamericanos, canadienses, la industria textil en manos de españoles y estadounidenses y el comercio controlado por los norteamericanos y desde luego, era letra muerta el artículo 123 de la Carta Magna por lo que esa central obrera, en ese contexto, se transformó en un poder real, al lado del ejército, del clero y de las camarillas políticas. “El presidente de la República era  el jefe nato del ejército, el líder del partido dominante y lo mismo se le pedía un servicio o se le reclamaba un deber  como máxima autoridad política que como caudillo. La CROM no era enemiga del capital porque ella misma moriría si sus miembros carecieran de trabajo y porque sin producción México desaparecería de la estadística internacional. El desarrollo de las fuerzas productivas, promovida por los gobiernos revolucionarios, había  generado el acrecentamiento de la conciencia clasista y la marcha hacia las grandes organizaciones sindicales nacionales, a la integración de los sindicatos en entidades mayores y al robustecimiento de la disciplina sindical. La Constitución no fue escrita por abogados aun cuando hubo varios inteligentes forenses entre los constituyentes. El Congreso (de Querétaro) fue un cuerpo esencialmente político, inspirado por un espíritu revolucionario de cambio. La Constitución es más bien un documento revolucionario, que una ley técnicamente perfecta”. De ahí que la CROM encontrara en la Constitución muchas banderas de lucha y se identificara con el proceso de cambio que se había iniciado en 1910.

Aunque Lombardo afirma que asistió como delegado de la Universidad Popular Mexicana al Congreso de Saltillo y que en el propuso la creación de centros culturales para los trabajadores, lo cierto es que esa intervención no está registrada en las Actas que hemos examinado, probablemente porque en la convocatoria se estableció que los enviados de las organizaciones de esa naturaleza tenían derechos limitados.  Sea lo que fuere, lo cierto es que en ese encuentro se comenzó a plantear la necesidad de que el proletariado tuviera su propia tesis en materia educativa, advirtiéndose ya la estrechez de miras que tenía   la escuela racionalista, la cual, pese a todo,  todavía fue reconocida como esencialmente válida y se expresó la conveniencia de incorporar a los intelectuales a las actividades de los obreros industriales, tratando de superar las reticencias que los anarquistas habían tenido siempre al respecto.

Con la aparición de la CROM sin duda se fortaleció la conciencia de los trabajadores, no solo como clase explotada nacionalmente hablando sino también se reafirmó su conciencia internacionalista y antiimperialista y se formó una auténtica generación de dirigentes obreros, como no habían existido en el pasado, culminando en cierta forma una de las metas que se trazó la Casa del Obrero Mundial. Estos líderes, tanto nacionales como regionales, superaron la formación anarquista del pasado, que se basaba sobre todo en el resentimiento de clase y en una serie de formulaciones políticas abstractas, para descansar en un conocimiento más amplio de la historia de México y del mundo, de la economía política socialista, de la legislación laboral imperante y en una importante experiencia de carácter administrativo. Desde luego fue posible también advertir que se sembraron los gérmenes una serie de deformaciones y excesos, desviaciones graves respecto de la lucha de clases, tales como el uso de los puestos públicos para beneficio exclusivamente personal de quienes los ocupaban, entre otras lacras, que se acumularon en el tiempo y después hicieron crisis vulnerando seriamente a la organización después del asesinato de Alvaro Obregón.

           De una manera clara, que hablaba ya de la participación política d eles obreros. A diferencia del pasado en que esto era causa de expulsiones como la del propio Morones que al ocupar el cargo de Secretario del Ayuntamiento de Pachuca fue excluido de su sindicato, el Mexicano de Electricistas. La destrucción del régimen latifundista, la promulgación de la legislación social a favor de los trabajadores, la reivindicación d eles recursos naturales que estaban en poder del capital extranjero, que eran metas de la revolución antiimperialista y democrática burguesa, también las hizo suyas la CROM. Esta condenó el caduco concepto de que la lucha económica era la única lucha que debería emprender el proletariado y en su lugar postuló también la conquista de metas políticas nacionales.

                       El Comité Central fue integrado con entera exclusión d eles anarcosindicalistas. Como dice Vicente Lombardo Toledano, “la célula básica de la CROM fue el sindicato de oficio, que reunía a los trabajadores de igual ocupación o del mismo establecimiento con el nombre de un sindicato, liga o sociedad. La región de producción homogénea, formó la federación local”. Al lado de la corriente predominante, que preconizaba la combinación de la lucha económica y de la lucha política, coexistía la vieja guardia anarquista, ya en franco retroceso histórico, la de la Iglesia Católica y la del comunismo.

            Huitrón fue el principal representante de la corriente anarquista y al darse cuenta que Morones presidiría el Comité Central no aceptó ocupar ningún cargo. No obstante firmó todas las actas del Congreso. El señaló que un día antes de la reunión final se había celebrado una reunión en un hotel de la ciudad de Saltillo en la que se había acordado por todos los asistentes respaldar el nombramiento de Morones como secretario general, con lo que él no estaba de acuerdo. No obstante, esta denuncia fue hecha no dentro de las sesiones del Congreso sino cuando este ya había concluido.

            Jorge Basurto, en referencia al Congreso de saltillo dice que confluyeron tres tendencias: la representada por los anarcosindicalistas, la socialista –que se presentaba como e atractivo de la novedad y con el respaldo que le daba el triunfo de la Revolución Rusa- y la sindical legalista que tenía el apoyo de las esferas oficiales y de la AFL”.

            Por su parte, Lombardo afirmaba que hasta 1918 el movimiento obrero fue anarquista en política, colectivista en economía y racionalista en religión. México se encontraba carente de una capitalización nacional: los servicios públicos estaban en manos de ingleses, canadienses y norteamericanos, la mayor parte de los ferrocarriles eran propiedad inglesa, la industria textil estaba acaparada por españoles, belgas y franceses, la tercera parte de las tierras de cultivo estaban en manos de españoles y de norteamericanos, en la industria minera era predominante la inversión norteamericana y el comercio también lo controlaban ciudadanos de este país.

                       En la medida en que los sindicatos participaron más activamente en el proceso revolucionario contribuyeron, al lado d eles caudillos democráticos burgueses, a descolonizar al país desde el punto de vista económico. Pero también impulsaron la promulgación de las normas protectoras del trabajo y aparecieron las primeras instituciones públicas en este campo. El crecimiento de la CROM impulsó la necesidad de reglamentar los conflictos obrero-patronales.

                       México era un país de jefes y caudillos. El Presidente era el jefe del ejército y la principal figura política de la nación y por ello la CROM tomó en cuenta este factor esencial. Para Vicente Lombardo Toledano la simpatía con que Obregón y Calles vieron el movimiento obrero fue factor importante que permitió su desarrollo rápido y vigoroso. Este reforzamiento es significativo “si tomamos en cuenta que las primeras organizaciones sindicales del país fueron ligas de resistencia y de defensa, aisladas entre sí, e incluso con diferencias y contradicciones políticas graves. El desarrollo de las fuerzas productivas, promovido por los gobiernos revolucionarios, ha generado el acrecentamiento de la conciencia clasista y la marcha hacia las grandes organizaciones sindicales nacionales, a la integración de sindicatos en entidades mayores y al robustecimiento de la disciplina sindical”.

IX

            De las deliberaciones del Congreso Obrero de Saltillo solo conocemos una versión taquigráfica, ciertamente muy amplia, pero no circunstanciada, como después fuera una sana práctica administrativa en la CROM gracias a la cual podemos enterarnos ahora de  todos los asuntos que se trataron en las Convenciones anuales, en las reuniones del Comité Central y en las sesiones del Consejo Nacional, que fue un órgano propuesto por Vicente Lombardo Toledano para involucrar a los dirigentes de las federaciones nacionales en la toma de decisiones de la central sindical, para reducir la capacidad de influencia al Grupo Acción. Con base en ese  material disponible podemos concluir que Jacinto Huitrón sí atacó a Morones cuando fue propuesto como secretario general, pero no se encuentran expuestos al detalle los argumentos que expresó, ni tampoco la respuesta que recibió, por lo que es fácil concluir que de nueva cuenta afloraron las grandes diferencias que siempre los separaron y enfrentaron.

Todo indica que cuando Huitrón terminó de hacer uso de la palabra abandonó la sala de sesiones, profundamente irritado por las orientaciones aprobadas que eran opuestas a sus concepciones anarquistas, pero en ese momento no rompió con la naciente organización. Después viajó a la región de Orizaba, en donde existía uno de los núcleos sindicales más importantes, en donde explicó las discrepancias que lo hacían chocar con Morones, pero sus prédicas no tuvieron eco entre los trabajadores y Huitrón quedó aislado en el seno del movimiento obrero.

Mientras Morones, una vez concluido el Congreso, se trasladó de Saltillo a la ciudad de México a continuar con las labores de la organización obrera, con la creación de nuevos sindicatos, la afiliación de más trabajadores y el resto de los miembros del Grupo Acción viajaron  a varios estados del país, con idénticos propósitos. Además, con la finalidad también  de sofocar el descontento que destilaban los anarquistas que habían perdido los debates y que habían quedado reducidos a un pequeño grupo opositor. El Grupo Acción se comenzó a estructurar desde la época de la Casa del Obrero Mundial y ya operó en forma muy organizada en la capital de Coahuila, aunque se consolidó tres años después.

Había, entonces, dos direcciones en la CROM, la electa en los Convenciones Nacionales que se realizaban cada año, normalmente presidida por un miembro del Grupo Acción, pero integrada por dirigentes que no pertenecían a el y el Grupo Acción, como factor real de poder, no estatutario, que se reunía con demasiada frecuencia, tantas veces como lo considerara necesario y en el lugar que indicara Morones en donde se tomaban muchas decisiones importantes, que después sancionaban los órganos regulares de la CROM y después las Convenciones del Partido Laborista. Ha llegado el momento de precisar que Vicente Lombardo Toledano, aunque se incorporó al Comité Central en el año de 1922 como secretario de Educación y mantenía una estrecha relación con los miembros del Grupo Acción, nunca formó parte del mismo. Además, las relaciones políticas personales entre Morones y Lombardo nunca fueron cálidas sino se limitaban más bien a cumplir con las normas estatutarias en vigor.

La dirección de la CROM electa en el Congreso de Saltillo realizó una meritoria labor pues se dedicó a formar cientos de sindicatos de oficios, sindicatos de empresa, pero también de solicitantes de tierras y de jornaleros agrícolas, los cuales fueron la base de las federaciones estatales y después, de las federaciones nacionales por rama industrial. En dos o tres años lograron afiliar a muchos miles de trabajadores del campo y de la ciudad y aunque existían registros  estadísticos muy completos, lo cierto es que esas cifras se inflaban con propósitos de orden político, ya sea para obtener concesiones de parte de los funcionarios públicos y para ganar más representantes en las Juntas de Conciliación y Arbitraje.

 De todas formas, números más o números menos, la verdad sociológica indica que la CROM se transformó en un período relativamente corto, en la central obrera más grande, poderosa e influyente de nuestro país. Con esa representación social indiscutible, incluso reconocida por los comunistas y los anarquistas, realizó negociaciones políticas y sociales muy frecuentes con las autoridades federales, estatales y municipales y exigió en todos los foros la reglamentación del artículo 123 sin la cual solo era una colección de demandas generales de nulo acatamiento de parte del gobierno en sus diferentes niveles.

La CROM se enfrentó de inmediato a dos fuertes competidores, además, de los anarquistas, tanto de los que continuaron actuando en su seno como de los que lo hacían desde afuera, pero también  los pequeños grupos que en el año de 1919 conformaron el Partido Comunista Mexicano, bajos los auspicios de varios emisarios del buró pequeño de la Internacional Comunista, recientemente fundada en Moscú a iniciativa del Partido Bolchevique y en el otro extremo estaba la Confederación Nacional Católica, que apareció en abril de 1922, alentada y orientada ideológicamente por obispos y sacerdotes. Se trataba de agrupaciones ciertamente distintas pero que coincidían en un solo objetivo: reducir la influencia social que la CROM estaba adquiriendo y desde luego menoscabar su presencia en la política nacional y en el gobierno.

Comunistas y católicos, empleando, como es natural, diferentes argumentaciones se lanzaron contra el Comité Central de la CROM y de una manera particular contra Morones, a quienes acusaron de haberse  entregado al poder público y también a los brazos del imperialismo yanqui, al estrechar relaciones con la American Federation of Labor, que, pensaban, estaba financiada por los grandes monopolios y por el Departamento de Estado, tratando de menospreciar la fuerza social y económica que en realidad tenía y que no estaba inflada en forma artificiosa.

 En un principio, al igual que sucedía con los remanentes del anarquismo, el Comité Central permitió la libre participación de los obreros orientados por el naciente Partido Comunista Mexicano, como se comprobó, por ejemplo, en la Convención de Aguascalientes de 1921, pero en realidad la presencia  de ese partido fue pobre, limitada tan solo a algunas regiones, federaciones y sindicatos, por lo que fue relativamente fácil que la neutralizaran los moronistas. En estas condiciones de profundos antagonismos para el año de 1926 la CROM ya contaba con 4 grandes federaciones nacionales, un Secretario de Despacho, varios gobernadores y un número muy importante de regidores, diputados federales y senadores y se había transformado en un factor real de poder en la conducción del gobierno.

Los dirigentes de los sindicatos católicos, los más atrasados desde el punto de vista programático pues la Confederación que los agrupaba era heterogénea, atacaron a la CROM considerando que entrañaba un serio riesgo para la propiedad privada, para la armonía entre los factores de la producción y para la paz pública, que sus dirigentes realizaban una agitación infecunda, todo lo cual había que frenar para asegurar la prosperidad de la nación. Se dejaron llevar  por el camino del anticomunismo más elemental, el cual solo tenía aceptación entre algunos obreros atrasados o fanatizados por la religión. Por lo contrario, los líderes católicos más progresistas respaldaron la lucha por algunas de las reivindicaciones económicas y sociales más sentidas del proletariado, las hicieron suyas y solo discrepaban de la CROM en cuanto a la consecución de los objetivos superiores y claro está, en cuanto a la táctica de lucha empleada, criticando a la central obrera porque la  consideraban supeditada  al gobierno en turno, coincidiendo en este punto con los ataques de los comunistas.

En el seno de la CROM, desde un principio, se mantuvieron actitudes profundamente opositoras al clero, las cuales estaban inspiradas en la formación ideológica que tenían sus dirigentes, al grado que durante el conflicto religioso del período de Calles, los sindicatos cromianos presentaron ante las autoridades muchas denuncias sobre violaciones del clero a la Ley de Cultos, exigiendo  castigo enérgico a los responsables. La CROM cuidó de precisar que la lucha era contra la jerarquía eclesiástica, que mantenía un actitud de franco reto al poder público, pero no contra la libertad de creencias, consagrada en la Constitución.

En cuanto a la actitud hacia los obreros de filiación comunistas, primero el Comité Central observó una actitud de respeto y de moderación, quizá confiando que por su escasa fuerza no ponían en peligro su hegemonía, pero después se enderezaron violentos anatemas al Partido Comunista Mexicano, se acordó expulsar a sus seguidores  del seno de los sindicatos y se incurrió en un anticomunismo pedestre, pero lo cierto es que en virtud de que las federaciones regionales gozaban de una cierta autonomía con respecto del máximo órgano de dirección, ese acuerdo no se llevó a la práctica pues muchos comunistas siguieron actuando dentro de la CROM, sobre todo en el estado de Veracruz. Incluso asistieron como delegados a varias convenciones anuales solo que jamás pudieron integrar un auténtica corriente sindical a nivel nacional. Los comunistas se autoexcluyeron para formar una nueva organización obrera, la Sindical Unitaria.

En los informes que los agregados militares, los cónsules y los embajadores de los Estados Unidos, acreditados en México, enviaban de una manera regular al Departamento de Estando, en los cuales describían el comportamiento de las fuerzas sociales y políticas de nuestro país se presentaba a la CROM no solo como una gran agrupación social, que evidentemente lo era, sino como una organización comunista y a Morones como un bolchevique, que tenía conexiones con el gobierno soviético. La conducta de Morones fue monitoreada de una manera permanente porque se les consideraba como un elemento peligroso para la estabilidad de México y para la seguridad de la nación americana. Esos reportes sin duda estaban deliberadamente desproporcionados con el propósito de justificar la percepción que tenía el referido Departamento de Estado en el sentido de que en México estaba en marcha un revolución comunista y por ello había que ejercer presiones contra el gobierno, sanciones de todo tipo, hasta llegar a una posible invasión armada.

 Morones tenía relaciones con varios funcionarios de la embajada norteamericana y recibía copias de todos los informes que se enviaban a Washington y por lo tanto esta enterado de las maniobras que fraguaba ese gobierno contra nuestro país y de ello le comunicaba a Calles de una manera regular. Cuando se produjo el llamado incidente Kellog, en que de una manera grosera se amenazó a nuestro país, la CROM desplegó una intensa actividad nacional e internacional para conjurar ese peligro.

El grupo de Morones entabló desde un principio relaciones amistosas y de cooperación con los dirigentes de la American Federation of Labor y de una manera personal, con su presidente, Samuel Gompers. Esa organización en la Unión Americana mantenía una abierta y sistemática pugna, lo mismo con los anarquistas de la IWW, que contra los socialistas radicales y con los miembros del Partido Comunista y por lo tanto en este terreno había plena concordancia con la central obrera mexicana. Si bien el liderazgo de Gompers había logrado importantes conquistas económicas y sociales para los trabajadores, no se salía del marco del sistema capitalista y de los estrechos límites de la libertad y de la democracia, concebidos a la manera burguesa. En muchas ocasiones apoyaba al gobierno pero en otras mantenía una firme oposición y solía expresar abiertamente sus discrepancias respecto de determinadas políticas públicas, táctica que demostraba que la AFL no era una organización entregada al gobierno  sino que gozaba de una gran autonomía.

 La AFL tenía una evidente fuerza social pues estaban afiliados a ella millones de trabajadores, sobre todo de las ramas industriales y de servicios más importantes, superando con creces la fuerza que tenían la IWW. La embajada norteamericana siguió a pie juntillas todas las reuniones y encuentros que sostuvieron Morones y Gompers y probablemente hasta alentó esas relaciones calculando que con ellas se alejaba el peligro de que la CROM fuera capturada por los elementos sindicales radicales. Esta era una forma de neutralizar a los comunistas.

La CROM desplegó una intensa actividad internacional, como ninguna otra organización lo había hecho en el pasado, no solo con la AFL de una manera directa sino también contribuyó a la formación de la Confederación Obrera Panamericana (COPA) y participó en ella de una manera destacada en la redacción de las resoluciones de sus congresos interamericanos. También estableció vínculos muy estrechos con los sindicatos británicos y alemanes, con la Federción Sindicalista Internacional de Ámsterdam y con la Internacional Sindical Roja. Hubo un acercamiento con esta última que parecía derivaría en la afiliación formal, pero la labor de los anarquistas y de los comunistas lo impidió.

Se intercambiaron documentos amistosos con Alejandro Losovsky, a través del agregado obrero que la CROM tenía en Moscú, fue invitada a México una delegación de la ISR para asistir a una Convención, pero Morones canceló esos acercamientos pretextando motivos fútiles. En realidad, a la AFL ni  la Internacional de Ámsterdam le era conveniente que la influencia de la ISR se extendiera por América Latina, por los que los dirigentes de esas agrupaciones atizaron el anticomunismo de Morones, es decir, los resentimientos que este tenía contra el Partido Comunista Mexicano por los sucesos ocurridos en el año de 1919. Después Morones desautorizó el breve acercamiento que Gutiérrez había tenido con los líderes de la ISR.

A diferencia de lo que afirman algunos historiadores, lo cierto es que en las relaciones con la AFL, la CROM siempre mantuvo un actitud de prudente distancia, de hacer respetar la autonomía de la organización y en varias ocasiones Morones discrepó de la política del gobierno de los Estados Unidos, sobre todo de aquella que impulsaban los sectores más intransigentes y en esa actitud siempre lo respaldaba Gompers. Cuando en México estallaron graves conflictos políticos, como la rebelión delahuertista y la denominada guerra cristera, Morones logró que Gompers estuviera al lado de los gobiernos de Obregón y de Calles y evitar que el gobierno de los Estados Unidos tomara partido a favor de los disidentes y en la época de Carranza el líder de la AFL condenó la llamada expedición punitiva, encabezada por el general Pershing, demandó el reconocimiento del gobierno de Obregón y durante el incidente Kellog, hizo notar Gompers que la influencia de los comunistas eran pequeña, precisamente gracias a la CROM y que por lo tanto se estaba magnificando ese peligro.

En cuanto a las relaciones con la Internacional de Ámsterdam, la dirección de la CROM las llevó a un elevado nivel, si bien  nunca se produjo un ingreso formal porque se prefirió suscribir acuerdos concretos con los importantes sindicatos británicos y alemanes, tratando siempre de mantener la línea acordada en el Congreso de Saltillo en donde se había demandando respeto a las diferencias por motivos geográficos, políticos y hasta raciales, en el proceso de integración del frente único del proletariado. El Grupo Acción contó, para desplegar su política exterior, con Agregados Obreros en Rusia, Alemania, Italia, Gran Bretaña y Argentina, a través de los cuales se conocía la situación política y social de esas naciones, para fortalecer los vínculos con sus respectivas organizaciones sindicales y con elementos como Robert Haberman, en los Estados Unidos y J. H. Retinger en Europa, que realizaban importantes negociaciones de carácter político, misiones propagandísticas que les encomendaba Morones.

            Los acontecimientos que sucedieron a raíz del Congreso Obrero de Saltillo demostraron que la corriente anarquista aún tenía capacidad de influencia entre las masas y que los elementos comunistas que se habían separado para fundar la CGT estaban más cerca de las ideas bakuninistas, que de las marxistas. Esto hace concluir a Octavio Rodríguez Araujo que, en realidad, en la fundación del PCM habían predominado los anarquistas, quedando en un segundo término los socialistas que después, todavía con resabios de la herencia anterior, afiliarían al nuevo partido a la III Internacional.

            En realidad, en ese momento, era muy difícil precisar quienes eran anarquistas y quienes eran comunistas pero en ambas corrientes los unificaba la lucha contra la CROM y el Partido Laborista. Muchos comunistas venían del campo anarquista pero se habían dado cuenta de que era necesario organizar un partido proletario ya que de otra manera no se podría avanzar en la lucha del proletariado. Ellos también estaban concientes de que la lucha sindical tenían enormes limitaciones pues a pesar de las conquistas económicas y sociales que pudieran alcanzar, no podía rebasar los límites del capitalismo. De estas limitaciones no estaban concientes los dirigentes de la CGT.

            La CGT se pronunció desde un principio, como hemos dicho contra la participación política de los obreros al grado de que en el mes de mayo se declaró traidores a esa clase  a Rosendo Salazar y a José Guadalupe Escobedo por los compromisos que habían adquirido con Adolfo de la Huerta, para que ocupara la Presidencia de la República. Por su parte, el dirigente comunista norteamericano Bertrand Wolfe hizo notar a los comunistas mexicanos que la táctica más adecuada era apoyar a Calles y así ocurrió.

            Estas veleidades demostraban que en las condiciones revolucionarias del país era imposible mantener la línea de la abstención política de la clase obrera, la de la “preservación de su pureza” y de que era necesario, imprescindible, elaborar una política de alianzas con los diferentes caudillos que eran los jefes de masas campesinas y obreras.

            La CGT cometía un grave error. Su posición no se pudo sostener por mucho tiempo porque los propios acontecimientos políticos la condujeron a que se definiera en ese terreno. En la época de Cárdenas, por ejemplo, estuvo en contra de ese gobierno para no “contaminarse” de la política mexicana y después degeneró en una central obrera que hiciera palidecer al reformismo de Morones.

            La carencia de una sólida formación marxista por parte de sus dirigentes les impidió aceptar que “la libertad de prensa, eran armas que deberían usar los obreros, sin que ello implicara, necesariamente, el reconocimiento del estado”.

                       Mientras tanto, los elementos comunistas incurrían en serias desviaciones, que les hacía estar cercanos a los anarquistas. Al crear la CGT se infiltraron en ella actuando a la manera de una secta socialista, táctica que ya había sido desechada en la I Internacional marxista. Marx consideraba que en asociaciones de este tipo, es decir, sindicales, deberían admitirse a los obreros, de todas las tendencias, que estuvieran a favor de la emancipación del proletariado, oponiéndose a la distinción arbitraria de “obreros reformistas”, y “obreros revolucionarios”. El hecho de aspirar a controlar a la CGT ya iba en contra de su carácter de frente amplio.

            Los promotores del PCM no aceptaba que debían ganarse en la lucha diaria su carácter de organización de vanguardia ideológica y política sino que por el sólo hecho de tener esa denominación partidaria, se les aceptara como tales. Trataban de reproducir el esquema de los países europeos en que existía por un lado un poderoso movimiento sindical, en el que influían los dirigentes del partido comunista. No se trataba de una aceptación mecánica o formal sino de que el papel dirigente se había conquistado en la práctica social, incluso desde antes que existiera el partido proletario, dedicándose a la formación de sindicatos.

            Sin embargo, quienes sustentaban la ida de crear en México un partido  proletario estaban en la línea justa. Como lo acordó la Internacional en septiembre de 1871, “era imprescindible construir un partido político para asegurarse el triunfo de la Revolución Social y su objetivo final, la abolición de las clases”. Tuvieron conciencia de que el movimiento económico y el movimiento político de la clase obrera están indisolublemente unidos.

            Marx escribió a Federico Bolte en marzo de 1871 que “el movimiento político de la clase obrera tiene, como último objetivo, claro está, la conquista del poder político para la clase obrera y a ese fin es necesario, naturalmente, una organización previa de la clase obrera, nacida de su propia lucha económica y que halla alcanzado cierto grado de desarrollo”.

            “Todo movimiento en el que la clase obrera actúa como clase contra las clases dominantes es un movimiento político”.

            El IV Congreso de la CGT, que se celebró ya sin la presencia de los comunistas, en 1925, reiteró las proclamas ardientes a favor de la abolición del estado y de la acción directa, frontal y sistemática en contra del Estado y se opuso a las “predicas bolcheviques” que se proponían la creación del nuevo partido. Adoptó también la educación de tipo racionalista, que era esencialmente atea, antirreligiosa, en un país en donde millones de campesinos habían luchado a muerte en la Revolución manteniendo su fe católica.

            Los anarquistas creían en el poder mágico de las palabras. Pensaban, ingenuamente, que proclamando la abolición del Estado, éste sería destruido de un plumazo, para ser sustituido por un conjunto de medidas de corte administrativo. Para ellos la abolición del estado no se procurilla sin una revolución social, sigla abolición del capital, es decir, porque permanecían las condiciones sociales que le habían dado origen”.

            Los anarquistas de la CGT desataron una lucha de enfrentamiento sistemático contra el poder burgués y por lo tanto los únicos aliados que tenían eran los campesinos y los inquilinos. Ningún funcionario, ningún partido, ningún grupo político, ninguna otra central obrera era susceptible de un acercamiento o de una coincidencia táctica. Ello implica, como era de esperarse, una situación de desgaste político y social pues la línea de la confrontación directa y constante terminó por aislarla ya que al no recurrir a la Junta de Conciliación y Arbitraje y a las autoridades laborales, muchos litigios que ellos encabezaban, en los cuales estaban involucrados intereses de grupos obreros, no recibieron solución satisfactoria, lo que provocó frustración y desaliento.

X

            Desde un inicio, los comunistas, en alianza con los anarquistas, o de una manera más precisa, éstos últimos, dividieron a la máxima central obrera. En efecto, en el salón de actos del Museo Nacional se reunieron, por separado, los grupos que no habían estado de acuerdo con las orientaciones del Congreso Obrero de Saltillo y que, de una manera particular, continuaban objetando la participación política de los trabajadores. De esa asamblea, realizada los días  del 15 al 22 de febrero de 1921 surgiría la Confederación General de Trabajadores, CGT, que quedó como una supervivencia del anarquismo derrotado. En el Congreso disidente  participaron delegados  de grupos como el Local Comunista Libertario, de Tampico, el Local Comunista Libertario de Veracruz, Grupo Comunista Libertario de Orizaba, Propaganda Roja de Guadalajara, Federación de Jóvenes Comunistas Libertarios del Distrito Federal, Partido Comunista Libertario del Distrito Federal, Antorcha Libertaria de Veracruz y otros que se situaban todavía en las grandes líneas del pensamiento acrático.

Asistió también uno de los más brillantes impulsores  del Partido Comunista Mexicano, José C. Valades, quien en un período relativamente breve transitó de las posiciones de la Tercera Internacional a las del anarquismo. Debe observarse que algunos de los grupos señalados con anterioridad habían concurrido también  al Congreso Socialista, del mes de septiembre de 1919 y habían  fundado el Partido Comunista, lo que entrañaba una contradicción de esencia respecto de sus postulados primigenios. Los ácratas no aceptaban reconocer que el PCM fuera la agrupación de vanguardia de la clase obrera.

Valadez había participado en una forma muy destacada al lado de los cuadros de la Internacional Comunista que vinieron a México para unificar  los grupos socialistas existentes y para dar cauce al surgimiento de la sección nacional de esa organización mundial, el Partido Comunista y vivió muy de cerca los conflictos entre los grupos de Gale y de Alen, también los intentos de Sen Katayama para superar esos antagonismos que en gran parte tenían solo motivaciones personalistas, la creación del buró Panamericano para tratar de realizar un congreso comunista latinoamericano y constituir en el  un partido comunista continental, así como el repudio que la acción política y sindical de Morones había originado en todos ellos, en mayor o menor medida.

Valadez no aceptó que el Partido Comunista Mexicano fuera guiado desde fuera de las fronteras nacionales y menos aún por un gobierno, así fuera este un gobierno del proletariado, como el soviético y no permitió que los sindicatos fueran correas de transmisión o apéndices de los partidos comunistas. Todos estos elementos eran para el de naturaleza autoritaria y por lo tanto inadmisibles para los trabajadores. Abandonó las actividades políticas, que apreció, al final como infecundas, y se concentró en tareas de divulgación doctrinaria y de carácter económico sindical.

Rafael Carrillo, al referirse a la CGT dice: “creábamos una organización limpia de todo pecado para luchar en contra del reformismo porque era lo que caracterizaba a la CROM en lo que se llamaba entonces “acción múltiple”, es decir, la participación en la vida política del país, mientras la CGT seguía proponiendo la “acción directa”. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo para que ese organismo se desmembrara, sobre todo debido a los antagonismos que pronto surgieron entre los anarquistas y los comunistas. Los primeros ya habían  creado su instrumento político y cometieron la gran torpeza de proponerse ahora  el control de la CGT, a efecto de que siguiera los derroteros que le marcaría el Partido Comunista, que al nacer se había fragmentado en dos grupos, los cuales se disputaban la representación ante los órganos de la Internacional Comunista.

El 14 de enero de 1922, el Consejo Confederal  acordó que la CGT no tenía compromisos ni relaciones de ninguna especie  con partido político alguno. Además, se consideró como traidor a la clase obrera aquel dirigente que participara en una campaña electoral o que aceptara un cargo público. Esta actitud fue lo que originó la expulsión de Rosendo Salazar  y José Guadalupe Escobedo, a quienes acusaron de haber suscrito compromisos intolerables con Adolfo de la Huerta, aspirante entonces  a la presidencia de la República.

La creación de la CGT hizo regresar a etapas que ya se habían superado en años anteriores, al insistir en concepciones que la misma práctica histórica había sepultado como estériles, pero, sin duda, obedecía al profundo resentimiento que despertaba la conducta del grupo Acción y de una manera particular, Morones. El lenguaje de los cegetistas, la abnegación de sus luchas, la concordancia de sus principios con su conducta hicieron recordar a los militantes de la Casa del Obrero Mundial. Ello no aceptaban ningún arreglo, ninguna componenda con el poder público porque opinaban también que este era la fuente principal de la corrupción humana y de la degradación social y se enfrentaron con extrema inflexibilidad con el presidente Álvaro Obregón, a quien le declararon una guerra sin cuartel, al igual que a Celestino Gasca, conspicuo miembro del Grupo Acción y a la sazón gobernador del Distrito Federal.

La base social más importante de la CGT fueron algunos sindicatos textiles de las fábricas que operaban en la capital de la república,  chóferes, empleados de restaurantes, panaderos, tranviarios, en donde le disputaron palmo a palmo a la CROM la adhesión de los trabajadores y la representación en los sindicatos. Repudiaron la armonía de las clases sociales opuestas para insistir que entre la burguesía y el proletariado no podría haber ninguna intermediación y por lo tanto reactivaron la tesis de la acción directa, que había sido rechazada en el Congreso Obrero de Saltillo y por lo tanto no estaban de acuerdo en llevar los conflictos obrero patronales a las juntas de Conciliación y Arbitraje, ya que desconfiaban de la supuesta imparcialidad de sus titulares. En muchas ocasiones, los enfrentamientos con los cromistas adquirieron tintes de gran violencia. Comenzaron a trabajar entre los campesinos para formar entre ellos un sindicato de carácter nacional que pudiera llevar a la práctica una alianza permanente y sólida con los obreros industriales y procedieron a organizar a los inquilinos en varias ciudades de nuestro país.

Los comunistas, en lugar de luchar en el interior de la CROM, como línea general para depurarla de los elementos reformistas y conciliadores, que en sus filas constituían el sector dominante, desde el Congreso de Saltillo, optaron, asumiendo una conducta de carácter divisionista por crear un aparato sindical nuevo, paralelo al existente y una vez más en el afán de someter bajo su dominio a la CGT, fueron después expulsados de ella, sufriendo  un tremendo aislamiento. Los comunistas quedaron fuera nada menos que de las dos centrales sindicales más fuertes y representativas, la CROM y la CGT, situación desventajosa que se reflejó de inmediato en las filas del Partido Comunista, que durante muchos años tuvo un número muy pequeño de afiliados. Por lo tanto, los comunistas abrieron dos frentes de lucha: uno, contra los reformistas de la CROM y el otro contra los anarquistas de la CGT quienes jamás admitieron conciliación posible.

 El sectarismo no fue, por fortuna, una línea general pues Miguel Ángel Velasco siempre actuó en el seno de los sindicatos (de panaderos) en el estado de Veracruz,  fue delegado en la IX Convención Nacional de la CROM, conoció la lucha que en su seno estaba dando Vicente Lombardo Toledano y nunca sufrió sanciones por sus convicciones comunistas, lo que demuestra que era posible luchar en las filas de la organización obrera. Tal fue, por ejemplo, el caso del sindicato de Panaderos y de algunos sindicatos textiles.

¿Qué fue lo que en el fondo enfrentó a los comunistas y los anarquistas? Los primeros opinaban que los sindicatos debían ser dirigidos políticamente por los partidos que estaban adheridos a la Internacional Comunistas, si bien existía una autonomía formal entre ambas entidades.  Esa relación, llevada a un plano superior, consistía en que la CGT debía afiliarse a la Internacional Sindical Roja y esta a su vez, orientarse por las líneas directrices que formulara la Internacional Comunista, aunque Alejandro Losovski, secretario general de la ISR siempre insistía en que los sindicatos eran agrupamientos de frente amplio, es decir, podían participar  en ellos trabajadores de distintas filiaciones políticas y religiosas y que la ISR mantenía una independencia de carácter orgánico con respecto de la IC. En un principio, la CGT aceptó formar parte de la ISR pero cuando sus delegados se dieron cuenta que en realidad la conducción política estaba en manos de la IC y de los partidos comunistas y que todos ellos recibían un constante respaldo material  y político por parte del gobierno soviético, afloraron sus convicciones acráticas y repudiaron una situación de esa naturaleza.

Los comunistas acumularon un gran resentimiento contra Morones pero mientras estuvieron en las filas de la CROM no pudieron organizar una corriente sindical comunista a nivel nacional y en el continuo enfrentamiento con aquel, Morones les respondió también con una hostilidad implacable y de esa forma, naturalmente, sin desearlo, estimularon los primeros la fuerza de los grupos más conservadores de la central obrera. Además, durante el Congreso Socialista de 1919 se había opuesto a que el Partido Comunista se incorporara a la Internacional Comunista, actitud que fue condenada por la mayoría de los delegados. En efecto, el Comité Central (de la CROM) expidió una circular por medio de la cual se excluía de los sindicatos y de las federaciones a todos los simpatizantes de los comunistas, se les impidió la realización de toda labor de educación y de agitación y se ordenó la disolución de todas las “células comunistas”. Se dijo que “desde hace tiempo han tratado de introducirse entre las organizaciones de trabajadores individuos que manifiestan  ideas radicales, comunistas y anarquistas y se han dedicado a agitar a los grupos de trabajadores dentro de los cuales han logrado el único objetivo de hacer aparecer el movimiento obrero como de carácter disolvente y extremista “.

La conducta de los comunistas  fue de enfrentamiento sistemático. Rafael Carrillo recuerda que cuando ingresó a la Juventud Comunista en el año de 1920 la “primera tarea que se me asignó fue la de restarle sindicatos a la CROM de la cual me habían expulsado. En el exceso del sectarismo, Carrillo confiesa que fue comisionado para atacar a Lombardo cuando en 1932 rompió con Morones y postuló la línea de izquierda en el seno del movimiento obrero. Esta actitud era contraria a las resoluciones que habían aprobado los congresos de la ISR.

Lenin había combatido con mucha energía durante los primeros congresos de la Internacional Comunista a los partidos socialistas y socialdemócratas, los cuales solo se proponían alcanzar tímidas reformas económicas y sociales y de ningún modo la transformación de la sociedad capitalista.

 No preconizaban la lucha de clases sino cómodamente estaban instalados en los parlamentos y privilegiaban por encima de todo el frente electoral. Entonces se convirtió en una resolución de carácter general la lucha contra esos partidos y esas corrientes, la cual debían observar todas las secciones nacionales pues debemos recordar que la Internacional Comunista era propiamente un partido mundial, fuertemente centralizado, con un Comité Ejecutivo y otros órganos auxiliares. En el caso de los partidos comunistas europeos el enemigo estaba perfectamente identificado pues había en todas las naciones grandes partidos socialdemócratas, pero en México no los había, por lo que los comunistas, aplicando mecánicamente esa resolución, pensaron que el partido socialdemócrata era el Partido Laborista Mexicano, brazo político de la CROM y la corriente de Morones estaba también ubicada en ese terreno. Sin estudiar las especificidades de México, se pensaba que la situación era igual a la de Alemania y otros países europeos.

Pero debemos recordar también que Lenin, durante el informe que rindiera en el 11 Congreso de la Internacional Comunista, de agosto de 1920 que se habían “corregido los errores en algunos países por parte de algunos partidos comunistas que pretenden situarse  todo trance “más hacia la izquierda”, que negaban la necesidad de trabajar  en los parlamentos europeos, en los sindicatos reaccionarios, en todas partes en donde hay millones de obreros embaucados aún por los capitalistas y de sus lacayos salidos de los medios obreros, esto es, por los miembros de la 11 Internacional”. En la conversación que Manuel Díaz Ramírez, delegado del PCM a ese congreso,  sostuviera con el gran líder del proletariado ruso, este le dijo que la negativa de los partidos comunistas para participar en los parlamentos, debía ser en todo caso una táctica transitoria, por lo que el antiparlamentarismo jamás fue aprobado como una línea general.

Además, en el congreso de la Internacional Sindical Roja se acordó que los comunistas debían constituir fracciones sindicales, células de fábrica y desde luego actuar en el seno de los sindicatos reformistas y no crear organizaciones sindicales, comunistas, químicamente puras, o como dijo Carrillo “exentas de toda clase de pecados”. Por lo tanto, la conducta sindical más adecuada para los comunistas era la de actuar en los sindicatos de la CROM para influir en la orientación de los trabajadores.

En lo que se refiere a la tesis anarquista que preconizaba la no intervención de los trabajadores en la política, Federico Engels escribió en septiembre de 1871: “la experiencia actual, la opresión política a la que se somete a los obreros por parte de los diferentes gobiernos, tanto con fines sociales como políticos, los obliga a dedicarse a  la política, quiérase o no. Predicar la abstención significa arrojarlos a los brazos de la política burguesa”. Después el camarada fraternal de Marx dijo a Teodoro Cuno, en el año de 1872 que “lo obreros son políticos activos por naturaleza y quienes les propongan abandonar la política se verán tarde o temprano, abandonados por ellos. Predicar a los obreros la abstención política equivale a ponerlos en manos de los curas o de los republicanos burgueses”. Marx planteo a Federico Bolte en marzo de 1871 que “el movimiento político de la clase obrera, tiene, como último objetivo, claro está, la conquista del poder político para esa clase y a ese fin necesario, naturalmente, se requiere una organización previa de la propia clase, nacida de su propia lucha económica y que haya alcanzado un cierto grado de desarrollo. Todo movimiento en el que la clase obrera actúa como clase contra las clases dominantes es un movimiento político”.

            México fue la primera nación latinoamericana que reconoció al naciente Estado Soviético. Este hecho debe explicarse por una serie de coincidencias que existían entre la revolución democrática burguesa, antifeudal y antiimperialista de 1910 y la revolución socialista de 1917. Ambas revoluciones se habían opuesto a un poder autocrático y absorbente que cancelaba el ejercicio de las libertades políticas fundamentales y había sometido alas masas obreras y campesinas a la explotación más despiadada. Además en ellas habían participado de una manera destacada las masas agrarias. En el caso de la revolución rusa, el papel dirigente lo habían tomado el proletariado industrial y había un poderoso partido político. En el caso de México, no había ni la una ni la otra.

Las diferencias más notorias fueron: la revolución mexicana no fue encabezada, ni organizada por un partido sino por una coalición de grupos y de caudillos, que no sólo no tenían una ideología común sino que defendían cada uno de ellos distintos intereses, pero que tenían como enemigos comunes al régimen político porfirista y a la estructura económica latifundista. En México, no hubo un partido nacional, que tuviese un mando centralizado, como sucedió con el partido de Lenin que tenía una diversidad de corrientes socialistas en su seno, hasta que finalmente se impusieron los bolcheviques.

            Ninguno de los principales caudillos revolucionarios tenían pensamiento socialista, ni se proponían la abolición del régimen capitalista sino, antes bien, eran partidarios del desarrollo de las fuerzas productivas, preservando la propiedad privada, pero con las modalidades que después se incorporan al artículo 27 de la constitución de 1917. Muchos de los dirigentes del proceso iniciado en 1906 por el Partido Liberal provenían de sectores de la clase media urbana que se habían radicalizado mucho durante el porfiriato.

           El poder soviético triunfante se propuso, desde un principio, romper el  bloqueo económico y diplomático que las potencias imperialistas le habían impuesto, tratando de evitar la consolidación de la Revolución. Desde marzo de 1920 Lenin dio instrucciones a A. Sheinman para que se dedicara a estudiar el establecimiento de las relaciones con México, dentro de un acercamiento global hacia América Latina. Esta actitud de Lenin enfrentaba dos obstáculos: el gobierno de los Estados Unidos boicoteaba todos los intentos soviéticos para abrirse paso en el escenario mundial, y representantes del depuesto zarismo todavía cumplían funciones de representación diplomática como fue el caso del barón Wendhause-Rosenbers, quien todavía fungía como cónsul de Rusia en la Ciudad de México.

Francisco Juan del Castillo, enviado de México a Alemania fue el primer funcionario con el cual se exploraron las posibilidades para el establecimiento de esas relaciones. En septiembre de 1923, el Comisionado del Pueblo para los Negocios Extranjeros, G. Chicherin expresó que no era deseable tener intermediarios y de que era necesario el reconocimiento mutuo, pero propuso que en Berlín continuaran las negociaciones. En un principio, Álvaro Obregón propuso que se intercambiaran misiones de carácter comercial, como primer paso para fundamentar las diplomáticas. Después de estos México y la URSS redactaron un proyecto de protocolo por medio del cual ambas partes acordaran reanudar relaciones señalando que estaban dispuestos a designar inmediatamente representantes oficiales. No se habló del reconocimiento mutuo de los dos Estados revolucionarios porque se consideró que cada pueblo se había dado el gobierno que había creído conveniente.

Por último, el 4 de agosto de 1924, el gobierno de México aceptó como representante plenipotenciario de la URSS a S. Pestkowski y solicitó igual aquiescencia para Basilio Vadillo como embajador suyo en la URSS. Pestkowski se entrevistó  con el Presidente Plutarco Elías Calles quien le dijo que entre los mexicanos había un gran interés por los pueblos de la URSS. El 30 de octubre en que llegó la misión soviética y un nutrido contingente de trabajadores les otorgó cálido recibimiento.

Este hecho suscitó una abierta suspicacia de la legación de los estados Unidos en México pues se habían roto todos los protocolos posibles y el representante soviético había formulado su simpatía por el proceso político que estaba ocurriendo en México. Para los norteamericanos, para el Departamento de Estado, esto fue causa de profunda irritación y malestar pues mientras la política yanqui consintió en tender un cerco contra la URSS para evitar que el comunismo rebasara sus fronteras, el gobierno de México, en un acto de osadía y de independencia, por el contrario, reconoció al gobierno soviético y se entablaban relaciones a nivel estatal.

Pestkowski entregó sus cartas credenciales al general Álvaro Obregón el 7 de noviembre. El diplomático dijo: “La lucha centenaria de las masas trabajadoras de los Estados Unidos Mexicanos por la independencia, contra las pretensiones imperialistas de las potencias extranjeras, despertó entre las grandes masas de obreros y campesinos de la URSS una sincera simpatía por el pueblo mexicano. La valentía y el espíritu de sacrificio que las masas populares de México habían mostrado en esta lucha fueron objeto de admiración para los habitantes de la República Soviética”.

Obregón afirmó en 1920, en referencia a la Revolución de Octubre que “los que amamos la libertad y vivimos preocupados más del porvenir que del presente y del pasado admitimos que Rusia ha ganado mucho con su movimiento libertario. Los rusos están mucho mejor que antes bajo el dominio de los zares, deben sentirse satisfechos de su obra y vigilar porque los enemigos de la emancipación humana no siembren entre ellos, la duda o la discordia y cuiden con todo empeño, el desarrollo de su nueva organización.

El 24 de diciembre de 1926, presentó cartas credenciales a Calles la distinguida revolucionaria Alejandra Kollantai. En la ceremonia protocolaria afirmó: “la URSS respeta y respetará profundamente la voluntad del pueblo mexicano para defender su independencia. Mi país es un país que no alberga intenciones imperialistas y por consiguiente la Unión Soviética experimenta siempre un profundo respeto hacia el derecho inalienable que todo país tiene de elegir y adoptar independientemente soluciones tocantes a sus problemas más delicados, a tenor con las condiciones específicas del país”. La principal labor de Kollantai fue la de sentar las bases del intercambio comercial y de editar un boletín informativo en el que se difundían hacia el pueblo de México, los avances y logros de los obreros soviéticos.

La fundación del Partido Comunista Mexicano en 19    se produjo en condiciones un tanto artificiosas, sobre bases políticas y teóricas endebles y en torno a distintas cuestiones que nada tenían que ver con la propia realidad nacional. Marjorie Ruth Clark afirma: “que los primeros agitadores comunistas comenzaron a llegar durante el gobierno de Carranza el cual pensaba utilizarlos para fines políticos”. Es muy probable que estos elementos estuvieran inspirados de la mejor actitud revolucionaria, en particular en su lucha en contra del reformismo y de la social democracia de la II Internacional, pero lo cierto era que estaban totalmente desligados del proceso político nacional al cual no solo no conocían sino que no comprendían.

Al influjo de la III Internacional se formaron grupos como el Partido Comunista del Proletariado Mexicano, la Federación Comunista del Proletariado Mexicano, el Grupo Libertario Propaganda Comunista, la Federación de Jóvenes Comunistas, Buró Comunista Latinoamericano y todos ellos trataban de organizar un movimiento político similar al de Rusia, sin tener ninguna conciencia clara de las diferencias en el grado de desarrollo y en la estructura social.

En efecto, ninguno de esos grupos había elaborado un análisis científico de las condiciones económicas, sociales y políticas imperantes en México pues los textos de la época solo consignan frases declamatorias contra la burguesía gobernante y a favor del socialismo. Los movía un entusiasmo revolucionario ardiente por el triunfo bolchevique en Rusia; pensaban que las condiciones no sólo en México sino en todos los países eran propicias para una revolución de esa naturaleza; que el régimen capitalista se encontraba inmerso en una profunda crisis y que su derrumbe estaba próximo y que en síntesis ocurriría una revolución socialista a escala mundial.

Todas estas agrupaciones minúsculas, más el grupo de Morones de la CROM decidieron convocar a un Congreso Obrero Socialista ene. cual se examinaría la posibilidad de crear un partido obrero siguiendo en esto, la tesis de la “acción múltiple” que había aprobado el Congreso de Saltillo, el propósito estaba plenamente justificado si tomamos en cuenta las reiteradas afirmaciones de Marx en el sentido de que la clase obrera debe tener un partido distinto y opuesto a los demás, que se propusieron la hegemonía de la clase obrera en el Estado. Pero las diferencias surgieron entorno al carácter de ese partido y a sus relaciones del exterior.

En el Congreso predominaron, desde un principio, los cuadros políticos extranjeros, como el hindú Manabendra Nath Roy, Linn A. Gale, Frank Reaman, Robert Hoberman y Michael Gold, quienes al mismo tiempo que estaban en la línea de la III Internacional tenían todavía una fuerte actitud anarquista. Su primera posición fue la de objetar la presencia del grupo de Luis N. Morones, a quien acusaron de mantener relaciones con la AFL. Como la central norteamericana se identificaba con la Internacional “amarilla” de Ámsterdam y se consideraba que ésta era un instrumento del reformismo social democrático, se lanzaron todos los ataques, contra aquel, cuyo grupo había triunfado en el Congreso fundador de la CROM. Este provocó la salida de este grupo del Congreso  Socialista, lo que ya, desde ese momento, significaba un golpe grave al naciente partido, que surgiría en base a los socialistas doctrinarios que representaban  más bien a pequeños sindicatos y grupos culturales de escasa presencia en la vida del movimiento sindical.

La mayoría de los autores que se refieran a este Congreso afirman que el motivo principal de las diferencias y de la división surgida, fue el hecho de que mientras el grupo de Roy y con él, la mayoría de los extranjeros se proponían la afiliación del nuevo Partido a la III Internacional, el grupo de Morones pensaba en crear un partido autónomo, nacional, que no dependiera de algún centro mundial.

En efecto, el grupo de Morones pensaba en la creación de un partido socialista que estuviera inspirada en la historia de México, que tomara en cuenta sus circunstancias económicas, sociales y políticas y que no fuera un transplante mecánico del Partido Bolchevique. El respetaba la revolución encabezada por Lenin pero afirmaba que se trataba de un movimiento particularmente ruso, que no podía ni debía copiarse a pie juntillas y que a la vez que fuera un partido nacional, también tuviera vínculos con el resto d eles partidos comunistas y obreros del mundo, pero en un pie de igualdad, sin subordinarse a la Internacional Comunista que estaba en la etapa de crear las secciones nacionales comunistas en la mayoría de los países del mundo.

En un plano más riguroso debemos decir que el asunto de la incorporación o no a la III Internacional no tenía en ese momento un especial significado para la clase obrera, la cual estaba interesada en el desarrollo del proceso revolucionario y sobre todo en las contradicciones entre los caudillos y jefes. El debate de la II Internacional, en el que los marxistas condenaron con justicia a los social demócratas no tuvo eco en México porque no había ningún partido socialista con las características de los europeos, ni tampoco, como contrapartida a un grupo que reivindicara las tesis leninistas. En todo caso la preocupación por ingresar a la III Internacional no surgió entre los obreros mexicanos sino entre los intelectuales extranjeros que estaban en nuestro país en forma transitoria y que tenía la tarea específica de formar la sección mexicana del comunismo mundial.

El PCM se escindió antes de nacer. Con la salida de la tendencia de Morones se perdió la principal base social de sustentación y con la del grupo de Gale en realidad salió ganando la futura organización porque ese individuo era un aventurero político, un agente de carranza y de la embajada de los estados unidos en México  quien le informaba, al detalle, de todas las reuniones y acuerdos. Roy dice que “Gale recibió favorablemente la idea de que el Partido Socialista Mexicano celebrase un Congreso Nacional prometiendo asistir a él con una numerosa delegación del estado de Sonora”. Este como Obregón estaban a favor de ese esfuerzo unionista, pero no, obviamente, porque fuesen comunistas sino porque ellos les posibilitaba su política de relación con la clase obrera”.

afael Carrillo afirma que “es interesante saber que los hombres que jugaron un papel destacado en el principio de la vida del Partido (Comunista Mexicano) no eran comunistas de ninguna manera. Eran anarquistas por los cuatro costados, anarquistas, por los cuales todavía, a través de los años, mantengo gran respeto y gran cariño”. Se refiere Carrillo, sin duda, a su actitud escisionista, primero en el seno de la CROM en donde integraron la CGT y después en el Congreso Obrero de Septiembre en que, a la par que se formó el PCM, también se constituyó el Partido Socialista Obrero, con unos meses de anterioridad.

En efecto, el 20 de febrero, un grupo de líderes cromistas, (Luis N. Morones, Juan Barragán, Enrique Arce, Gabriel Hidalgo, Manuel Leduc, Ezequiel Salcedo y Eduardo Reynoso) convocan a la fundación del citado instrumento, al cual le asignan las siguientes finalidades: no hacer promesas, ni manejar ilusiones sino explicar a los trabajadores a lo que tienen derecho, obtener diputados al Congreso de la Unión que contribuyan a sustentar la naciente organización. El POS tuvo un carácter eminentemente electoral y no una orientación marxista.

            El POS es el antecedente del Partido Laborista, el cual se constituyó a raíz de la ruptura del Congreso Socialista. El POS se formó como un aparato político de la CROM y de una manera clara Morones afirma: “que es necesario formar un partido netamente obrero para participar en la próxima contienda política pues los trabajadores no deben sustraerse a sus deberes políticos”. Celestino Gasca consideró que la Revolución perseguía el mejoramiento de las clases proletarias y que cuando los trabajadores han abandonado la acción política el gobierno no los ha tomado en cuenta. Se pronunció por seleccionar un candidato presidencial que fuera representativo de los intereses revolucionarios”. Como dice Fuentes Díaz, “el POS, en su breve lapso de existencia, enfocó su acción hacia los asuntos electorales, olvidándose que su primera tarea consistía en adoctrinar y preparar políticamente a la clase obrera para que entendiera su papel histórico frente al Estado, premisa esencial de la participación revolucionaria del proletariado en la vida parlamentaria y política.

            En tanto, la corriente moronista se enfilaba hacia la participación política al lado de Obregón y Calles, el Partido Comunista, en su primer programa, hizo suyo, en forma mecánica, el programa de la III Internacional que se había formado en marzo de 1919 en Moscú. Al citado Congreso concurrieron representantes de todos los partidos comunistas y socialistas de izquierda. El común denominador de estos partidos era que habían surgido del seno de los partidos socialistas que habían abjurado de las tesis de Marx y que ahora aquellos reivindicaban como válidas. Pero muchos de esos partidos comunistas, por la trágica experiencia del reformismo, se negaban a participar en los parlamentos capitalistas y en los sindicatos encabezados por derechistas. En México, los comunistas se encontraban en condiciones similares, respecto a estas dos desviaciones.

 

            En el segundo congreso de la IC, que se efectuara en julio-agosto de 1920, se formalizó la adhesión del Partido Comunista. En el Congreso, Lenin pronunció un discurso en el que dijo que los comunistas “solo debemos apoyar y apoyaremos los movimientos burgueses de liberación en las colonias, ene. caso de que estos movimientos sean verdaderamente revolucionarios, en el caso de que sus representantes no nos impidan educar y organizar con espíritu revolucionario a los campesinos y a las grandes masas de explotados”.

            “…los soviéts de los explotados, son instrumentos validos no sólo para los países capitalistas sino también para los países con relaciones precapitalistas y que la propaganda de la idea de los Soviéts de campesinos, de los Soviéts de trabajadores, en todas partes, en los países atrasados y en las colonias, es un deber indeclinable de los partidos comunistas”.

            A continuación Lenin planteó la idea de que en los países precapitalistas era factible para el socialismo, “soslayando en su desenvolvimiento, a la fase capitalista”.

            Evitando las generalizaciones que hacían caso omiso de las diferencias reales concretas, dijo Lenin a los comunistas de las colonias y los países dependientes: “Apoyándolos en la teoría y en la práctica comunes a todos los comunistas, debéis saber aplicar esa teoría y esa práctica a condiciones específicas que se dan en los países europeos; a condiciones en las que la masa fundamental la constituye el campesinado y la tarea a resolver no es la lucha contra el capitalismo sino la supervivencias del medioevo”.

            Lenin trataba así de prevenir contra la aplicación mecánica de las resoluciones de la IC. Poco antes del Congreso se publicó su conocida obra La Enfermedad Infantil del Izquierdismo en el Comunismo en cuyo contenido se enderezaban críticas en contra de las posiciones aventureras. Lenin llegaba a la conclusión de que los partidos comunistas deberían actuar en los sindicatos reformistas y en los parlamentos burgueses y en general trabajar en donde estuviesen las masas, conjugando todas las reformas de la lucha, las legales y no legales, las parlamentarias con las extraparlamentarias.

            Sin embargo, los comunistas hicieron exactamente todo lo contrario y fundaron en forma paralela al PCM un organismo llamado Federación Comunista del Proletariado Mexicano, que se oponía a “toda acción política” de los trabajadores y a los sindicatos de los “burócratas reformistas” liderados por la CROM.

            En realidad, la formación de esta Federación ya no correspondió a los comunistas que habían aceptado las tesis de la III Internacional sino a los anarquistas que o habían estado de acuerdo con ellos. Ellos persistieron en su concepción de no participar en actividades políticas, limitándose exclusivamente a las sindicales mientras Lenin proponía desde luego la creación de un partido obrero, dedicado a las actividades políticas revolucionarias, como la principal tarea de las masas.

            La fundación del Partido Comunista se desarrolló en condiciones políticas de extrema precarias, a diferencia de otros partidos que contaron con un campo más propicio, con antecedentes y raigambre. Aunque en América Latina todos los partidos comunistas surgieron al calor de la Revolución Socialista de Octubre y de la lucha en contra de los reformistas de la II Internacional, en México hubo circunstancias desventajosas, debido, entre otras razones a la inexistencia del proletariado, como clase social numerosa y en ascenso y a la influencia dominante de los militantes del anarquismo.

            En Argentina, en enero de 1918, Codovillo, Recabarren, Gbioldi, Kuhn, fundaron el Partido Socialista Internacional, que tenía una gran presencia entre la clase obrera y que dedicó grandes esfuerzos a la difusión de las principales obras de Marx y Engels. Todos esos dirigentes tenían un importante apoyo de masas y un elevado nivel teórico y político. Eran, en verdad, marxistas y no anarquistas. El debate para la transformación del Partido Socialista en Partido Comunista se dio con intensidad en su seno, se formaron tendencias y alas. Desde un principio, los comunistas argentinos se dieron a la tarea de unificar al movimiento sindical al fundar la alianza Sindical Argentina.

            En el Uruguay, ya desde el lejano año de 1910 existía el Partido Socialista. Los comunistas actuaron, desde un principio, entre el proletariado industrial de Montevideo que tenía un elevado nivel cultural. en junio de 1912 nació en Chile el Partido Socialista, que tuvo una gran base social entre la Federación Obrera y contó con un líder sindical destacado como Emilio Recabaren. Este, junto con Lafertte profundizó en el estudio del marxismo, lo difundieron entre los obreros chilenos y propiciaron la transformación del Partido Socialista en el Partido Comunista.

            También en el Brasil la fundación del Partido Comunista se dio entre las organizaciones de obreros y en medio de un intenso debate entre las tendencias reformistas y revolucionarias. Estos últimos, encabezados por Astrojildo Pereira, prevalecieron en la orientación y dirección del nuevo partido, después de derrotar a las corrientes socialdemócratas y anarquistas.

En Cuba, también el Partido Comunista tuvo como antecedente histórico el Partido Obrero, organizado por Carlos Batiño en 1904. Pero fue hasta 1925 en que se creó el partido de la clase obrera, todavía con reminiscencias anarquistas, probablemente generadas pro la represión gubernamental que obliga a la lucha clandestina. Fue al nacer un partido pequeño, que fue obligado desde el principio a actuar en la clandestinidad.

            Las características particulares de la aparición del Partido Comunista Mexicano fueron las siguientes:

I.          No existió como antecedente un partido socialista que reivindicara la teoría de Carlos Marx. Por el contrario, la carta que Lenin dirigiera a los obreros norteamericanos en donde explicaba el contenido de la guerra y las posiciones discrepantes con los “socialistas” o socialdemócratas, no tuvo ningún influjo como para que se deslindaran, desde ese momento, las distintas posiciones políticas.

II.         El debate ente las concepciones de Kart Kautsky y las de Lenin acerca de la revolución socialista, la naturaleza del partido proletario y la inevitabilidad de la dictadura obrera, que se conociera bien en otros países de América, en él nuestro, careció de la necesaria difusión y examen como para que los revolucionarios de izquierda tomaran partido en torno a ellas.

III.        Aunque en la mayoría d eles países de América Latina contribuyeron a la formación de los Partidos Comunistas cuadros expresamente enviados por la dirección de la Internacional de Lenin, en México esos extranjeros predominaron sobre los cuadros nacionales, como Manuel Díaz Ramírez, que tenían un sensible atraso ideológico y cultural.

IV.      En México, no existía tradición de influencia marxista entre los núcleos obreros, los que, en su mayor parte, estaban orientados ya sea por el anarquismo o por el reformismo, de tal suerte que el Partido Comunista careció, desde un principio de una importante base obrera.

V.       Mientras en otros países –con excepción de Cuba- los dirigentes comunistas en rigor ya eran partidarios del marxismo leninismo, en México, los cuadros extranjeros que prevalecieron en el Congreso de 1919 propiamente no eran marxistas sino anarquistas, cercanos o coincidentes con algunas posiciones de Lenin, con excepción de Rondin quien ya era un marxista, mientras Roy era un nacionalista y se definía como humanista que se estaba acercando al Socialismo.

VI.      A diferencia de otras naciones de nuestro Continente en que los fundadores d eles partidos comunistas eran, a su vez, líderes obreros en México sólo lo eran de pequeños núcleos, más que todo de artesanos o bien eran editores de periódicos y dirigentes de grupos culturales.

VII.     En México, no hubo ningún teórico o pensador de alto nivel, de la estatura intelectual de Ghioldi, Recabarren, mucho menos Mariategui que desarrollaran en forma creadora la doctrina marxista y la vinculara con el movimiento obrero y con la propia realidad social económica de su propia nación, debido, entre otros factores al sensible atraso que había tenido la distribución de la literatura marxista.

VIII.    En Argentina, Uruguay, Chile y Perú los dirigentes comunistas le concedieron una importancia estratégica a la difusión del marxismo entre la clase obrera y a la formación de centros de preparación política, pero en México esto no ocurrió y por lo tanto los errores en la aplicación d eles acuerdos y resoluciones de la IC fueron más graves y frecuentes. En Argentina por ejemplo, se formaron ateneos, casas de cultura, escuelas, centros de educación, debates, conferencias, de las que carecimos en nuestro país.

IX.      En México, la ruptura d eles líderes del naciente Partido Comunista con los dirigentes de la CROM implicó un completo aislamiento con respecto del destacamento mayor del movimiento obrero, pero, en cambio, en otros países de América Latina, el deslinde con los reformistas, al contrario, contribuyó a aumentar la influencia de los comunistas entre los trabajadores, ya que estos no fueron excluidos de los sindicatos ni de las organizaciones campesinas, en las que estaban solidamente arraigados.

X.       Los fundadores del Partido Comunista Mexicano nunca formularon una concepción por lo menos coherente acerca del movimiento social en que estaba inmerso el país, preocupados más por resolver las rencillas internas y por derrotar a la corriente de Morones. Este factor explica, en que medidas, los virajes, los cambios estratégicos y tácticas, los conflictos entre las personalidades, la penetración de los espías norteamericanos y las sucesivas deserciones y divisiones que se dieran en los primeros años.

 

El Congreso del Partido Comunista Mexicano, celebrado en diciembre de 1921, demostraba la carencia de una visión objetiva acerca del proceso revolucionario que, iniciado en 1910, estaba en marcha en el país. Imitando las concepciones de Lenin acerca de la posibilidad de que una revolución democrática burguesa pudiese transformarse en una revolución proletaria y por lo tanto conducir al socialismo, los comunistas acordaron desplegar un esfuerzo colectivo para que de esa etapa de la Revolución Mexicana se transitara al socialismo, en un movimiento dialéctico obviamente dirigido por ellos, a la vanguardia.

No existió un estudio serio de la naturaleza  de la revolución mexicana, su carácter social, su trascendencia, la orientación de sus jefes y caudillos, el contenido de la Constitución de 1917. Lenin había afirmado en su polémica con Roy que en los países coloniales primero se deberá remover las  características semifeudales, antes que pensar en una revolución anticapitalista por la sencilla razón de que este modo de producción no estaba suficientemente desarrollado. En México, prevaleció el criterio de que por el contrario se podría construir una sociedad socialista, sin impulsar el programa de la revolución mexicana, sin profundizar en sus metas, como si la historia pudiera realizarse a saltos, sin ningún hilo de continuidad.

El otro acuerdo del citado Congreso fue el de coparticipar en actividades electorales, secundando a algunos de los caudillos y jefes militares en lucha. Se trataba de organizar a los obreros y a los campesinos pero no para que concurrieran a votar a favor de algún candidato presidencial sino para realizar aquella transformación cualitativa.

Sin embargo, la realidad social y política, así como el movimiento de las tendencias reales de la sociedad mexicana convulsionada, eran diferentes y opuestos a las resoluciones del Congreso. En primer lugar, porque quienes estaban decidiendo el futuro de la nación eran los líderes como Carranza, Obregón y Calles y con ellos los intereses que representaban y defendían que se plasmaron en la Carta de Querétaro. Eles eran los auténticos dirigentes de las masas campesinas, de obreros y de intelectuales y desde luego, no se proponían la construcción del socialismo.

 

En segundo lugar, era evidente que el proletariado industrial moderno no era ni con mucho el componente mayoritario de los ejércitos revolucionarios, ni influía en las decisiones d eles caudillos en un grado considerable, ni las ideas comunistas estaban extendidas entre ellos. Una premisa para la transformación cualitativa de la Revolución de 1910 era la existencia de un partido proletario poderoso que, desde luego, no había.

A nuestro juicio, las concepciones por el I Congreso d eles Comunistas partieron de un desconocimiento total acerca de la situación económica y social imperante durante el porfiriato y después acerca de la situación creada desde el estallido de la revolución de 1910. Era muy frecuente que se confundieran los deseos subjetivos, las aspiraciones políticas con el rumbo y la orientación que tenía la realidad nacional.

En efecto, tanto las fuerzas representadas por Zapata y Villa, como por Carranza y Calles-Obregón se proponían, en su conjunto, aunque con distintos matices la destrucción del orden económico semifeudal, que impedía el desarrollo de las fuerzas productivas y la libre circulación de las mercancías, el aniquilamiento de las estructuras latifundistas para ampliar y fortalecer el mercado nacional y dar un impulso a la producción agraria e industrial, establecer las libertades políticas básicas de una sociedad moderna capitalista y desarrollar desde el punto de vista económico al país, pero con independencia del extranjero.

Los comunistas anarquistas no comprendieron, ni asimilaron la necesidad de contribuir a alcanzar esos objetivos, los cuales fueron confundidos con el reformismo, que se consideraba “el pecado venial” en el movimiento obrero. La búsqueda de “un gobierno d eles campesinos y de los obreros” era una meta inalcanzable porque en la conducción del proceso revolucionario estaban predominando los caudillos de la pequeña burguesía urbana y rural, que eran quienes tenían, además, una comprensión por lo menos más realista y objetiva acerca de la naturaleza de los problemas nacionales y de las soluciones que se proponían.

La carencia de una teoría acerca de lo que era la Revolución democrático-burguesa, antifeudal y antiimperialista provocó que la dirección del Partido Comunista fuese presa de las circunstancias, de los cambios y de los antagonismos políticos entre los caudillos y jefes. El Partido no pudo mantenerse en un plano equilibrado y racional y a la postre, arrastrado por la propia dinámica de los hechos, que se daban al margen de él, decidió apoyar a Calles-Obregón en el año de 1923.

De pronto, se canceló la directriz acerca de la transformación proletaria de la Revolución y ahora se insistió en respaldar a un candidato presidencial que “surgiera y fuese representativo” de las organizaciones de trabajadores.

Estos cambios y virajes tan repentinos, cuanto infundados desde el punto de vista doctrinario hicieron pasar al Partido de las posiciones anarquistas de la no participación política, a la presencia electoral a favor de uno de los caudillos del grupo sonorense. Aquí se sembró la semilla de las continuas escisiones y”purgas” en el interior de las organizaciones: los que mantenían posiciones sectarias y aislacionistas a ultranza, lindantes con el anarquismo, ejercían represalias en contra d eles “participacionistas” en la contienda democrática general. Una vez resuelto el apoyo a Obregón la dirección del partido se reorganizó. Habían cometido el “pecado” de “coincidir” con la CROM y el Partido Laborista es un asunto de enorme importancia política. Solo que estos postularon a Obregón sobre la base de un programa de reivindicaciones obreras.

Estas veleidades provocaron una ruptura grave en el partido pues muchos de sus miembros como Carrillo Puerto, Múgica, Elena Torres se inclinaron por respaldar la candidatura presidencial de Obregón y de sumarse de plano a su causa en donde ocuparon señaladas responsabilidades. Ellos consideraban que el caudillo sonorense estaba abriendo la posibilidad de que muchas de las reivindicaciones económicas y sociales de los obreros y campesinos se pudieran cumplir en los hechos y que una conducta aislacionista imposibilitaría este avance o por lo menos lo haría más difícil, lo que finalmente reduciría al partido a la categoría de un grupo radical.

l amparo de la Revolución se inició una renovación intelectual, encabezada por el Ateneo de la Juventud. Fue la reacción antipositivista. El filósofo estelar del intuicionismo, Antonio Caso, enseñaba Sociología en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y en su cátedra difundía extractos o párrafos de testos de Marx y Engels, desde luego, con propósitos exclusivamente académicos.

Como dice José Alvarado, la generación del Ateneo de la Juventud “fue la última formada durante el régimen de Porfirio Díaz, en las postrimerías de éste, la primera del proceso revolucionario, en tanto que la de los “Siete Sabios” fue su continuidad. Estos intelectuales se formaron bajo el influjo de las tesis de Kant, Schopenhauer, Hegel y Bergson, pero también conocieron las proclamas ardientes de Ricardo Flores Magón, el texto del Plan de Ayala y los juicios políticos de Madero expuestos en su libro “La Sucesión Presidencial en México en 1910”.

Al finalizar el curso de la Escuela Nacional Preparatoria en este año decisivo para la historia mexicana, el joven Vicente Lombardo Toledano recibe, por lo meritorio de sus exámenes, una condecoración de manos del propio dictador. Está presente en la ceremonia el ilustre Justo Sierra. 1910 es también el momento en que Lombardo comienza a indagar acerca del presente y del futuro de México. El triunfo de Madero y su llegada a la Ciudad de México le causan un fuerte impacto que le obliga a preguntarse acerca de lo que está pasado en el país y porqué se están rebelando los obreros y los campesinos.

El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza, por intermediación del rector de la Universidad, Don José Natividad Macías, mandó llamar a varios de los “Siete Sabios”. Concurrieron Alfonso Caso, Manuel Gómez Morin, Antonio Castro Leal y Vicente Lombardo Toledano. Carranza dijo: “El rector me ha hablado de ustedes y creo que es la hora de que su generación participe en la vida política. Se avecinan las elecciones municipales en la Ciudad de México y les ofrezco participar en el municipio más importante del país”. Lombardo afirmó. “yo estudio dos carreras, derecho y filosofía, eso absorbe todo mi tiempo. Si yo aceptara su generosa oferta tendría que abandonar los estudios. Prefiero salir de la Universidad graduado y después participar en la vida política”. “Tiene usted razón –contestó Carranza- porque para hacer política es necesaria una gran preparación, siempre encontrarán en mi a un amigo”.

Cuando Lombardo se inscribió en la Escuela Nacional Preparatoria, en el año de 1909 había un auténtico renacimiento cultural. En la literatura y la poesía se destacaban Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Salvador Cravioto, Luis Castillo Ledón, Enrique González Martínez, Julio Torri. En la filosofía, Antonio Caso y José Vasconcelos. Estos introdujeron las nuevas corrientes filosóficas que estaban estudiándose en Europa y que en México las había proscrito el positivismo. Se enfatizaba en la formación ética y estética, pero sobre todo en la difusión de la cultura hacia el pueblo, hacia los trabajadores. Ezequiel Chávez creó, por ejemplo, una Escuela de Humanidades, a la que tenía acceso cualquier trabajador o empleado, en forma libre y gratuita.

           No obstante este impulso ideológico y educativo, el Plan de estudios de la ENP que todavía cursó Lombardo Toledano, era predominantemente positivista. A saber, se enfatizaba en el conocimiento de la Geometría, Álgebra, Mecánica, Física, Química, Geografía, Anatomía, Lógica, Historia General, Francés, Historia Patria. Los exámenes eran orales, escritos y prácticos. Estaba proscrito el estudio de la Filosofía, la que se conocía en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y en la Escuela de Altos Estudios.

La reforma universitaria sólo abarcó inicialmente, a las escuelas superiores y por lo tanto en la ENP seguían ocupando posiciones académicas e ideológicas sobresalientes profesores positivistas como Ezequiel A. Chávez, Vicente Gama y Porfirio Parra. El paso por la benemérita institución era obligatorio para todos aquellos que deseaban dedicarse a la política, a la actividad pública o a la docencia.

Refiere Lombardo Toledano que aprendió en la ENP que la existencia se divide en Edmundo de lo inorgánico y de lo orgánico, esencialmente diversos entre sí; que la naturaleza está sujeta al proceso de la evolución y que éste consiste en un cambio de lo simple a lo compuesto, sin contradicciones; que la actividad síquica es un simple fenómeno del mecanismo fisiológico y que el espíritu se explica por si mismo, es decir, es de origen sobrenatural.

En cuanto a la tabla de valores que se impulsaban, primero estaba el individuo, después la familia y posteriormente la sociedad; que el hombre sólo debe vivir para salvarse y que la salvación del hombre radica en el amor a Dios; que los hombres superiores son los que determinan el destino d eles pueblos; el espíritu es el que crea la historia y conduce el desarrollo de la naturaleza; que la ciencia se encarga sólo del conocimiento parcial de la realidad y que sólo la intuición hace llegar a la auténtica verdad.

Lombardo consideró que la obra del Ateneo de la Juventud implicaba una revolución intelectual e ideológica, una revolución moral en el país. En efecto, se sentaron nuevas tesis en contra de la ideología dominante. “La teoría moral de nuestros gobiernos, a partir de la Reforma, expurgada de toda idea perteneciente a nuestra tradición humanista por el régimen de Porfirio Díaz se basaba en la creencia de la esterilidad de toda búsqueda concerniente a las causas de la vida y del mundo, declarando a priori la incapacidad del hombre en ese empeño”.

La nueva corriente filosófica tenía que partir de la crítica más acerba en contra de la moralidad imperante. El positivismo proclamaba como máxima y única moralidad la de la utilidad y la de la conquista de objetivos inmediatos, concretos, que hicieran que en la naturaleza y en la sociedad predominaran los más aptos en detrimento de los más débiles, con lo que se sancionaba e impulsaba la desigualdad social.

Esta moral programática negaba la posibilidad de la lucha por los valores trascendentales y se oponía ala especulación metafísica, preferida por Antonio Caso. Los estudiantes de 1910 de la Escuela Nacional Preparatoria y de la Escuela Nacional de Jurisprudencia fueron formados en esta actitud de rechazo hacia esa moralidad utilitaria. Se originó una vuelta hacia la reflexión filosófica y hacia la búsqueda de los valores éticos y literarios.

El Ateneo de la Juventud se preocupó por la exaltación de la libertad individual tratando de que, de esta manera, que el hombre no solo buscara su felicidad en la tierra sino también la suprema dicha en el acercamiento con la divinidad. Como dice Lombardo Toledano, la reacción antipositivista defendió la capacidad que tiene el hombre de asumir su responsabilidad sobre el ejercicio de su conducta contra el fetichismo del darwinismo social. Pero, además, el Ateneo demostró que la filosofía, no se agotaba en la mera especulación empírica de los datos de la ciencia. Aunque, desafortunadamente, esta actitud despertó un sentimiento de rechazo por la investigación de la naturaleza, de las ciencias naturales y exactas y desdén por el trabajo productivo.

La renovación intelectual propiciada por el Ateneo le permitió a Vicente Lombardo Toledano consolidar una amplia cultura literaria y humanística, aprendió inglés, francés, italiano y náhuatl. Se trataba de la cultura  basada en las letras. Para Lombardo, el determinismo de las leyes biológicas implicaba el desconocimiento de la facultad humana para crear. Enemigo del condicionamiento económico y social del hombre proclama que el hombre puede y debe buscar su propia felicidad y la de los demás. El hombre, piensa, siguiendo a Caso, no sólo es naturaleza biológica, o un ente físico sujeto a determinaciones químicas sino que es algo más: un ser capaz de actos de alta moralidad y de acciones profundas. La “potencia espiritual” se convierte en un elemento explicativo esencial en la vida del hombre y de la sociedad. Se trata de descubrir las aptitudes que el hombre tiene para la especulación filosófica, el goce estético en el comportamiento humano, enfocado al bien y a la caridad, a la contemplación de los valores divinos. Se Busca mejorar la vida del hombre por medio de la redención educativa. El Ateneo buscaba llevar al pueblo la nueva cultura y para ello creó la Universidad Popular, institución que refleja su convicción de educar a las masas.

“Los que cursábamos el primer año de Preparatoria en 1910 y que por diversas circunstancias no nos dábamos cuenta exacta de las quejas amargas de las masas, a la llegar a la cátedra de Antonio Caso oímos la revelación de nuestro pasado histórico, adquirimos la noción clara de nuestro deber de hombres en la conservación de los designios del espíritu. Este beneficio enorme –digo por mí- no podemos pagarlo con nada en la vida. Aprendimos a amar a los hombres filosóficamente, que es la manera de amarlos para siempre, a pesar de algunos de los hombres y por eso nos sumamos sin condiciones a la causa del proletariado”.

La vida política separó a sus integrantes y los llevó por distintos derroteros: la política, la docencia o la actividad artística. Vasconcelos ingresó a la política activa al lado de Madero y de Villa, Alfonso Reyes brilló en la literatura y Antonio Caso se dedicó a la cátedra. Lo mismo ocurrió con los “Siete Sabios”: Manuel Gómez Morin, fundaría el principal partido de la derecha; Alfonso Caso, se destacaría en las investigaciones antropológicas; Antonio Castro Leal en la literatura y la filosofía.

El Ateneo se solidarizó con la revolución triunfante de Madero, pero ya en declinación, no pudo comprender el drama que se escondía en el cuartelazo de Huerta. No fue capaz de instalarse al frente de la lucha reivindicatoria del pueblo.

           El joven Lombardo estudió en el Liceo Teziuteco, dirigido por Antonio Audirac, que, a su vez, había sido discípulo de Enrique Rebsamén. En esta orientación educativa se impartía a los niños Historia, Ciencias Naturales, Inglés, Francés, Geometría, Lenguaje, Geografía, Cálculo, Moral y Música, es decir, se trataba de una educación elemental realmente completa. Se enseñaba a leer y a escribir de una manera simultánea; las ciencias naturales, mediante la observación directa de los fenómenos; la historia se enseñaba sobre bases de valores del patriotismo y del nacionalismo.

            De acuerdo con esta concepción pedagógica se empieza a dar a conocer a los niños el estudio de los fenómenos y de las acciones más cercanas a su medio ambiente, utilizando un lenguaje objetivo. “El material para la enseñanza nos lo ofrece la misma escuela, la casa paterna, la población, el campo, el bosque. De esta manera, los niños aprenden a conocer las cosas de manera natural, por medio de cuadros objetivos, en base a juicios sintéticos”.

            Los niños, al conocer las causas d eles fenómenos naturales, no tenían porque explicarlos haciendo alusión a orígenes divinos, por lo que la religión pasaba así a un plano totalmente secundario.

            Desde el punto de vista político, la Escuela de Rebsamén-Audirac fomentó el espíritu libertario y patriótico, la lucha en contra de la influencia de la iglesia en las instituciones educativas y se esforzó por lograr la unidad intelectual del pueblo fomentando la educación entre las masas populares. Pero a caso lo más importante de la Escuela de Rebsamén-Audirac es la de que se promovió la educación integral desarrollando en forma multifacética la capacidad física e intelectual de los niños y de los jóvenes, haciendo así una aportación invaluable al desarrollo nacional del país.

            Describió Lombardo Toledano que: “hace 50 años el pueblo donde nací (Teziutlán, Puebla) estaba rodeado de bosques. Encalvado en la hermosa serranía parecía una aldea de juguete; como los “nacimientos” que hacían las manos hábiles y el fervor religioso de las viejas y solteronas para conmemorar la llegada al mundo de Jesús de Belén. No había caminos fáciles de transitar sino veredas con agujeros, siempre llenos de agua, que formaban las recuas de mulas que transportaban las mercancías y el ganado que iba a engordar a las verdes sabanas de las costas del Golfo de México. La niebla envolvía al pueblo todas las tardes con la puntualidad británica y a partir de octubre no volvía a verse el sol durante largos meses”.

            “Las diversiones de las gentes eran sencillas y rutinarias: los jueves y los domingos los hombres iban a la peluquería y a los baños de vapor, las dos principales tertulias. Las mujeres tejían encajes de bolillo y algunas tocaban el piano en pequeñas romanzas. Las jóvenes iban los martes a pedir novio a la capilla de San Antonio y los domingos asistían a la misa de doce con sus mejores atavíos. Las que tenían pretendientes endulzaban su vida de vez encunado con las serenatas de instrumentos de cuerda que tocaban valses románticos al pie del balcón desde el cual, alzando levemente las cortinas de tul, espiaban al prójimo. Nada turbaba la paz provinciana. Nadie estaba enterado de lo que ocurría en la Ciudad de México y menos en el mundo, excepto el Jefe Político, el Presidente Municipal y dos o tres comerciantes que visitaban la metrópoli”.

            “Mi vida de niño fue de un niño feliz, sin preocupaciones, sin privaciones de ninguna clase, dedicado a la escuela y al mismo tiempo al campo”. En su contacto con la población indígena, aprendió la lengua de  los aborígenes y se interesó por sus costumbres, así como por sus problemas sociales.

            Siete estudiantes fundaron la Sociedad de Conferencias y Conciertos: Jesús Moreno Baca, Antonio Castro Leal, Teofilo Olea y Leyva, Alberto Vázquez del Mercado y Vicente Lombardo Toledano. Se dedicaron a fomentar entre los estudiantes el conocimiento de las nuevas corrientes en la filosofía, la historia, el arte, la literatura y la música. De una manera particular, destacamos la persuasión e influencia que entre ellos produjera el ilustre dominicano Pedro Henríquez Ureña, que ahondó en el conocimiento de la cultura clásica, en las ideas del Renacimiento y de la Ilustración. Contribuyó este humanista en el año de 1922 a crear el Grupo Solidario del Movimiento Obrero, por medio del cual se pretendía vincular a los intelectuales y artistas con los trabajadores manuales. Este Grupo realizó varios estudios para el Grupo Acción sobre una serie de problemas que padecían los trabajadores, pero desgraciadamente en poco tiempo desapareció.

            En un acto celebrado en el seno de la Universidad, en diciembre de 1917 el estudiante Vicente Lombardo Toledano dijo que la educación era uno de los factores que determinan la evolución y los adelantos del pueblo. “En realidad educarse es servir a la vida en sus fines inmediatos; por eso el hombre tiene que educarse por sí solo y más tarde la sociedad completa esta misión instructiva. La historia, empero, no muestra una marcha indefinida de progreso”. Consideró el discípulo predilecto de Caso, que el desarrollo material de la humanidad ha sido prodigioso pero no así su progreso educativo, político y moral.

            Para Lombardo el filósofo no descansa en averiguar el secreto de todas las cosas y los fenómenos; “busca, experimenta y sintetiza sin tregua, al grado incluso de tocar los terrenos prohibidos de la leyenda y de la religión. Al referirse al pueblo griego dijo de él: “que es el pueblo que inventa la discusión, que inventa la crítica, funda el pensamiento libre y la investigación científica. La filosofía no es una colección de verdades eternas sino es un método para mejorar la acción individual y social. Lo mismo ocurre en el conocimiento de la Ética, que tiene que traducirse en la lucha incesante por la conquista de los ideales más elevados. Por ello, nada tan antilibertario como las ataduras dogmáticas de la iglesia, o las normas filosóficas del positivismo.

            La formación de Lombardo descansó en la observación de los fenómenos de la naturaleza, es decir, en el pensamiento inductivo para después elaborar conclusiones más amplias y generales. Aunque era un enfoque de carácter idealista implicaba no obstante un avance notable, frente al pensamiento dogmático y la actitud anquilosada de la escolástica religiosa, que era la otra influencia predominante a la cual se oponía la escuela de Rebsamén. Ello impedía que muchos jóvenes tuvieran acceso al estudio y el conocimiento, por ejemplo, de las ciencias sociales, del marxismo, que exigía un afán crítico de la sociedad, por un lado y por el otro para cambiar la realidad. El intuicionismo exigía que los hombres modificaran sus argumentaciones  reinantes, en el sentido que indicaba la justicia y no acoplarse en forma resignada a ellos.

            La Universidad Popular de México fue fundada por el Ateneo de la Juventud el 24 de octubre de 1912, siendo su primer rector, hasta el año de 1914 el ingeniero Alberto J. Pani. Por medio de esta institución se difundía la cultura entre las organizaciones de trabajadores ya que su labor se desempeñaba sobre todo, en los recintos sindicales. Se partía de la premisa de que un intelectual sin nexos con el pueblo, no puede tener, válidamente, ese nombre. Instituciones como esta se formaron en Cuba, Chile, Argentina, las cuales tenían la finalidad de coadyuvar a la emancipación del proletariado, por medio de la difusión de la ciencia y la cultura.

            Dice Lombardo: “Yo vivía cerca de la Universidad Popular, que estaba en el Barrio del Carmen y cuando faltaba un profesor lo disculpaba con los obreros que acudían a las aulas y veía en ellos tal avidez de conocimientos que les daban lecturas comentadas, leían un cuento, una novela corta, o un capítulo de un libro científico y luego dialogaban con ellos”. En las actividades de las Universidades se destacaron Daniel Cosío Villegas, Narciso Bassols, Luis Enrique Erro, Enrique González Rojo, Octavio Medellín Ostos, Rafael Ramos Pedroeza, Jaime Torres Bidet y otros.

            Este grupo de intelectuales habían decidido salir de la comodidad y de la rutina de los recintos académicos para vincularse con las necesiades objetivas de los explotados que vivían en los barrios marginados de la sociedad. El funcionamiento de esta institución fue siempre muy precario pues sostenían sus actividades recurriendo a los donativos de los sindicatos y también de algunos industriales y comerciantes, que tenían interés  en que se difundiera la cultura entre las clases laborantes. El mejor momento de la UPM fue bajo el rectorado del doctor Alfonso Pruneda porque se ampliaron las relaciones con las distintas agrupaciones obreras.

            Al referirse a estos días, Lombardo describe que: “los que asistían a la UPM a escuchar conferencias eran obreros y poco a poco me fui ligando a ellos. Primero trasmitiéndoles conocimientos, pero yo ya estudiaba la profesión de abogado, me consultaban sus asuntos de carácter económico. Así me incorporé a los sindicatos paulatinamente, de tal forma que cuando yo terminé mis estudios de Filosofía y Derecho, en 1918 yo ya estaba ligado directamente a las agrupaciones obreras. Comprendí con los trabajadores, toda la profundidad del drama social de México”. Tenía 23 años de edad.

            En el año de 1917 se crea el Comité Local Estudiantil que “busca la redención del pueblo mexicano por medio de la educación y de llegar a la formación de una clase estudiantil compacta, fuerte y culta, con tendencias sociales definidas y capaz de ejercer una acción eficaz en los destinos de la República y de la raza.

            “Los que comenzamos a meditar sobre México cuando estalló la Revolución descubrimos la magnitud del drama en que se vivía y esta revelación decidió el curso de nuestra existencia. Se presentó entonces para los jóvenes de mi generación un dilema: labrar nuestro porvenir como individuos, buscando nuestra felicidad al margen de la profunda convulsión que sacudía al pueblo, o vivir dentro de ella y tratar de contribuir al logro de las metas que pretendía alcanzar. Yo opté por el segundo camino después de dudas y vacilaciones, cuando salí de la Escuela porque son tentadoras las riquezas y los bienes que proporciona”.

            Lombardo abandonó así la práctica de la época que consistía en abrir un despacho como abogado litigante y cobrar altos emolumentos por sus servicios, solo buscando el enriquecimiento personal, como si fuera el objetivo único de la vida.

            En cambio, Antonio Caso representaría la encarnación viviente del “intelectual”, a la manera de la concepción tradicionalista: dedicó su vida a escribir libros y a la cátedra, mostrándose no sólo como opuesto a la actividad política directa sino también como un pensador que dudaba de las cualidades racionales del pueblo. Caso fue el orador de academia un excelente expositor en la cátedra, pero jamás se pudo dirigir a los obreros y a los campesinos.

            Pero Caso le heredó a Lombardo desde su trinchera idealista y espiritualista, la exaltación de los valores del racionalismo griego, el amor por lo nacional –el nacionalismo- y lo latinoamericano, la solidaridad desinteresada con las causas populares, el entusiasmo por la actividad filosófica, la inclinación por el arte, la literatura y la música, la rectitud moral en las acciones cotidianas, el combate a la simulación política y la atención permanente que debe dedicarse a los adelantos de la ciencia y de la técnica.

            La verdad para Caso no es definitiva ni estática sino es algo que se está haciendo frecuentemente; se proponía la búsqueda de la verdad por medio de un impulso dramático, dinámico, amoroso, e incorpora a su concepción filosófica todo lo que, a su juicio, de verdadero tenían los otros sistemas y corrientes del pensamiento. Consideraba que ningún filósofo había alcanzado la verdad sino sólo pequeños fragmentos de ella.

            Lombardo hizo suyas las causas y las demandas de la clase obrera y abandonó su condición de intelectual tradicionalista y pequeño burgués para iniciar una larga trayectoria y militancia ene. seno del movimiento obrero y campesino. El individuo es un elemento secundario, lo importante eran las masas de trabajadores. Este sufría distintas influencias, desde el catolicismo social, hasta el anarquismo, pasando por el socialismo en sus distintas vertientes, hasta el sindicalismo unionista clásico. De la Universidad se fue al pueblo por medio de la difusión de la cultura, pero no de una cultura libresca sino de una que buscaba la exaltación de sus potencialidades revolucionarias.

           Como dice Millon en este período temprano de su vida “Lombardo era más bien un intelectual liberal de la clase media, un típico defensor de la Revolución, la cimiente de su futura convicción marxista podemos vislumbrarla Ens. Amplia conciencia social y en su orientación social idealista, humanista más que individualista”. Desde el punto de vista social y político, la ideología de Lombardo está impregnada del programa de la Revolución triunfante.

            En septiembre de 1921, en un discurso pronunciado en el I Congreso Agrario del Distrito Federal, consideró que en el fondo de todos los cambios políticos ocurridos en México estaba presente el anhelo de las masas populares por crear instituciones políticas nacionales en donde encauzar y fortalecer la conciencia nacional. “El triunfo de la Revolución fue resultado del clamoroso deseo del pueblo por ver terminada una indecorosa administración que vivía por completo divorciada de la opinión y de los anhelos del país”.

            El contenido social del artículo 27 de la Constitución plantea el imperativo de entregar las tierras a los pueblos que las han pedido y de dotarlas a otros que jamás las tuvieron porque el verdadero problema radica en “darles base a su actividad y la garantía de su independencia de vida”. Par Lombardo, los enemigos de la reforma agraria negaba la importancia de la repartición de la tierra argumentando que se requiere, antes que nada, técnica y recursos financieros para hacerla producir. Sin desconocer esta verdad, afirma que “el que no se siente dueño de nada en el mundo es incapaz de realizar nada en el mundo, no hay sacrificio posible sin entusiasmo, pero tampoco puede haber buena fe en la vida si se niegan los recursos actuales esperando todos los que darán mañana la felicidad completa”.

Lombardo postulaba que el gobierno debería estar en manos de todos los factores que en el seno de la vida social crean la vida pública y la dirigen, persiguiendo una idea técnica, económica y moral. El reparto agrario significa el convencimiento de que la energía de cada hombre que es dueño de una parcela va aumentando la energía de la raza. “La propiedad es fruto del esfuerzo y cuando el esfuerzo se agota, la prosperidad debe sucumbir en manos del exhausto. La vida quiere hombres de sacrificio, no hombres de lucha ocasional y vana de ideales”.

Esta es una apología de la necesaria organización que deben tener los campesinos, para que incrementen la productividad en la agricultura. A falta de recursos técnicos y financieros, Lombardo demandó a los campesinos “abnegación y esfuerzo para que de ellos brote la felicidad en forma espontánea”. No propone reformas al régimen de la propiedad privada sino sólo se muestra interesad en aplicar la Constitución. Los artículos 27 y 123 significan que el pueblo no pierde la posibilidad de defender el fruto de su esfuerzo.

Una de las afirmaciones centrales de Lombardo es la de que “el derecho es un producto social, cambiar por el tiempo, por las necesidades públicas”. Siguiendo en esto a Kant considera que la Constitución es una normalidad jurídica que regula las relaciones sociales. También al igual que Rousseau concluye que la Ley fundamental está formada por la voluntad humana, popular. Esta voluntad es la causa, el origen, de la naturaleza y las formas de las leyes y que de esta manera el pueblo legisla para sí mismo y que en consecuencia no pueden afectar a los intereses de los individuos.

           La tesis de Vicente Lombardo Toledano, para obtener el grado de abogado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, titulada “El Derecho Público y las Nuevas Corrientes Filosóficas”, manifiesta influencias de Kant, Rousseau, de los juristas Jellinek y León Duguit y por supuesto, sobre todo, de Antonio Caso. Este afirmó que “la obra de Kant rompió nuestra virginidad filosófica, produjo en nuestro ánimo la rebelón perenne contra todo empirismo. Kant nos ofreció el mundo del a priori, la forma de conocimiento, no derivada de la experiencia”.

            Lombardo examina las doctrinas filosóficas de Fichte, Shopenhauer, Schelling, Hegel, Comte y Marx, pero desde la óptica antipositivista, similar a la actitud que Caso tiene en su obra “Problemas Filosóficos”.Existe el interés evidente en estudiar y abrevar las corrientes idealistas con el afán de demostrar que rompe con ellas el positivismo de Gabino Barreda. Para él estas ideas significan la antelación de los nuevos principios, que se resuelven en la práctica social, pero esta transformación se produce por medio de un lento proceso.

            Prevalece la tesis de que la idealidad o la voluntad es la fuerza motriz de los cambios históricos. Este voluntarismo se produce como un rechazo a la  actitud mecánica del motivismo frente a la filosofía y frente a las relaciones sociales, las que concebía en forma regimentada, esto es, por medio de etapas sucesivas y fijas: la etapa teológica, la metafísica y la positiva. La reivindicación de la idea como fuerza primigenia, de la voluntad como promotora d eles cambios en la vida del hombre es también la contrapartida del positivismo, que sólo acepta el conocimiento de los hechos producidos por medio de la investigación empírica y la investigación de la idea del progreso humano, que es una idea perenne, natural, de la sociedad humana.

            Lombardo afirma en su tesis profesional que el idealismo hegeliano a la muerte de su autor, se dividió en dos corrientes: la derecha, dirigida por los hegelianos deístas y la izquierda representada por Strauss, Bauer, Stirner y justamente Marx y Engels “de los cuales surgieron los fundadores del anarquismo, de la democracia socialista y del humanitarismo. Este juicio era correcto. Marx ingresó a la Universidad de Berlín enjulio de 1936 y en esa institución era predominante la filosofía de Hegel. Esta filosofía era considerada como oficial por el estado prusiano.

            Lombardo calificó al Manifiesto Comunista “como el documento más importante en la historia de las doctrinas políticas del siglo XIX. Adoptando sin embargo, una actitud mecanicista propia de un conocimiento insuficiente e influenciado por la tendencia predominante, concibe a la interpretación marxista de la historia como “hacer depender la evolución social, política e intelectual exclusivamente del cambio en las relaciones económicas y del modo de producción. Con la técnica del trabajo sobre la naturaleza, que constituye la base, cambia la superestructura jurídica y política. La política es un fenómeno consecutivo de la economía y también de aquí deriva la vida espiritual, la moral, la religión, el arte y la filosofía. Así Marx, ganado por Feuerbach para el naturalismo y bajo los auspicios de Saint Simon y Louis Banc, transformó el absoluto hegeliano (la idea) en materia, por que una vez más se comprueba el decir: los extremos se tocan”.

            Esta concepción unilateral del Lombardo es abandonada durante la polémica con Caso de 1933 en que advierte la relación recíproca que existe entre la base material y la superestructura, ideológica y política, siendo, no obstante, determinante la primera. Con la frase un tanto despectiva de que “una vez más los extremos se tocan”, parece indicar un cierto desacuerdo con la inversión materialista de la dialéctica hegeliana, elaborada por Marx. Pero por desgracia no desarrolla esta idea. Es justa su apreciación acerca de la influencia de Feuerbach y Saint Simon sobre Marx.

           Una de las afirmaciones más sobresalientes de Vicente Lombardo Toledano en la obra de juventud que analizamos es la que de “que las ideas engendran movimientos sociales y éstos, a su vez, nuevas ideas que tratan de explicarlos y de prever sus consecuencias”. Con esta idea Lombardo reconoce que los cambios ideológicos influyen sobre los cambios sociales o económicos, pero en el marco de una relación dialéctica pues la segunda genera y acelera las primeras.

            Advirtió que la concepción de Comte defendía los intereses de dominación de los elementos superiores de la sociedad (los gobernantes) hacia los inferiores (los ciudadanos). La sociología de Comte y Spencer consideraba que para estudiar con objetividad las instituciones políticas y sociales, era necesario examinar los hábitos alimenticios de la población, así como el medio físico en que se desenvuelve. Para el positivismo, en efecto, la sociedad humana es un organismo, con funciones similares, al organismo físico. Es un conjunto de individuos relacionados entre sí. La unidad es el individuo, la célula social, la pareja y la unidad social, la familia. Quien detenta la autoridad política suprema lo hace por el reconocimiento de su fuerza, de su poderosa voluntad, de sus amplios conocimientos y la de la posesión de la riqueza. Los directores de la sociedad serían los gobernantes (el cerebro) y los trabajadores (los órganos inferiores).

            Para Lombardo esta concepción pretende justificar la dominación de los más fuertes sobre los débiles y por ello es inaceptable. Afirma que la divisa positivista: el orden como base, el amor como medio, el progreso como fin, el progreso dentro del orden merece al amor en una formula de conciliación de las clases sociales en beneficio de la burguesía. Considera que frente a la idea del estado absoluto de Hegel y a la sumisión incondicional del individuo a la sociedad, habían florecido reacciones tales como “el colectivismo sin freno, el falso sindicalismo, la ambición sin límites y la convicción de que la base efectiva y el desideratum de los pueblos se encuentra en la mejor distribución de la riqueza, en el desarrollo material por todos los medios de los recursos nacionales, mientras se hacen olvidar las normas éticas, las exigencias espirituales de la sociedad y la educación política, única base del edificio social”.

            Esta es una actitud moralista, típica de la influencia de Caso. Este, desde una posición ingenua, se pronunciaba por la “reivindicación ética de la clase trabajadora”, pero sin precisar las condiciones concretas de su estado de sujeción, ni los factores humanos causantes de ella. Caso se inclinaba también porque la Universidad sirviera a la “exaltación moral del pueblo”, pero sin proclamar un credo económico y político determinado.

            Lombardo, por su parte, defendió la libertad del individuo frente al Estado, pero sin incurrir en un desenfrenado liberalismo. Más bien se inclinó por una solución intermedia entre lo que se denominaría el individualismo a ultranza y el socialismo exagerado. Se trata de que el hombre asuma una actitud armónica. No admite el derecho de unos ciudadanos para imponerse a otros, sobre la base de su poder, ni tampoco la idea de que “el Estado es el único detentador de la justicia”. Considera que la fe en la ley “es la fe en el poder de la reflexión para determinar la acción de los hombres en la vida social.” No se interesa por discernir cómo y quién elabora las leyes y a quién beneficia o perjudican sino declara su lealtad y reclama la de los demás al orden jurídico imperante.

            Sin embargo, avanzó hacia una interpretación más realista –por ser más social- del derecho cuando dice “que la ley es verdaderamente ley hasta después de que el pueblo, conjunto vivo, orgánico, la ha asimilado, o bien la ha reconocido como expresión de una necesidad sentida o reclamada”.

            “La tesis de Hegel acerca del carácter absoluto del estado –añade- ha justificado excesos de poder y desmanes de autoridad. Por lo tanto, la futura vida política interior debe ser un todo armonioso, el estado un ser individual que organiza las fuerzas reales de la sociedad que las encauza, que las observa, que sustituye con sus grandes recursos a los individuos en sus empresas que persigan el bienestar común, cuando aquellos no están en aptitud de emprenderlas; que no promulga leyes sin arraigo en la conciencia pública, que no sacrifica el verdadero porvenir de los pueblos para discutir asuntos de valor inferior.”

            Por lo tanto concibe al Estado como ejecutor de una política complementaria a las acciones de los individuos. Oscila entre el liberalismo radical y el moderado, es decir, entre un “totalitarismo estatal” y el individualismo que atomiza. No advierte sobre pospeligros económicos y sociales que implicaría la acción ilimitada de los particulares. Piensa que el hombre como su vigor, con su “ser integral” guiará los actos y los abusos de los gobernantes, lo que le dará “rumbo y orientación a su propio destino, no más oposición del individuo al Estado, ni del estado al individuo”.

            En el aspecto de la vida de los Estados, Lombardo hizo suyas las tesis de Kant sobre las relaciones internacionales. Al igual que el autor de la Crítica de la Razón Pura, consideró que los principios del derecho internacional “son intrínsecamente válidos, que están en la conciencia de los pueblos y que por lo tanto, su validez o aceptación no están sujetas a discusión”. De los principios de Kant que Vicente Lombardo Toledano destacó son los siguientes:

            Ningún estado independiente podrá ser adquirido por otro estado mediante herencia, cambio, compra o donación. Los ejércitos permanentes deben desaparecer por completo. Ningún estado debe inmiscuirse por la fuerza, en la constitución y el gobierno de otro Estado. El derecho de gentes debe fundarse en una federación de Estados Libres. El derecho de gentes determina la formulación de un estatuto jurídico en el que se fijan las atribuciones de cada uno.

            Continuando con su posición intermedia, Lombardo piensa que vivir en común significa conciliar los intereses privados y los estatales. Para los pueblos, el gran objetivo es vivir gozando de plena autonomía y fines particulares, pero de acuerdo con los postulados generalmente admitidos por todos”. La vida de os pueblos ha pasado de la lucha franca y elevada al rango de institución necesaria, a las relaciones basadas en la desconfianza y en el concepto de que el mayor bien es el bien de cada uno; el reconocimiento de que existe un deber internacional, un conjunto de normas morales, que campean sobre los fines privados de los pueblos y hacia los cuales la vida obliga y la razón exige enfilar todos los destinos”. Lejos estaba Lombardo de examinar el desarrollo histórico d eles Estados y las razones por las cuales unos sujetan a otros a su dominación.

            Para él, sin embargo, el anarquismo y el socialismo eran frutos y respuestas ante el Estado absoluto que le asignó al nombre un papel mediocre en el concierto de la vida humana. Agrega que el socialismo “ha producido un juicio irreverente sobre la conducta humana”. Desde una posición intelectualista y contemplativa se alarma indignado sobre la conocida frase de Marx: “Proletarios del Mundo Uníos” porque “ha producido desquiciamiento moral y social y temblor en todas las instituciones sociales”.

            Para Lombardo, los fines del Estado deben consistir en lograr la felicidad social, pero, para conquistar este objetivo, aquel debe ser un colaborador del individuo, “el guiador de los esfuerzos particulares”. El individuo tiene, pues, una alta responsabilidad, pero ella se ejercita sobre la base de la libertad que significa esfuerzo, conciencia del fin perseguido, libertad de creación. “El porvenir de la humanidad, su juicio sobre la existencia y en suma, su propia moral, su deber, radica en la voluntad misma, en el propio querer del espíritu. Los principios deben ser la expresión de un juicio común a todas las voluntades. Los principios básicos de la conducta humana referidos a las relaciones locales e internacionales se hallan en la voluntad misma del hombre”.

            Aquí hizo suya la tesis de Rousseau consistente en que la defensa del bien común y del bien individual se logran mediante la agregación de fuerzas Los individuos ceden sus derechos a la comunidad. Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general y nosotros recibimos además a cada miembro como parte indivisible del todo.

            No obstante, el liberalismo que le caracteriza, Lombardo plantea que el socialismo nace como una reacción contra el individualismo económico, “que es impotente para resolver las cuestiones de la época”. En el examen del artículo 123 de la Carta Magna, al mismo tiempo que encuentra rasgos de individualismo económico, también encuentra anhelos de reforma que “agitan al mundo obrero”. Existe el reconocimiento expreso de la desigualdad económica y social y por lo tanto otorga o sanciona derechos de la clase obrera, como los de la asociación sindical y de huelga. Pero, acto seguido comete un serio error de apreciación al considerar a Proudhon “como el mayor representante del socialismo”, aunque otra parte le había adjudicado un mérito similar a Marx.

            En forma contundente, el joven Lombardo señala que “las ideas de Marx y sus discípulos son ideas falsas, pero halagadoras para la clase obrera y por ello han introducido la confusión. Crítica el concepto de plusvalía, considerándolo “pueril y carente de toda prueba histórica”. Dice que Marx olvida nociones tales como calidad del producto, el criterio del tiempo y la intervención, en el proceso productivo, de la dirección intelectual, como elementos necesarios para determinar el valor.

            Considera “insuficiente” la teoría de la plusvalía. “Marx ignoró completamente el interés personal. No vio que la inteligencia organiza, que la energía ordena, tampoco vio que el interés cambia. El provecho de los empresarios es necesario para la producción, si se suprime, la invención, la economía del tiempo, de las fuerzas, unilaterales, caen en el mismo tiempo. La razón indica, la experiencia lo prueba; lo hemos palpado. Si a esto se agrega que el obrero que trabaja en el taller no lo hace con el propósito de mejorar la propia empresa, de sentirse parte moral y no sólo material del objeto del trabajo perseguido sino que simplemente para vivir ¿Cómo hacerlo partícipe de las ganancias si se desconoce a sí mismo como fuerza creadora?

            Sus conclusiones políticas son obvias dice: “México necesita de capitales extranjeros que no estarían seguramente dispuestos a invertir si no tienen amplias garantías de libertad”.

            El 20 de agosto de 1920, Vicente Lombardo Toledano sustentó en la Universidad Popular Mexicana una conferencia sobre el anarquismo en la cual expresó un cierto conocimiento acerca del movimiento d eles neohegelianos. Él se mostró contrario a la tesis de Hegel que propugnaba por la existencia del Estado como institución humana totalizadora. Consideraba que ésta concepción cancelaba la libertad individual o bien preciado.

            Stirner, en oposición al estatismo de Hegel, opinó que el Estado no era una entidad verdadera sino una ficción, una institución creada por una serie de generaciones de poderosos en detrimento de la gran mayoría de indefensos.

            En base a Stirner aparecieron en Inglaterra, Godwin; en los Estados Unidos, Tucker; en Francia, Proudhon; en Rusia, Bakunin, Kropotkin y Tolstoi. “Todos están de acuerdo en negar la existencia del Estado por ser una institución caduca, falsa, injusta e inmoral”.

            “Unos sostienen que es forzoso transformar al Estado hasta hacerlo desaparecer; otros preconizan el método violento de la fuerza para acabar con la institución pública por antonomasia; otros creen que es necesario negarse a pagar impuestos y a cumplir con los deberes que impone el Estado por medio del gobierno para aniquilar del hecho al Estado mismo”.

            Lombardo tenía la suficiente madurez como para afirmar que el anarquismo es una crítica filosófica, que no se ha materializado en la realidad social. En efecto, no puede existir una sociedad con un mínimo de instituciones jurídicas y políticas para dominar a los más débiles, a los expropiados y para perpetuarse en el poder, utilizando para ello múltiples recursos de legitimación.

            Sin embargo, advirtió que los sistemas como el colectivismo, el comunismo, el bolcheviquismo triunfantes se han inspirado en esa crítica filosófica, pero, desde luego, no desentrañó las rotundas diferencias existentes entre el anarquismo y el marxismo, entre su teoría y su práctica.

                       Preso y limitado por las concepciones liberales iniciales elogia al anarquismo porque “definió de una manera clara y contundente el verdadero papel que dentro del orden de la naturaleza está asignado a la voluntad de cada individuo: la creación”.

                       Propuso que desapareciera el Estado “pero que se le sustituya por una organización verdaderamente justa, humana, que no sea ni absolutamente falsa como la doctrina clásica del Estado Alemán (absolutista) no hueca como la libertad que soñó dar a los hombres la Revolución Francesa”. Es decir, postuló un Estado intermedio, que contenga lo más positivo de las posiciones equidistantes.

“Que la nueva organización del Estado sea la expresión de la voluntad real de cada uno de los hombres  que habiten el territorio del Estado”, conlo que de una manera clara desdeña la división de la sociedad en clases. Más adelante precisa y agrega: “¿Cómo ha de realizarse esto? Para la formación de las castas, de gremios, que cada quien se una a sus semejantes en intereses, cultura, en posición social; que cada quien vea el bien público, el bien del grupo, nada más que el bien del grupo”, Este es egoísmo radical por medio del cual se pretenden conjuntar o armonizar intereses en verdad contrapuestos.

            Sin embargo, Lombardo tenía una idea en esencia justa al plantear que “el fondo de nuestras convulsiones sociales no fue sino el resultado de un régimen de vida inmoral e injusto que escogió preferentemente a sus víctimas entre los indios y que produjo, a su tiempo, un desequilibrio económico que hizo imposible la existencia no sólo para los indios sino para las clases humildes, obligándolas, en un acto de desesperación, a tomar las armas como oficio preferible a la vida de esclavitud que llevaban”.

            “Todas las cuestiones que se refieren al mantenimiento material de la vida reposan sobre lo que se entiende por propiedad. Hasta antes de la constitución de 1917 se creyó que el derecho de propiedad era la facultad de conservar todos, un objeto, aún cuando éste no prestará ningún servicio a la comunidad; el propietario se convertía así en poseedor de bienes muertos, mientras la mayoría d eles mexicanos carecían de tierras y de otros bienes peregrinaban buscándolos o se vendían como esclavos por un jornal miserable…”

            “El artículo 27 declara que este no es el verdadero criterio sobre la propiedad. Nadie puede llamarse, en verdad propietario de nada: la tierra pertenece a la nación, es decir, a todos”.

            Dijo Lombardo: “el decenio de 1920 a 1930 fue decisivo en mi vida intelectual y en mi vida como militante político. En primer término porque estudié sistemáticamente la filosofía para renovar mi acervo cultural que había recibido en la Universidad.  De una manera sistemática fui reemplazando mi pensamiento idealista por la doctrina del materialismo”.

            Refirió Enrique Krauze que enana carta fechada el 1º. De enero de 1922 a Manuel Gómez Morin, que a la sazón se encontraba en la ciudad de Nueva York, Lombardo le recordaba: “no olvide usted enviarme todos los libros, periódicos y demás publicaciones sobre el movimiento social contemporáneo que encuentre usted”. Mas tarde, en 1925, en representación de la Universidad asistió a un Congreso de Educación Obrera, en la ciudad de Philadelphia y entró en contacto personal con el socialista Eugenio Debs.

            A principios de 1922, México tenía 14 millones de habitantes. Se observaba un descenso en el índice de crecimiento de la población debido, en parte a la emigración de nacionales y extranjeros durante el período armado de la revolución, a la pérdida física de más de 2 millones de compatriotas en la misma etapa. Fue considerable la baja en la producción de maíz, de 2 mil toneladas en 1919, a 1500 en 1920. Se incrementaron las inversiones petroleras de los extranjeros por lo que el presidente Obregón decretó un impuesto a las exportaciones lo que causó malestar entre los círculos de capitalistas norteamericanos.

            Estos organizaron una campaña contra Obregón a causa del citado impuesto que, según ellos, afectaba la exportación petrolera. Sin embargo, la realidad era, de que la producción se mantenía elevada, llegando a 175 millones de barriles. Los inversionistas yanquis expresaban su temor de que Obregón fuese más lejos y decretara la confiscación de sus propiedades.

            En el aspecto agrícola, Obregón había afectado haciendas y ranchos, sobre todo en los estados de Tlaxcala, Veracruz, Puebla, Jalisco, Michoacán, restituyendo y dotando de tierras a los pueblos y núcleos solicitantes.

            El gobierno de los Estados Unidos y los intereses yanquis no estaban obviamente de acuerdo con estas políticas de reivindicación social y ejercieron las presiones consecuentes rechazando la petición de que fuera reconocido Obregón como Presidente legítimo. Los inversionistas exigieron que para que se otorgara ese reconocimiento, era necesario que Obregón garantizara pospagos correspondientes a las indemnizaciones, equilibrará su presupuesto, redujera los gastos militares, impidiera la creación de un banco central único, liquidara los bonos de la deuda agraria y cumpliera con los pagos de la deuda pública.

            Se efectuaron las negociaciones con los agiotistas extranjeros en que México aceptó que el valor de la deuda externa que era de 500 millones de dólares, en virtud de los intereses retrasados ahora ascendía a 700 millones. El pago de los intereses se aseguró hipotecando virtualmente la exportación de petróleo y las entradas de los Ferrocarriles Nacionales.

            La CROM, como se sabe, había apoyado la candidatura presidencial de Obregón con el cual se  suscribió un pacto secreto por medio del cual el caudillo sonorense se comprometió a crear una Secretaría de Estado encargada de los asuntos obreros, designar a su titular de un grupo de personas identificadas con las necesidades materiales y morales de los trabajadores, que el titular de la Secretaría de Agricultura también se nombrara después de una consulta con los sindicatos y reconocer al Comité Central de la CROM el derecho de tratar directamente con la Secretaría del Trabajo.

En estricto sentido, Obregón sólo cumplió ampliamente con el último punto, lo que ya significaba un considerable adelanto para el movimiento obrero que se abría paso en medio de las luchas de los caudillos revolucionarios.

            Durante los años veintes la historia del Partido Comunista Mexicano se caracterizó por su incomprensión de la realidad nacional, por la acentuación de las tendencias sectarias, la profunda animadversión hacia los otros dirigentes políticos que no militaban en sus filas, por el fraccionalismo constante y la incapacidad para aplicar, de una manera creadora, a la especificidad mexicana los acuerdos y resoluciones de la Internacional y de una forma particular los discursos de Lenin.

            En el mes de marzo de 1919 se constituyó en Moscú la Internacional Comunista, con la asistencia de 35 organizaciones de 21 países de Europa. El partido más experimentado, que había emergido victorioso en la Gran Revolución de Octubre, ya era un partido gobernante, que tenía una notable influencia de masas, pero no sólo hacia el interior de Rusia, sino también fuera de ella.

            Dijo Palmiro Tosliatti que Lenin “mantuvo ya desde antes de la primera guerra mundial una lucha clara e intransigente contra el oportunismo d eles líderes de los viejos partidos socialdemócratas. En esta lucha participó toda un ala del movimiento obrero, aunque no siempre de modo consecuente siempre partiendo de posiciones marxistas precisas”.

            “El principio rector –agrega el gran comunista italiano- que sirvió de base para la fundación y para toda la actividad de la Internacional deriva de la verdad, científicamente demostrada, de que el capitalismo había llegado a la última fase de un desarrollo y de que el período histórico que atravesábamos es el período del hundimiento del imperialismo y de la victoria revolucionaria del socialismo”.

            La Internacional reivindico todas las tesis de Marx y de Lenin –necesidad de la instauración de la dictadura del proletariado, creación de un partido de vanguardia que fuera el organizador de la revolución socialista, práctica del internacionalismo proletario- que habían abandonado y traicionado los dirigentes reformistas encabezados en Europa por Kart Kautsky, su máximo ideólogo.

            El primer Congreso resolvió:

a)    Explicar a las amplias masas de clase obrera la necesidad política e histórica de la nueva democracia, la democracia socialista, que habría de remplazar a la democracia burguesa y al parlamentarismo.

b)    Propagar y organizar los soviéts entre los obreros de todas las ramas de la industria, entre los soldados y marinos, así como entre los jornaleros del campo y los campesinos pobres.

c)    Formar dentro de los soviéts una sólida mayoría comunista.

Sin embargo, el hecho de que los principales fundadores del PCM hubiesen sido extranjeros, más conocedores de la realidad socioeconómica de otros países que del nuestro, sembró la semilla de la dependencia ideológica expresada en la traslación mecánica de esos acuerdos. En efecto, el Primer Congreso de la Internacional reflejaba, sobre todo, la experiencia concreta de la revolución bolchevique, así como la táctica que había seguido ese partido para obtener la victoria. La Revolución de Octubre tenía una notable influencia en todo el movimiento revolucionario mundial y eso fue asimilado, en forma dogmática, por el resto de los nacientes partidos comunistas que intentaron crear, de inmediato, repúblicas soviéticas en Finlandia, Alemania y Hungría-Eslovaquia, cuyos proyectos fracasaron a causa de que nos e tenía una visión objetiva de la correlación de fuerzas existentes en cada uno de esos países. A contrapelo se confirmaba que aun no existían condiciones objetivas y subjetivas para la instauración de un gobierno obrero como el que se estaba desarrollando en Rusia.

            Lenin consideraba que después de la Revolución de Octubre se entraba a una etapa de reflujo en el proceso revolucionario mundial, sobre todo a causa del fortalecimiento de las naciones imperialistas europeas. En lugar de organizar una “revolución” a la manera soviética, sin que hubiese las condiciones adecuadas para su triunfo, era necesario primero crear y después fortalecer a los partidos comunistas y después ganarse a la mayoría de la clase obrera, denominada, desde el punto de vista ideológico, por la socialdemocracia.

            Si en el Continente Europeo se vivía una etapa de impaciencia revolucionaria, de lo que se llamaría después revolucionarismo pequeño burgués, en donde el proletariado tenía más experiencia sindical y política, en países como México los creadores del Partido Comunista Mexicano asumieron más posiciones ultra izquierdistas. El programa inicial del Partido fue una copia fiel de la proclama de la Internacional haciendo caso omiso de las obvias especificaciones nacionales. Se olvidaba o desdeñaba, por ejemplo, que al Congreso de 1919 habían concurrido, más bien, partidos europeos y que, en gran medida, los debates y deliberaciones, así como las conclusiones, correspondían básicamente a la estructura económica y realidad política del Viejo Continente. El PCM surgió como una sección de la Internacional y ello fue, un impedimento en los primeros años de su vida, para desarrollarse acorde alas necesidades de la lucha revolucionaria nacional.

            Desde el punto de vista programático, el primer texto oficial del partido está impregnado de una hostilidad completa hacia la socialdemocracia. Dice: “el movimiento socialista de México es un movimiento para la completa abolición de la sociedad capitalista en todas partes y por medio de la revolución social. Señala como traidor a los intereses de las clases trabajadoras cualesquiera tentativa para desviarlas hacia la creencia de que los trabajadores pueden ser liberados por medio de la acción política, esto es, por medio de la participación en los parlamentos burgueses”.

            Los fundadores del Partido concibieron a ese instrumento como una secta dogmática y ortodoxa, que los condujo al más completo aislamiento. El revolucionarismo hacia estragos, desgastaba a los miembros del pequeño grupo y los llevaba a las escisiones reiteradas. Su adhesión al Programa de la Internacional era de carácter mecánico.

           Ya para el Segundo Congreso de la Internacional Comunista, efectuado durante los meses de julio y agosto de 1920 primero en Petrogrado y después en Moscú, se había formalizado la afiliación del PCM como la sección mexicana del partido mundial. A ese congreso asistieron como delegados del PCM dos extranjeros –lo que era paradójico- Manabendra Nat Roy y Charles F. Phillips.

            El Segundo Congreso se enfrentó, sobre todo, a las tendencias sectarias y ultra izquierdistas que sustentaban algunos partidos comunistas. Lenin escribió su notable obra: La Enfermedad Infantil del Izquierdismo en el Comunismo, que hizo entregar a los  delegados como material de estudio, conciente de que los errores izquierdizantes estaban haciendo el principal daño a la causa del comunismo. En efecto, el combate a la socialdemocracia reformista fue tan enérgico pero al mismo tiempo tan desproporcionado que impidió que los partidos influyeran más entre las masas obreras.

            Las principales deformaciones que se vivían eran: el doctrinarismo y el espíritu mesiánico y redentor que hacia de los partidos cenáculos semi-sagrados, la incapacidad para estudiar y atenerse a la correlación de fuerzas a nivel de cada país, la actitud de rechazo para participar en los Parlamentos burgueses y en los sindicatos dirigidos o influidos por reformistas. Todos querían copiar, a pie juntillas, hasta en los mínimos detalles, las características de la revolución bolchevique de Octubre.

            Lenin fue consciente de este fenómeno, que cancelaba la posibilidad de crecimiento del movimiento comunista mundial. Señaló que era necesario dar a los principios del comunismo un empleo tal “que modifiquen acertadamente esos principios en sus detalles, que los adapte, que los aplique acertadamente a las particularidades nacionales y nacional-estatales”.

            Agregó: “Todas las naciones llegarán al socialismo, eso es inevitable, pero no llegarán de la misma manera; cada una de ellas aportará su originalidad en una u otra forma de la democracia, en una u otra variante de la dictadura del proletariado, en uno u otro ritmo de las transformaciones socialistas d eles diversos aspectos de la vida social”.

            “Los bolcheviques –decía Lenin- hemos actuado en los parlamentos más contrarrevolucionarios y la experiencia ha demostrado que semejante participación ha sido no sólo útil sino necesaria para el partido del proletariado. La actividad parlamentaria es indispensable sobre todo para los comunistas de Europa Occidental, donde las tradiciones democrático-burguesas estaban profundamente arraigadas en la conciencia de las grandes masas. El parlamento es un escenario de lucha en que participan todas las clases y se manifiestan todos los intereses y conflictos de clase. La tribuna parlamentaria importa mucho para la formación de la conciencia de los sectores pequeño burgueses más amplios”.

            En su artículo, Acerca de los compromisos, aparecido en 1920, el jefe de la revolución proletaria rusa, dijo “que no se puede renunciar de antemano a los compromisos. La cuestión estriba en saber conservar, fortalecer, templar y desarrollar a través de todos los compromisos –que en virtud de las circunstancias se imponen, a veces con carácter de necesidad, incluso al partido más revolucionario de la clase revolucionaria”.

            En el Segundo Congreso se aprobaron las famosas 21 condiciones de ingreso a la Internacional, que, desde luego, adoptó la delegación del PCM. El punto número uno y el dos que declaraban la guerra total contra los elementos reformistas y centristas provocó fuertes y constantes enfrentamientos con la CROM. Los puntos seis y siete que llamaban a derrotar a todos los social-patriotas, que implicaron una lucha feroz en contra del Partido Laborista.

            Sin embargo, el punto ocho recomendaba “apoyar los movimientos de liberación nacional, exigiendo la salida de los imperialistas de las colonias y educando a los obreros de su país en el espíritu de fraternidad hacia el proletariado de las naciones oprimidas”. Esta recomendación, justa en sus aspectos medulares, no inspiró el trabajo del Partido, que debió conducirlo a una alianza antiimperialista con la CROM y otras tendencias políticas de la burguesía, porque en los planos sindical y político mantenía un antagonismo total. Una observación acerca de las 21 condiciones es la que tomaban en cuenta, sobre todo la experiencia rusa y trataba de que el resto de los partidos comunistas ajustaran su estructura y métodos de acción a las del Partido bolchevique y a las concepciones de Lenin acerca del partido. Es decir, se trataba de un instrumento con una disciplina interna muy rigurosa, cohesionado en el plano ideológico. Desde luego que ello era un ideal todavía demasiado lejano para el partido mexicano que inició un proceso de bolchevización, el cual se tradujo en la expulsión de muchos “militantes, indecisos y pusilánimes” lo que redujo más sus posibilidades de acción entre los trabajadores.

            Pero lo que deterioró más la lucha del PCM fue la concepción que tenia Manabendra Nat Roy acerca de la lucha en los países coloniales, que entró en abierta contradicción con la preconizada por Lenin en el Segundo Congreso Internacional.

            En el Esbozo Inicial de Tesis Acerca de los Problemas Nacional y Colonial, Lenin señaló:

a)    Los comunistas en los países oprimidos deben luchar en contra de la tendencia a “teñir de color comunista las corrientes democrático-burguesas de liberación d eles países atrasados”, es decir, estaba conciente del carácter amplio y heterogéneo de esos movimientos antiimperialistas.

b)    Los comunistas están obligados a respaldar todo movimiento de liberación nacional que sea verdaderamente revolucionario y sirva de medio de destrucción del imperialismo.

c)    La internacional debe sellar acuerdos temporales e incluso alianzas con la democracia burguesa de las colonias y de los países atrasados, pero no fusionarse con ella, sino mantener incondicionalmente la independencia del movimiento proletario, incluso en las formas más rudimentarias.

d)    Apoyarse en el nacionalismo burgués que despierta en estos pueblos, nacionalismo que no tiene menos de despertar y que tiene su justificación histórica”.

Estas ideas aplicables a la realidad mexicana, no fueron aplicadas a causa de la actitud sectaria del hindú Roy que estimaba que el movimiento de la nacional por la independencia y las luchas de las masas obreras y campesinas en contra de la explotación, eran demasiado opuestas  como para desarrollarse juntas. En la práctica, se condenaba al PCM a ser un grupo marginal, frente al desarrollo revolucionario que experimentaba.

En su lugar, prevaleció la tendencia aislacionista de crear soviéts de obreros, campesinos, soldados, aun en los países con relaciones precapitalistas. Al referirse a los países de Asia Central Lenin planteó la posibilidad de que con la ayuda del proletariado “pueden pasar al régimen soviético, y a través de determinadas etapas de desarrollo, al comunismo soslayando en su desenvolvimiento la fase capitalista”.

n el seno del movimiento comunista continuaban prevaleciendo las tendencias dogmáticas y sectarias a pesar de las frecuentes críticas de Lenin. Sin embargo, la decisión del Partido Comunista de Alemania de publicar una Carta abierta al resto de las organizaciones políticas social-democráticas, exhortándolas a la lucha conjunta por las reivindicaciones más imperiosas de los trabajadores, inició un proceso de cambio en las orientaciones generales.

La actitud unitaria de los comunistas alemanes, fue de inmediato, censurada y reprobada por los ultra izquierdistas que la consideraban por lo menos una traición a la pureza d eles principios marxistas. De una manera particular se manifestaron en contra de esa apertura Zinoviev y Bujarin, que continuaban prisioneros de la táctica del golpeteo constante a los reformistas. Lenin apoyó la Carta de los alemanes y al hacerlo formuló una nueva tesis que permitiera sacar a la Internacional d eles cánones estrechos en que se encontraba: conquistar indeclinable y sistemáticamente a la mayoría de la clase obrera, en primer término, dentro de los sindicatos viejos.

En estas condiciones de renovación táctica se realizó el Tercer Congreso de la Internacional, en la ciudad de Moscú, en julio de 1921. La lucha en contra del reformismo se había exagerado. El Secretario General del PCM, Manuel Díaz Ramírez, asistió como delegado a ese Congreso. La postura del PCM se sintetizaba en una oposición abierta a la participación política de los trabajadores, -resabio del anarquismo- al combate sistemático a los dirigentes de la CROM y a la influencia de la Federación Americana del Trabajo, en el proletariado latinoamericano. Los comunistas habían provocado la división en la CROM al crear como organismo paralelo a la CGT que, después, dejaron en manos de los anarquistas.

Es indudable que esas conductas sectarias, o el oportunismo de izquierda, como la llamaba Lenin, estaba dañando al movimiento revolucionario, mientras los reformistas mantenían y ampliaban sus posiciones entre los trabajadores. Esta táctica, paradójicamente, dejaba el campo libre al grupo de Morones que ya no encontró ninguna oposición que le enfrentara. Los comunistas se quedaron en una torre de cristal, viviendo en la autocomplacencia que solo daba la pureza y la virginidad.

Así surgió, en el combate contra los extremistas, la táctica del Frente Único, que fuera aprobada en el Tercer Congreso. En principio, se planteó a los partidos comunistas la necesidad de atraer hacia sus posiciones a las capas semiproletarias, y pequeño burguesas del pueblo, en primer lugar, a los pequeños campesinos y a una parte de la pequeña burguesía, de los empleados e intelectuales, con el fin de crear un amplio frente democrático general contra la ofensiva del capital.

Lenin decía que la táctica del frente único “consiste en incorporar a la lucha contra el capital a una masa obrera cada vez mayor, sin negarse a proponer reiteradamente librar en común esta lucha a los jefes socialdemócratas”. Y para ello se desplegaron distintas iniciativas de acción conjunta, con la Internacional de Ámsterdam no sólo a nivel europeo general sino también en el interior de cada uno de los países.

Pero mientras en el Viejo Continente se hacía este intento serio para ampliar y fortalecer la influencia de los comunistas y para ser más flexibles en la política de alianzas, en México no ocurría ese progreso. En diciembre de 1921 se celebró el Primer Congreso del PCM en donde se resolvió: a) transformar la revolución democrático-burguesa de 1910 en una revolución socialista, dirigida por los comunistas, b) abandonar la lucha política en los campos e instituciones de la burguesía porque ello estaba debilitando al partido.

Es evidente que en el pensamiento de Díaz Ramírez y compañeros predominaba el criterio de seguir por el mismo camino de la revolución bolchevique, que hizo pasar la revolución democrático-burguesa de Febrero a la revolución socialista de Octubre. Pero en México no existían condiciones para ese transito, entre otras razones porque no había un partido obrero poderoso. Debemos recordar que el partido bolchevique era un partido integrado, en su mayoría, por obreros industriales, por campesinos           que, además tenía una notable influencia entre los soldados y marinos. El PCM no tenía, como era evidente, esas características. Además, esa transformación cualitativa implicaba la organización de un gobierno obrero y campesino, cuyo basamento tampoco existía porque los dirigentes reales del movimiento revolucionario –Villa, Zapata, Obregón- no compartían, desde luego, los ideales socialistas.

Los dirigentes nacionales del PCM, de orientación anarquista, no aceptaban la necesidad de la lucha política, en las elecciones, a pesar de las insistentes recriminaciones y exigencias de los líderes extranjeros que estaban conscientes de que ese abstencionismo sólo estaba aislando al partido. Aquellos, impelidos por éstos trataban de aplicar las resoluciones del último Congreso de la IC obtuvieron que el Comité Nacional del PCM se declarara a favor de un gobierno que debe emanar de los campesinos y obreros. Había un cambio respecto de las posiciones indiferentistas, pero por carecer de un sólido sustento ideológico y comprensión sobre la realidad nacional, el partido se vio envuelto en las pugnas entre los caudillos revolucionarios.

La consigna del gobierno obrero fue discutida acremente en el Cuarto Congreso de la Internacional que se celebró en noviembre de 1922. Por el hecho de entenderla como una forma  de gobierno sustitutiva de la dictadura del proletariado que implicó un retroceso respecto del frente único, que partía de una concepción  más amplia de las alianzas políticas. Los comunistas mexicanos que habían combatido con violencia, a la CROM y al Partido Laborista, ahora coincidían con ellos en el apoyo otorgado a Obregón. Se les llamó a formar a los primeros un frente único, a los que se les había considerado siempre como enemigos absolutos. La rigidez en los ataques no permitía la flexibilidad acordada por el Tercer Congreso sino que fue muy fácil instalarse en los acuerdos del Cuarto Congreso porque eso permitía mantener las posiciones sectarias. El Congreso fue una rectificación, pero negativa, del anterior porque significó un triunfo de los izquierdistas.

La lucha por el frente único permitió avanzar, pero la del gobierno obrero hizo perder el terreno conquistado.

           En el mes de septiembre de 1923 se reunió en la Ciudad de Guadalajara la V Convención Nacional de la CROM y en ella fue designado Vicente Lombardo Toledano como Secretario de Educación del Comité Central de la Organización Obrera. Lombardo recién había salido de la dirección de la Escuela Nacional Preparatoria a causa de sus desavenencias con Vasconcelos. Aquel estaba persuadido de la necesidad de reformar a fondo la estructura y fines de la educación superior, a efecto de que esta sirviera a los explotados de México y no a una breve minoría.

            El  gobierno de Calles se inició un año después de 1924 habiendo contado con el apoyo de la CROM y del Partido Laborista. Calles inició su gestión en condiciones de mayor estabilidad política y social que las de su predecesor y por tanto empezó a ejecutar una política económica y social verdaderamente avanzada, que tendían a la necesidad de satisfacer las demandas y exigencias de la Revolución. Designó a Luis H. Morones como Secretario de Industria y Trabajo y proporcionó a la CROM todo el respaldo oficial para que se consolidara como la organización más fuerte y representativa del proletariado.

-            El PCM también apoyo la candidatura de Calles y en los primeros años también se benefició con la política progresiva que éste aplicaba, e incluso se fortaleció la estructura del partido, según se informó en el Congreso de abril de 1952. En realidad, los comunistas contaron, en esa etapa, con todas las facilidades para desarrollar sus actividades. Ello permitió crear, por ejemplo, la Liga Nacional Campesina, dirigida por Adalberto Tejeda y Úrsulo Galván por medio de la cual los comunistas incrementaron notablemente su influencia entre las masas rurales en todo el país, pero especialmente en el estado de Veracruz.

            Sin embargo los dirigentes del PCM, en consonancia con las actitudes sectarias que nunca habían abandonado, acrecentaron su política de enfrentamiento global con la CROM. En junio de 1924 se había celebrado en Moscú el Quinto Congreso de la Internacional Comunista en que se convino la necesidad de acentuar los rasgos bolcheviques de los partidos. “La bolchevización del partido –se decía- significa transferir a nuestras secciones cuanto de internacional, de importante para todos, ha habido y hay en el bolchevismo ruso”. No se trataba de traslado mecánico de la estructura y experiencia del partido bolchevique sino de atender, en la aplicación de los principios generales, los rasgos específicos de cada país. Sin embargo, la corriente sectaria en el seno de la Internacional insistió en mantener la consigna del gobierno obrero, que implicaba una abierta lucha política en contra de todas las tendencias socialistas o reformistas. Por desgracia para este diagnóstico en México esa era la corriente predominante en el seno del movimiento obrero. Esta actitud de lucha constante contra la CROM impidió, por ejemplo, la realización de una alianza obrero-campesina.

            En el interior del PCM esta desviación izquierdista se reflejó en la infiltración en los sindicatos adheridos a la CROM formando células comunistas y después en el interés de capturar sus principales órganos de dirección. Al fracasar estas tácticas, pasaron al combate en contra de la CROM en cuanto a organización nacional, en forma global, lo que significaba una agudización de los antagonismos. El comunista norteamericano Wolfe enderezó los primeros ataques contra Calles a causa de su política de colaboración y estrechamiento con la diplomacia yanqui. Calles contestó en forma agresiva y expulsó a Wolfe del país, con lo que se iniciaba, de nuevo, otra etapa difícil para el partido.

            Mientras se cometían esos errores y se sufrían esos quebrantos a causa de una línea política vacilante que no reaccionaba en base a principios generales sino a circunstancias políticas, Lombardo Toledano iniciaba una larga y fructífera actuación en el seno de la CROM, tratando de elevar el nivel de la conciencia política d eles obreros. Promovió  la creación de centros culturales, anexos a los sindicatos y la dotación de bibliotecas, para estimular la lectura entre los trabajadores.

            En noviembre de 1924 se celebró la VI Convención de la CROM en la Ciudad en donde Lombardo presentó un extenso informe relativo a la educación nacional y a la necesidad de cambiar su orientación. La CROM sustentaba hasta ese momento la doctrina económica racionalista, herencia del anarquismo, que enfatizaba en la lucha en contra d eles fanatismos religiosos y a favor de los valores de la ciencia. Pero esta doctrina educativa era positiva por los aspectos que negaba, pero limitada porque no señalaba las directrices ideológicas de la educación, es decir, las finalidades de ésta, que estuvieran relacionadas con las luchas de los trabajadores. Además, no había en México muchos profesores que conocieran a fondo el contenido de esa escuela, ni menos aun, su pedagogía que implicaba una formación muy distinta a la prevaleciente.

            Las resoluciones de la Convención  de la CROM significaron una auténtica revolución en materia educativa:

a)    La escuela del proletariado debe ser dogmática y afirmativa de la necesidad de la organización corporativa por comunidad de producción y de la defensa de lo producido de acuerdo con las necesidades de cada ser y con la idea clásica de la justicia distributiva que da a cada quien según su capacidad y cada capacidad según su obra.

b)    La escuela deberá otorgar, consecuentemente, la preparación necesaria a todos los educandos para colocarlos en igualdad de condiciones en la minoría que hasta la fecha, por su capacidad técnica, tiene el monopolio y la dirección de las empresas económicas de mayor importancia, sino el mismo gobierno del estado.

c)    Debe atenderse de manera preferente y urgente la educación de los indígenas, de los campesinos y de los habitantes de los pueblos, previo el estudio de las necesidades de cada región y la preparación especial del profesorado.

d)    La cultura universitaria es, hasta la fecha, un monopolio de una sola clase social, enemiga por tradición y por intereses del proletariado mismo y por lo tanto, es urgente su popularización.

e)    El profesorado no tiene la orientación social necesaria para llevar a cabo la orientación social del pueblo por lo que debe formarse para poder defender sus intereses económicos y sociales.

El nuevo programa educativo de la CROM era una severa impugnación a los sistemas establecidos, a la educación clásica universitaria y por ello era también un ataque al grupo predominante tanto en la Secretaría de Educación Pública como en la Universidad. Además, sentaba las bases ideológicas para un trabajo más firme de Lombardo en el seno de los sindicatos de la CROM, sobre una educación proletaria y revolucionaria.

Todos los sindicatos y federaciones se dieron a la tarea de impulsar la creación de escuelas elementales, escuelas técnicas especializadas, centros educativos integrales, en donde se formaran los niños y los jóvenes. Algunas de estas instituciones estaban financiadas por el gobierno pero otras por las propias organizaciones gremiales, realizando un esfuerzo sin precedentes en el campo de la educación popular. Pero no en todas las instituciones se adoptaron los criterios emanados de la Convención de Ciudad Juárez pues la Secretaría de Educación insistía en la adopción de planes y programas que poco tenían que ver con las necesidades y aspiraciones de los trabajadores.

           La Sexta Convención Nacional de la CROM coincidió con la toma de posesiones de Calles en la Presidencia de la República. La dirección de la central obrera le ofreció un banquete en donde el caudillo sonorense ofreció con vehemencia luchar por los intereses de los trabajadores. Se inició así una alianza política que duraría todo el período de 1924 a 1928 e incluso más allá cuando Calles había abandonado ya las posiciones progresistas que le caracterizaron y era ya un portavoz de las fuerzas de la derecha y de la reacción.

            También, desde la Convención de Ciudad Juárez, se consolidaron y fortalecieron las relaciones internacionales de la CROM con la Federación Americana del Trabajo, dirigida por Samuel Gompers. Morones no pudo asistir a la asamblea por haber sido objeto de una agresión en la Cámara de Diputados. De todas formas, los líderes patentizaron en sus discursos su adhesión al máximo dirigente y al mismo tiempo condenaron todos los intentos por dividir el movimiento obrero.

            La Convención de Ciudad Juárez fue importante también porque se refrendó la fraternidad y la solidaridad entre la clase obrera de México y de Estados Unidos. Ricardo Treviño dijo que el acercamiento entre los trabajadores de ambos países era un hecho al margen de los grupos capitalistas que explotaban a los obreros en las dos naciones.

            Se aprobó una Resolución muy importante, en torno al gobierno que empezaba: “que a partir de la fecha en que el compañero general Calles se haga cargo de la Presidencia de la República, la CROM colaborará con todas las fuerzas de que dispone con el nuevo poder Ejecutivo, mientras el encargado del mismo se halle identificado con los principios y el programa de acción que sostienen los organismos representados en esta asamblea, aceptando en todo sus alcances, las responsabilidades que se derivan de este acuerdo”.

            “La Convención faculta al Comité Central para disponer de todas las fuerzas de nuestra organización, en la forma que juzgue conveniente, cuando las circunstancias lo requieran, en defensa de los dirigentes del proletariado mexicano, en sus relaciones con el gobierno socialista que presidirá el general Calles”.

            Morones envía un telegrama a los convencionistas en donde afirma que Calles hizo suyo el programa de ordenación del proletariado.

            Los delegados de la Federación regional del Estado de Morelos solicitaron a la Federación Americana del Trabajo realizara gestiones con las autoridades de su país para que se otorgara un trato respetuoso y no discriminatorio de los trabajadores mexicanos radicados en Estados Unidos. En el interior de la reunión había varios delegados –probablemente comunistas- que demandaron la afiliación de la CROM a la Internacional Sindical de Moscú, pero la corriente mayoritaria derrotó esa pretensión. Ricardo Treviño dijo que esa incorporación “perjudicaría al movimiento laborista y anularía todas las ganancias y posiciones que ya tenía la central obrera”. Demandó que la CROM se apartara de los principios del comunismo.

            El Comité Central de la CROM respaldó a Calles en la lucha que libraba contra las organizaciones religiosas que, en rebelión, se oponían a la vigencia de la Constitución. Aunque no fue suya una actitud jacobina consideró que “el clero, por si sólo, ha sido enemigo del cumplimiento de la ley; en cuanto mayor razón hoy que a sus espaldas se mueven los políticos descontentos sin pudor y contra su propia doctrina desafía al gobierno e invita francamente a la sedición y en contra de las aspiraciones del pueblo. Nuestro criterio es que nadie ha pretendido ni pretende arrebatarle al pueblo un sentimiento que, como tal, es privilegio único del hombre y de la mujer”.

            La dirección de la CROM movilizó a sus sindicatos en todo el país a efecto de proporcionar a Calles la base social necesaria para combatir con éxito a los elementos sediciosos. Ante las amenazas de los industriales y comerciantes, influidos por la iglesia, en el sentido de que cerrarían sus negocios, la CROM propuso tomar medidas severas en su contra y al mismo tiempo llamó a otras organizaciones a formar un frente contra las maniobras subversivas de la derecha clerical.

            El 25 de julio de 1925 se efectuó una reunión extraordinaria del Consejo Federal en que se examinó el asunto de la agitación religiosa. Se tomaron los siguientes acuerdos: efectuar manifestaciones en toda la República contra el  boicot económico que ha propuesto la “Liga de la Defensa Religiosa” solicitar al Presidente calles elimine de su administración a todos los elementos reaccionarios, difundir el contenido de la conducta gubernamental por medio de conferencias y volantes par que no se confundiera al pueblo”.

           El primer Comité Central  de la CROM, electo en el Congreso de Saltillo, estuvo integrado por Luis N. Morones, como secretario general; Ricardo Treviño y José María Tristán, como Secretarios del Exterior. Además, ocuparon cargos José Martínez, Manuel Pacheco, Francisco Campeche, Santiago Martínez, Celestino Castro, José Inés Medina, Guillermo Herrera, Alberto Méndez, Juan Lozano, entre otros. En el seno del aparato de dirección se integró el denominado “Grupo Acción”, lidereado siempre por Morones que había salido triunfante desde el Congreso Constituyente de la central obrera.

            Aunque Morones, en varias etapas de la vida de la CROM, no figuraba como secretario general de hecho concentró mayor autoridad y el consejero obligado  de los órganos directivos. Desde 1918 hasta 1932 fueron cambiando algunos de los integrantes de ese grupo de poder, lo cierto es que, en ningún caso, figuró el nombre de Vicente Lombardo Toledano. Este grupo no apareció en los Estatutos pero al aglutinar a los principales dirigentes nacionales, solía reunirse por separado de la instancia reglamentaria, tomar acuerdos y resoluciones que después se enviaban a los órganos deliberativos y directivos que finalmente las hacías suyas.

            Esta exclusión se explica porque desde un principio el ingreso de Lombardo a la militancia obrera fue vista con recelo por el resto de los otros dirigentes gremiales que, todavía imbuidos por el anarquismo, consideraban en forma despectiva que Lombardo provenía de las capas de la intelectualidad y no de los obreros de la industria o el comercio y que por lo tanto, no era un elemento confiable. No obstante, comenzó a formar en el interior de la CROM una corriente sindical de orientación típicamente marxista o socialista, por medio de la preparación intelectual y del encauzamiento de sus reivindicaciones económicas y sociales.

            El propio Lombardo dice que el “Grupo Acción” fue concebido y dirigido por Morones y se componía de 25 miembros y “cada uno de estos ha sido un líder local de prestigio y ha pasado después a cooperar en la orientación de la organización obrera nacional”. Como era obvio, el “Grupo Acción” opera por encima o al margen del Comité Central y demás órganos de la central. Nada perdurable podría realizarse en el interior de la CROM sin su autorización, o por lo menos, de su anuencia. En su seno se decidían las cuestiones políticas esenciales, surgía el candidato más viable a la Secretaría General y también se dirigían las acciones del Partido Laborista.

            La célula básica de la CROM “era el sindicato de oficios que reúne a los trabajadores de igual ocupación o del mismo establecimiento con el nombre del sindicato, liga o sociedad. La agrupación de sindicatos del mismo lugar o de una región de producción homogénea forma la federación local. Las federaciones locales forman la federación del estado y el conjunto de estas forman la CROM”.

            En 1926, la CROM tenía 4 federaciones nacionales de Industria: Artes Gráficas, Puertos, Ferrocarriles, Teatros. Para Lombardo, el partido obrero era el Partido Laborista, que se había formado para realizar las acciones políticas y electorales de la central obrera. El Partido Comunista, no tenía ningún significado importante para Lombardo que lo consideraba “como un grupo radical de agitación obrera, dirigido por cuatro extranjeros”. Esta opinión era muy realista. Toda la experiencia de Lombardo hasta este momento en relación con el Partido Comunista era la de que se trataba de un instrumento de confrontación sistemática, de lucha abierta y constante con el cual no era posible llegar a ningún acuerdo.

            Como lo reconoce Martínez Verdugo “el partido no comprendió entonces la importancia de la teoría para el movimiento revolucionario de la clase obrera y no supo estudiar las condiciones concretas de un país como México desde el ángulo d eles principios del marxismo leninismo. A consecuencia de ello, los problemas de la definición de caracteres de la sociedad mexicana y del tipo de revolución que se planteaba, entonces se enfocaban siguiendo los esquemas que la Internacional Comunista elaboraba para el mundo entero o para grandes regiones. De 1919 a 1929, el Partido llamaba a la revolución soviética, a la conquista d eles soviéts como forma estatal de la revolución, tal como lo planteaba la Internacional Comunista para todos los países. El traslado de esa consigna, forma concreta de la dictadura del proletariado que había triunfado en Rusia, se explica, a mi parecer por ese fenómeno que se da después de las grandes revoluciones, cuando sus formas particulares, específicas, se conciben como universales”.

            Continúa Martínez Verdugo: “durante los dos años que siguieron a la fundación del Partido la vida partidaria fue muy precaria: el núcleo del partido quedó prácticamente disuelto y a consecuencia de la represión desatada por Obregón en mayo de 1921 y fue sólo hasta el Segundo Congreso, en abril de 1923, que se integró una dirección estable.

                       En la medida en que las agrupaciones sindicales participan más activamente en el proceso social, el Estado empieza a promulgar las normas reguladoras y protectoras del trabajo. El crecimiento y luchas de la CROM obligan al gobierno a reglamentar los conflictos obrero-patronales. Como dice Lombardo, la CROM aparece y actúa como una fuerza real de poder “al lado del ejército, el clero y las camarillas políticas”.

           Dijo Enrique Ramírez y Ramírez que “los trabajadores que pertenecieron a la CROM, que se cuentan todavía por cientos de miles, saben que nunca se identificó Lombardo con Morones. Saben que el ingreso de lombardo a la CROM significó precisamente el surgimiento de una corriente de izquierda, una corriente depuradora del movimiento obrero. Ingresó a la CROM cuando ya estaba consolidada, cuando la dirección del grupo de Morones estaba perfectamente establecida”. Las relaciones de Lombardo con Morones fueron de carácter institucional pues no pertenecía aquel a su equipo selecto, el cual, en gran parte, venia desde los tiempos de la COM. Prefirió no entrar en conflicto con él durante muchos años, en la etapa de formación de la corriente sindical marxista.

            Afirmó por su parte, Miguel Ángel Velasco que la preocupación central de Lombardo en la CROM fue la de elevar el nivel cultural e ideológico de sus afiliados individuales y colectivos y robustecer su conciencia clasista. Lombardo confiaba –agrega- que su actividad intelectual e ideológica pudiese despertar entre la base de la CROM un sentimiento de rebeldía en contra del “Grupo de Acción”. Este proceso ideológico fue lento y gradual pues se prolongó por espacio de diez años, tomando como base la preparación política de sus cuadros dirigentes nacionales, estatales y locales tratando de desterrar viejas prácticas que estaban muy consolidadas.

            En efecto, para Lombardo la lucha activa de los obreros y los campesinos es el factor esencial que explica el contenido avanzado de los principales preceptos de la Constitución de 1917. La fuerza transformadora de la sociedad radica en el pueblo y por lo tanto se propone como esfuerzo hacer que la clase obrera cobre conciencia de sus potencialidades, en “darle a la mayoría lo que no tiene y en quitarle a la minoría lo que detenta contra todo derecho”.

            Según recordó Ramírez y Ramírez, para el “Grupo Acción” Lombardo era un “hombre que hablaba, que soñaba, que lanzaba teorías, que podía emocionar a las masas, distraerlas, pero cuyas palabras no tenían ninguna importancia”. Algunos dirigentes impulsaron la versión de que Lombardo era un simple “ayudante” de Morones yen este error cayó también Valentín Campa. Para Morones la presencia de Lombardo era útil en tanto se adhiriera a sus opiniones políticas y cumpliera con los acuerdos y resoluciones de la CROM. Los comunistas, sin fundamento alguno, asociaban a Lombardo con Morones y nunca consideran que en el interior de la CROM había una lucha de carácter programático, si bien esta no se expresaba, todavía, en una abierta contradicción.

            En junio de 1925, Lombardo Toledano asistió como delegado observador de la CROM a la Asamblea de la OIT. En su alocución precisó que “los pueblos hispanoamericanos, especialmente los de las grandes civilizaciones prehispánicas, como México, ha llegado en el socialismo la única forma posible de arreglar por completo su vida nacional, necesitada, como ninguna, de normas de justicia claras y fácilmente aplicables”.

            Para él, lo que une a los pueblos de América Latina, más que los lazos románticos, etnográficos o lingüísticos, es la misma fisonomía geográfica-social, que la convierte en una región económica única en el mundo. En estas condiciones –prosigue- no puede existir otro ideal en la vida que el de colocar a todos los hombres en un plano de igualdad en la lucha por la existencia.

            “La desigualdad económica y social –dijo- que existe en los países de América Latina es la causa esencial de malestar social. Inconsecuencia, la lucha que libran los trabajadores mexicanos es la misma, en esencia, que realizan los obreros en otros países, que tratan de eliminar las condiciones injustas de la vida social”.

            Aunque todavía no precisaba las características del sistema capitalista internacional, Lombardo sentó la premisa de la conducta internacionalista proletaria al considerar que las “circunstancias nacionales no pueden ser obstáculo para la colaboración y la ayuda mutua de los trabajadores”. Una observación muy importante que Lombardo publicó en las declaraciones a “El Sol de Madrid” consistió en afirmar que en los países de América Latina “existen todas las etapas de la revolución humana, desde el comunismo ancestral, hasta el período de la gran industria” pero que este desarrollo desigual no debe impedir la lucha unida de todos los trabajadores, más allá de la separación de las fronteras nacionales.

                       En respuesta a la bolchevización del PCM que se originó en 1924 Lombardo afirmó que sus seguidores en México son simples explotadores del fantasma ruso, reprochándoles su incapacidad para elaborar una línea nacional revolucionaria. En septiembre de 1925, publicó un artículo en el que trata de combinar el marxismo con la realidad nacional: propone que en la lista de los héroes del proletariado mundial y nacional no sólo figure Carlos Marx sino también Miguel Hidalgo y Benito Juárez “porque todos ellos lucharon por la redención de los pobres”.

            Afirmó José Revueltas, en relación con los primeros años del PCM que se estableció el sistema de “purgas, imitando también en esto al Partido Bolchevique”. Si había una “purga” en el partido ruso se veía cómo organizar una “purga” en el partido mexicano, sin averiguar nada; cualquier compañero que tuviera una ligera desviación, una ligera discrepancia, era expulsado del partido”.

            Escribió José Mancisidor al referirse a estos sucesos: “El PCM considera que el país atravesaba por una situación revolucionaria, en la que era posible la disolución del estado capitalista, la constitución d eles soviéts y la reorganización de la industria sobre bases de explotación colectiva en gran escala”. Por eso la Federación de Jóvenes Comunistas se proponía también la organización de campesinos, obreros y soldados “para llegar a la sociedad comunista”.

            Los estudios científicos sobre Historia de México, sobre el desarrollo del capitalismo, acerca del estado de la industria, la concepción política tanto de Lombardo como de la dirección del Partido Comunista. La dirección de este partido, por ejemplo, consideraba que la revolución iniciada en 1910 ya se había agotado a causa de las debilidades mostradas por Calles en sus relaciones con el imperialismo yanqui y que por ello era necesario emprender una revolución de tipo socialista. En cambio, Lombardo consideraba que a pesar de las concesiones hechas por Calles a loas compañías petroleras y en general a los inversionistas extranjeros, su obra era positiva pues había desarrollado la industria y la agricultura sobre bases nacionalistas y que por lo tanto el proceso histórico enarbolado por Madero estaba abierto para que continuara presidiendo el desarrollo del país.  

           El V Congreso de la Internacional Comunista se realizó en el mes de junio de 1924, en Moscú, por la primera vez sin la presencia y las orientaciones de Lenin. El Congreso al hacer un balance del grado de cumplimiento de las resoluciones del anterior, consideró que no era justa la meta de pretender alcanzar una mayoría numérica o estadística entre los trabajadores sino que se trataba de incrementar la influencia ideológica y política en el mayor número posible de ellos.

            Se aprobaron algunos requisitos o rasgos para constituir partidos comunistas no sólo vinculados a las masas obreras sino también templados en una férrea disciplina y cohesión internas. A esto último se le llamó la bolchevización de los partidos. “La bolchevización del partido –dice la resolución- significa transferir a nuestras secciones cuanto de internacional, de importantes para todos, ha habido y hay en el bolchevismo ruso. Hay que bolchevizar a los partidos siguiendo fielmente los legados de Lenin y teniendo en cuenta la situación concreta de cada país”.

            Los elementos del proceso de bolchevización son los siguientes:

a)    Organizar un partido verdaderamente de masas, capaz de actuar tanto en condiciones de legalidad como en la clandestinidad.

b)    Las células en las empresas deben ser el fundamento del partido.

c)    Aplicar una táctica flexible, exenta de dogmatismo y sectarismo, con el objeto de utilizar al máximo todas las posibilidades materiales del partido para derrocar a los enemigos de clase.

d)    Untando centralizado en el partido en el que al mismo tiempo que se exprese de una manera libre la voluntad de sus miembros, permita una severa disciplina a la hora de tomar los acuerdos, a efecto de organizar una acción única de todo el partido.

e)    Intensificar una propaganda sistemática en torno al marxismo leninismo para que este sea un patrimonio ideológico de todos y cada uno de los miembros del partido.

f)     Minuciosa selección y preparación d eles cuadros dirigentes del partido.

g)    Fortalecer a toda cosa la unidad interna del partido combatiendo a las fracciones contrarias a la disciplina que se formen en su seno.

El Congreso de los comunistas, al discutir las tácticas de lucha más adecuadas para el momento examinó también como enfrentadas, las del frente único y del gobierno obrero. Los dirigentes sectarios como Zinoviev se opusieron a la primera por considerar que estaba abandonando la auténtica lucha por el socialismo y a la segunda, a la que suponían como sustituto de la dictadura del proletariado, cuando, en verdad, en el Congreso anterior se había caracterizado como un régimen de transición al socialismo.

            La táctica acordada, en términos generales, por el V Congreso consistió en:

1.        Reiterar que el frente único obrero es la vía necesaria y justa para incorporar a la mayoría de la clase obrera a la lucha general revolucionaria.

2.        La táctica del frente único debe aplicarse desde la base de las organizaciones de trabajadores y simultáneamente desde arriba, sobre todo en aquellas agrupaciones en donde es incontrastable el dominio de los líderes reformistas y oportunistas.

Después se celebró el tercer Congreso Nacional del PCM en el mes de abril de 1925. En él se expresan una serie de avances en el proceso de bolchevización del partido, en particular en un mejoramiento sustancial de militancia. A diferencia de los años anteriores en que se había padecido la más extrema fragmentación, ahora se integró un Comité Ejecutivo estable, encabezado por Rafael Carrillo, En su calidad de Secretario General.

Como dice Miguel Ángel Velasco, en el citado Congreso se resolvió “organizar al Partido sobre la base de células en los centros de trabajo” para corresponder a la preocupación leninista de fortalecer precisamente la estructura orgánica que, hasta ese momento, había sido muy endeble.

            Con la táctica del frente único obrero el Congreso planteó, a manera de una importante aclaración, que la lucha en contra del reformismo en realidad estaba enfocada en contra de los dirigentes y no en contra de las organizaciones como tales. Esta distinción era justa pero no comprensible ni aceptable en muchos miembros del partido que habían sido “educados” en el más furioso antagonismo en contra de la CROM. Para alcanzar una mayor precisión se indicó que los comunistas estaban con las masas cronistas pero no con Morones, que estaba con las masas que seguían a Lombardo pero no con él, lo cual era difícil de aplicar en la práctica.

Esta actitud seguida desde la propia fundación del partido significaba tener que ganar para la influencia “comunista” a los dirigentes medios y altos del movimiento sindical, infiltración que produjo un fuerte antagonismo con la más elevada jefatura de la CROM. Y se dejaba en un plano secundario la lucha por ganar la conciencia de los obreros de base en los sindicatos. Esta conducta de menoscabar lo esencial para pugnar por lo accesorio fue criticada por Alejandro Lozovski, en el seno de la Internacional Sindical Roja al advertir en forma tajante” que era imposible conquistar a las masas sin conquistar a los sindicatos pues no se puede admitir que la unidad sea monopolio de los reformistas”. Al enfocar las baterías contra los dirigentes de la federación y de sindicatos, los comunistas se enfrentaron al hecho de que la absoluta mayoría acataba los acuerdos del grupo Acción y reconocía la jefatura política de Morones.

El V Congreso de la Internacional, al pronunciarse sobre este particular, señaló, con certeza, que en la medida en que los comunistas luchan por la unidad del movimiento sindical “están aumentando la esfera de influencia de los partidos de la Internacional”. Se instaló, una vez más, en conquistar a los sindicatos, en lugar de destruirlos, lucharon contra la evasión de los mismos y porque los que los abandonan vuelven a ingresar a ellos. En realidad, era en la base de los sindicatos  en donde los comunistas podían lograr una mayor influencia, a través de la distribución de El Machete y de la creación de células de empresas.

            Los dirigentes del PCM, entonces, expresaron, en distintas ocasiones su solidaridad con las luchas de algunos sindicatos de la CROM y de la CGT e incluso pugnaron, en el interior de la primera, porque se adhiriera a la Internacional Sindical Rojas (ISR) con sede en Moscú, en donde residía un agregado obrero perteneciente a la CROM. Pero los intentos de acercamiento fracasaron tanto por la actitud incomprensiva de los representantes oficiales soviéticos, que vivían en México, como por la sorda posición anticomunista de los líderes cromianos.

            Mientras en Moscú se celebraron contactos amistosos y unitarios entre la ISR y la Federación Internacional con sede en Ámsterdam, incluso hasta llegar a proponerse la creación de una agrupación mundial única, de carácter amplio y democrático, no existía posibilidad de acercamiento entre la CROM y la ISR. La dirección de esta central internacional exigió a la CROM como una condición para que pudiera haber relaciones políticas amistosas y eventualmente formar parte de la ISR, que rompiera todos los vínculos que tenía con la AFL.

            Una acción muy positiva del PCM se dio en el campo al crearse, bajo sus auspicios, La Liga Nacional Campesina, que se desarrolló en la mayoría de las entidades federativas, bajo la dirección de Úrsulo  Galván y de otros luchadores que preconizaban la lucha de clases. En u periodo relativamente corto, aumento en forma considerable la influencia de los comunistas entre los núcleos de campesinos solicitantes, de tierra, entre los ejidatarios, comuneros y trabajadores agrícolas hasta constituir una gran base social para el partido.

            La Liga se constituyó en Noviembre de 1925 y se proponía como objetivos generales, la socialización de las tierras y los demás medios de producción, la liberación del campesino de la influencia clerical que “entenebrece” su conciencia, de la ignorancia que retrasa su desenvolvimiento integral, la institución del ejido, perfeccionada y complementaria por distintas formas de acción cooperativa y de trabajos realizados en común, constituye en esta etapa de la evolución nacional, una de sus bases sociales y económicas.

            Con predominio comunista, integraron su primer Comité Ejecutivo Luis G. Monzón, diego Rivera, Úrsulo Galván, José Rodríguez Triana y José Guadalupe Ramírez. El primer paso consistió en formalizar su afiliación a la Internacional Campesina, a la que se consideró la genuina representante mundial de los trabajadores del campo. Galván ocupó después una vicepresidencia de esa agrupación que funcionaba bajo la orientación ideológica y programática de la Internacional Comunista.

           En noviembre de 1925 el diputado Vicente Lombardo Toledano, representante del partido Laborista defendió el concepto de que “por ningún motivo las autoridades podrán reconocer, ni permitir la existencia simultánea de dos agrupaciones de trabajadores en una misma empresa”. Este principio, que pronto fue incorporado a la legislación laboral, fue impugnado por los diputados del Partido Nacional Agrarista y de una manera particular por Antonio Díaz Soto y Gama.

            La discusión entre Lombardo y el antiguo militante anarquista excolaborador de Emiliano Zapata, debe ubicarse en el marco del antagonismo entre esos dos partidos, los más importantes de aquella época. Soto y Gama demostró que a pesar d eles años, de la experiencia colectiva del movimiento social, no había superado las concepciones nacionalistas basadas en el individualismo más desenfrenado. En tanto, Lombardo reitera una gran madurez para concluir que la dispersión de los obreros en varios sindicatos de empresa facilitaron la división y por ende la manipulación de los patrones que así generaron contradicciones entre los propios obreros, produciendo una baja en los salarios al establecer una competencia innecesaria.

            Soto y Gama se opuso a que en cada empresa el patrón suscribiera el respectivo contrato colectivo de trabajo con la agrupación sindical mayoritaria y en su lugar propuso que también se tome en cuenta a la minoría. Esta reticencia partía de que, siendo la CROM la central obrera más representativa e influyente en los círculos gubernamentales, dicha disposición sólo propiciaría una ampliación de su fuerza, lo que no estaba dispuesto a permitir Soto y Gama, quien después de una efímera alianza tenida con Morones en el año de 1922 ahora planteaba la necesidad de reducir su fuerza social y política.

            Este vigorizamiento, dado en el área sindical, también tendía a reflejarse en el plano político con la conquista  de más posiciones administrativas y electorales para el Partido Laborista Mexicano, situación, o posibilidad, que, desde luego, no podía aceptar el Partido Nacional Agrarista. En el  interés de defender la posición de ese partido sus diputados llegaban al extremo sofístico de negar a los gobiernos de la mayoría, hablando también de la existencia de gobiernos de minoría, lo que era absurdo, propio del pensamiento anarquista que estimulaba hasta el infinito el individualismo.

            Lombardo Toledano, por su parte, consideró que la condición para que exista en México un gobierno popular –él está pensando, desde luego, en el del general Calles- es la de que, en verdad, sea electo por la mayoría del pueblo y respaldado por estar en el ejercicio de su mandato. Lombardo se refiere a la tiranía de las minorías en contraposición a las tesis anarquistas. Esa tiranía, en el transcurso del tiempo, tiende a ser más autoritaria y absoluta. Las personalidades disidentes pueden tener la razón histórica, pero no por ello pueden constituir gobierno.

            Soto y Gama no había abandonado su mentalidad agrarista limitada y encontró incomprensible e injustificado el apoyo que el Presidente Calles otorgaba a la CROM, como si existiera una incompatibilidad entre “la adhesión a las luchas obreras y a las campesinas, representadas también políticamente por el Partido Nacional Agrarista que también tenía el respaldo del poder público. La rivalidad en realidad surgió por la conquista de mayores espacios de poder político y por influir en forma más decisiva en la conducta del Presidente y en la Cámara del Congreso de la Unión.

            El viejo anarquista postuló los derechos individuales del obrero por encima del contrato colectivo de trabajo, olvidando que, con ello, sólo se estimularía el esquirolaje para dividir a las agrupaciones sindicales. No tenía conciencia de que la fuerza del sindicato radica en su número, en la unidad y no en el obrero libre. Pero Soto y Gama fue más allá: consideró que si México todavía no es un país industrializado y por lo tanto, carente de obreros, no tiene justificación legislar en esta materia y que, por lo tanto convenía esperar hasta otra oportunidad histórica. Él pensaba que una nueva legislación obrera, con la fuerza política y social que tenía Morones, terminaría por beneficiar únicamente a la CROM por ser la agrupación obrera mayoritaria.

            Lombardo coincidió con el carácter del país: “Todo mundo sabe que México no es una nación industrializada. En México, la industria transforma tanto la materia prima como la extractiva, en industria esporádica, de bonanza; en México no tenemos industria y naturalmente los industriales no son hombres que se hayan puesto a meditar sobre la integración de esa actividad… no tenemos grandes capitales con la visión que existe el capitalismo en otras partes del mundo; esto es verdad”.

            “Todo mundo sabe que la industria está en manos de extranjeros: todo mundo sabe que la minería es de extranjeros, todo mundo sabe que el petróleo es de extranjeros. El único factor que tenemos es el factor humano”.

            Por lo tanto, la legislación que propone el Partido Laborista Mexicano tiende a proteger, precisamente, a ese único factor mexicano (el trabajo), a la generación de obreros, presente y futura. Lombardo refuta, así, la miopía de Soto y Gama quien no le concedía ninguna importancia  a esa norma tutelar d eles derechos de los trabajadores. Y vaya que Soto y Gama defendía su posición ubicándose como socialista.

            Por eso Lombardo le recordó que el sindicato único mayoritario en las fábricas es una ecuación socialista porque el problema del mundo obrero es, a propósito, la integración de un frente único.

            También los nacional-agraristas, desde una perspectiva chovinista, condenan las relaciones con los sindicatos de los Estados Unidos porque –dicen- ello fomenta al capitalismo en México, en lugar de destruirlo, como reza el ideal socialista.

            El diputado Lombardo precisó que las vinculaciones de la CROM son con el proletariado norteamericano, con sus organizaciones más  representativas, porque, en conjunto, luchan también en contra del capitalismo americano. “No llamamos a los grandes truts sino a la American Federation Of Labor, que representa al proletariado organizado del vecino país”, aclaró.

            El laborismo triunfó en la Cámara de Diputados, no sólo por su fuerza social e influencia política, sino, por la solidez de sus argumentos y con ello se dio un paso muy importante en la reglamentación del artículo 123 de la Constitución. El precepto, finalmente aprobado en la sesión del 6 de noviembre de ese año, dice:

            “En ningún caso y por ningún motivotas Juntas de Conciliación y Arbitraje o las autoridades que desempeñen sus funciones podrán reconocer, para los efectos del contrato colectivo de trabajo, la existencia simultánea de dos agrupaciones en una misma empresa, excepto en los ferrocarriles donde puede existir una sociedad por cada oficio o profesión que haya. Los patrones o empresas no podrán contratar con dos o más agrupaciones de la misma índole, profesión u oficio y el contrato sólo será celebrado con la agrupación que tenga mayoría de miembros en servicio activo. Tampoco reconocerá ni  permitirá la existencia de agrupaciones de trabajadores que se constituyan con el fin de dedicar sus actividades al servicio de algún credo religioso o a la defensa de los intereses económicos de sus patrones con perjuicio de sus propios derechos”.

           En el régimen de Plutarco Elías calles se promulgó una Ley de Irrigación que declaraba de utilidad pública esa actividad, “en las propiedades agrícolas privadas, cualquiera que sea su extensión y cultivo, siempre que sea susceptible de aprovechar aguas de jurisdicción federal”. Dicha norma se enmarcaba dentro de lo que la CROM llamaba, con evidente exageración, como una política económica socialista”. Los enemigos de calles, como era obvio, no estaban de acuerdo con ella porque, a su juicio, se vulneraban las garantías individuales y se ahuyentaba al capital extranjero, que exigía solo que la extendiera toda clase de garantías y facilidades, conjurando cualquier riesgo de expropiación a no ser que fuera mediante una indemnización a precio de mercado.

            Calles fue el primer Jefe de Estado que pudo gobernar en un ambiente de mayor tranquilidad política y acaso por ello, ejecutó una obra material de trascendencia histórica. El concepto socialista para él, que después sería el Jefe Máximo, fue confundiendo una política radical, de claro contenido obrerista y agrarista. No se utilizaba, desde luego, el término “socialista” en el sentido de una lucha por la abolición del régimen de la propiedad privada, porque ni los líderes laboristas sustentaban ese criterio, ni, desde luego, el Presidente Calles estaba dispuesto a aplicar una política de esa naturaleza. No obstante, el gobierno de los Estados Unidos siempre consideró que el régimen político imperante era “bolchevique” y que por ello entrañaba un alto riesgo para los inversionistas norteamericanos que apoyados por el Departamento de Estado llevaron a la práctica una política de total animadversión.

            Antes bien, a raíz de que Calles realizara un viaje por el Viejo Continente, regresó persuadido de que ya no debería continuarse con el reparto agrario por la vía ejidal, considerando que la dotación individual era el mejor camino para aumentar la productividad agropecuaria.

            En la discusión de esa Ley, acaecida en la Cámara de Diputados el 9 de diciembre de 1925, el representante Vicente Lombardo Toledano valoró la importancia jurídica y social de ella, concibiéndola como un paso en contra del individualismo económico. La fraseología “socialista” se empeló en la dirección que ya hemos indicado, como lo trataremos de demostrar enseguida.

            “El problema de México –a mi juicio, decía Lombardo- es un problema de producción; no se necesita ser marxista para afirmar que en el fondo de todos los problemas sociales no hay sino uno fundamental, el problema de la producción de la riqueza, personalmente, yo no soy partidario a pie juntillas de la teoría de Marx, por muchas circunstancias ideológicas, pero en un país como México no se necesita ser marxista para darse cuenta que el verdadero problema de este país, es el problema de producir y México no produce absolutamente nada; somos esclavos del mercado extranjero…”

            Hasta el gobierno de Calles, es cierto, la Revolución Mexicana fue un movimiento esencialmente político, de banderías, de conciencia, pero que no se reflejaba en una transformación radical de la estructura económica. Calles fue el primero que inició la destrucción de la estructura porfiriana y dio comienzo a una nueva organización social y de ahí que se explique el apoyo que en su tiempo le proporcionó la CROM. Calles, además, aplicó con energía y continuidad, los principios sociales de la Constitución, que Lombardo consideraba como principios de una “revolución socialista”, pero no en el sentido marxista.

            Un progreso sensible en la posición de Lombardo fue su franco repudio a todo el contenido individualista y librecambista de la Carta Magna y el sostenimiento de una concepción avanzada de Constitución considerándola como un conjunto único, inviolable, que encierra una ideología y que no es, de ninguna manera, un mero conjunto de disposiciones abstractas.”Es una doctrina moral, antes que una serie de preceptos”, decía.

            En comparación con la Constitución de 1857, que enfatizaba en las llamadas garantías individuales, la Ley Fundamental de 1917 descansa, sobre todo, en los principios sociales o colectivos. Lombardo señaló que: “El espíritu de las garantías individuales es el respeto a la propiedad, a la obra del trabajo, el respeto a la actividad humana, el respeto al comercio, el respeto a todas las prerrogativas de acuerdo con el Código de Napoleón, de acuerdo con la Revolución Francesa, de acuerdo con las teorías romanas…”.

            Aunque Lombardo reconoció que habíamos asistido a los funerales de la Constitución individualista de 1857 pero no compartió la idea de que “estemos marchando por las vías socialistas”, como lo afirmaban los más exaltados cromistas, acérrimos partidarios de Calles. Lombardo declaró: “no nos hagamos ilusiones, la revolución socialista está en los libros, pero no ha llegado al pueblo, esa es la vedad”, tratando de ubicar en sus justos términos la obra de Calles. Por lo tanto, siendo desde luego progresista esta política de naturaleza nacionalista, Lombardo convocó a que no se abrigaran falsas expectativas pues el gobierno presidido por Calles no era un gobierno obrero.

            La experiencia agraria, era, acaso, el mejor elemento de que, pese a los avances registrados en el período de las dos Constituciones, continuaban los factores individualistas, al lado d eles sociales y muchas veces predominando los primeros. Se dividieron los latifundios y se entregaron a los campesinos para su explotación individual teniendo la preocupación de que el individuo era el centro de la producción y que debe producir “justamente para bastarse así mismo. Cada  hombre cree que debe producir lo que le basta, lo que él necesita y” ¿ahora bien, qué es lo que ocurre en México? Que, en primer lugar, no todas las tierras del país sirven para obtener el mismo producto. El peor enemigo del país es el maíz, al considerarlo como producto único de salvación nacional. El maíz no se produce siempre de buena calidad en todas partes; todo el mundo, sin embargo, tiene que producir maíz porque todos quieren creer que es el alimento nuestro”.

            Para Lombardo era necesaria la planificación de la agricultura, como ocurría en Rusia, en que después de un estudio elaborado por el Consejo de Economía Nacional, se reservaran las regiones del país a una cierta variedad de cultivos; es decir, propuso que fuera el Estado el que decidiera lo que debía cultivarse y los volúmenes de esa producción, y en este mismo contexto, se debe tratar al individuo, antes que como ciudadano con prerrogativas políticas, como un productor de bienes”.

           Como ya dijimos con anterioridad, en la Sexta Convención de la CROM, efectuada en Ciudad Juárez, en noviembre de 1924, Vicente Lombardo Toledano ya en su calidad de Secretario de Educación del Comité Central, presentó un documento sobre las nuevas orientaciones que, a su juicio, debería tener la educación nacional, desde la primaria, pasando por la que se imparte a los indígenas, hasta la de nivel superior.

            De una manera sobresaliente, criticó la escuela laica, no por los valores que negaba –los de carácter religioso- sino porque no presentaba un programa económico y social, afirmativo, de liberación.

            Los siguientes postulados se transformaron, en la VII Convención, en la doctrina educativa oficial de la organización obrera:

            “El proletariado no puede aceptarla –la escuela laica- porque precisamente se ha organizado con el objeto de reivindicar una situación frene a la clase burguesa, que es la que ha dado la estructura que posee aun el Estado y necesita preparar a sus miembros dándoles una educación que los lleve, por un camino firme, al éxito completo de sus aspiraciones. La escuela del proletariado debe ser, por lo tanto, una escuela en donde se enseñe que la ciencia no es un monopolio de una clase social y que tampoco es, como ha afirmado la burguesía, una justificación del régimen capitalista y consecuentemente, una condenación del programa filosófico del socialismo”.

            A pesar de esta posición, un tanto neutralista, que de alguna manera desdeñaba el carácter clasista de la educación, Lombardo pensó “que la clase burguesa ha recibido indirectamente un apoyo decidido por parte de la escuela oficial”. Pero que, sin duda, la mayor oposición a la escuela del proletariado radicaba en las escuelas católicas y protestantes.

            “Los católicos de México sostienen que el socialismo es contrario a la Iglesia y para limitar el movimiento del proletariado, han hecho una organización de trabajadores católicos”.

            También censuró a la escuela protestante argumentando “que el protestantismo no es para los mexicanos sino una forma de imperialismo norteamericana, que no se dirige con los truts hacia el aprovechamiento privilegiado de nuestras fuentes naturales de riqueza; pero que se propone, con el pretexto de la evangelización de las conciencias, la americanización de nuestro pueblo”.

            “Las escuelas se sostienen ostensiblemente por las corporaciones capitalistas, que son instituciones que tienen por único objeto la propaganda, desde el punto de vista burgués”.

            La CROM se propone lucha por:

1.Como la representante del proletariado, tiene el derecho de intervenir, de una manera directa, en la organización y dirección de los sistemas y métodos de enseñanza.

2.La CROM declara que la escuela del proletariado mexicano, entendida por escuela, una teoría educativa y todas las instituciones de enseñanza, debe ser dogmática, afirmativa, de la necesidad de la organización cooperativa por comunidades de producción y de defensa de lo producido de acuerdo con las necesidades de cada ser y con la idea clásica de la justicia distributiva que da a cada quien, según su capacidad y a cada capacidad según su obra.

3.La escuela del proletariado deberá otorgar, consecuentemente, la preparación necesaria a todos los educandos para colocarlos en igualdad de condiciones de la minoría que, hasta la fecha, por su capacidad técnica, tiene el monopolio y la dirección no sólo de las empresas económicas, sino del mismo gobierno del Estado.

4.El proletariado mexicano declara que deben invertirse los términos de la tarea realizada hasta hoy por el Estado en materia de educación general y que debe atenderse de manera inmediata y preferente la educación de los indígenas, de los campesinos y de los habitantes de los pueblos, previo el estudio de las necesidades de cada región y la preparación especial del profesorado.

5.El proletariado mexicano declara que es urgente la creación de escuelas técnicas que preparen al mismo proletariado para el trabajo eficaz y la dirección futura de la gran industria.

6.El proletariado mexicano declara que el aprendizaje de las industrias a domicilio y de los oficios individuales o debe constituirse en obstáculo presente o futuro par ala gran organización corporativa de clases.

7.El proletariado mexicano declara que la cultura universitaria es, hasta la fecha, un monopolio de una sola clase enemiga por tradición y por interés del proletariado mismo y que, por lo tanto, es urgente la popularización y su autonomía para justificar su existencia y garantizar, además de la profesión de maestro de las escuelas superiores, la labor de investigación científica que debe realizar especialmente sobre los problemas mexicanos, nula en la actualidad.

8.El proletariado mexicano declara que el profesorado no tiene actualmente la orientación social para llevar la orientación social al pueblo.

9.El proletariado mexicano declara que debe organizarse el profesorado, de acuerdo con el principio corporativo, para adoptar un programa general de educación y poder defender sus intereses morales y económicos.

10. El proletariado mexicano declara que debe cuidarse de una manera preferente la educación de la mujer mexicana porque el espíritu de las generaciones futuras depende indudablemente, del hogar en el cual pretenden refugiarse prejuicios que impiden la transformación social de México.

La publicación y difusión del programa educativo de la CROM produjo resultados benéficos en corto plazo. El gobierno de Calles multiplicó las escuelas rurales y las escuelas primarias relacionadas con el aprendizaje industrial. La propia central obrera, por su cuenta, coadyuvó a la construcción de escuelas en distintas regiones, a la formación de profesores con base a las resoluciones de la Convención de Ciudad Juárez y a la dotación de bibliotecas para que los agremiados a los sindicatos pudieran incrementar su preparación cultural y conciencia de clase.

Además, se fortaleció la Federación Nacional de Maestros que el propio Lombardo dirigió y que estaba incorporada a la CROM.

           La VII Convención de la CROM, que se realizó en marzo de 1926 fue la ocasión en que Ricardo Treviño y Vicente Lombardo Toledano presentaron el célebre proyecto para transformar el antiguo Instituto de Ciencias Sociales en el Colegio Obrero Mexicano, actualizado en su funcionamiento y programa de cara a las resoluciones de Ciudad Juárez.

            Los dos dirigentes cromistas partían de la consideración de que no bastaba alentar el socialismo desde el punto de vista sentimental, sino que era necesaria la organización clasista d eles trabajadores y por su puesto, su preparación ideológica para que “por medio de la palabra, puedan oponerse a la economía política clásica”. La mayor parte de las obras que sobre economía circulaban en México y que se enseñaban en las escuelas superiores, era la de la economía de tipo liberal o monetaria y había en cambio, un escaso conocimiento de la economía política marxista, que se abría paso con grandes dificultades en la Universidad.

            Pusieron como ejemplo del socialismo de vanguardia intelectual el de la Sociedad Fabiana, de Sydney Webb, que hizo una magnifica labor intelectual entre los sindicatos británicos haciendo práctica la idea de que el “socialismo necesita de elementos intelectuales dentro de su seno para que su triunfo no signifique barbarie. Sin embargo, entre nosotros, los intelectuales no se deciden a unirse al socialismo y apenas sí pequeños grupos de maestros de escuela paulatinamente se van acercando hacia los elementos obreros, muchas veces más por necesidad de defensa de intereses particulares, que por afinidad de idealismos y por deseos de colaborar”.

            La propuesta que hicieron Carlos Gracidas, Ezequiel Salcedo, Vicente Lombardo Toledano, respecto del Instituto de Ciencias Sociales fue:

1.    Que pase el Instituto de Ciencias Sociales, al control del Comité Central y a la jurisdicción de la Secretaría de Educación del mismo.

2.    Que se supriman los cursos de instrucción primaria que en la actualidad se dan en dicho establecimiento y que se gestione oportunamente, el ingreso de los niños que ahí se encuentran, en alguno de los planteles oficiales de educación primaria.

3.    Que los fondos que actualmente se dedican al sostenimiento de dicha escuela, se apliquen al Instituto de Ciencias Sociales.

Sin embargo, esta comisión, a pesar de los exiguos recursos económicos disponibles propuso la transformación del Instituto en una nueva entidad llamada “Colegio Obrero Mexicano” que no tiene la presunción que equivocadamente han creído encontrar en ella algunos escritores al servicio de la burguesía, de expedir el título de líderes obreros. Solo se propone preparar debidamente a los miembros del proletariado que ya se hayan distinguido en el seno de sus agrupaciones para que su labor sea más eficaz.

El Colegio Obrero se definió como una institución que orientaría al trabajador en la lucha de clases y que le haría también el beneficio de resolver sus dudas, presentándole nuevas perspectivas de la vida en el campo espiritual”.

            El carácter y fines del Colegio Obrero Mexicano se enumera así:

a)    El Colegio se establece para beneficio de la organización obrera, los servicios serán gratuitos.

b)    El objeto es impartir una instrucción científica y de humanidades tendientes a alcanzar un conocimiento exacto de las bases, medios y propósitos del movimiento socialista y una educación física y moral que garantice y corone, al mismo tiempo, la obra del programa puramente ilustrativo.

c)    El Colegio será una comunidad, no una casa de estudios alejada de la vida; por lo tanto, estará sujeta a una disciplina severa basada en el trabajo individual, en la responsabilidad personal por la tarea que cada uno de sus componentes debe cumplir.

d)    La educación que imparta el Colegio será dogmática; tendrá como finalidad, demostrar la justificación de la lucha social del proletariado, el valor creador de la cultura, la necesidad del perfeccionamiento de la personalidad individual y de la cooperación en todos los aspectos de la vida colectiva.

e)    Todas las cátedras, aún las de carácter general, proporcionarán al proletariado el mayor número de datos posibles para el mejor conocimiento de la región mexicana.

El Plan de Estudios se dividió en dos ciclos de cinco meses cada uno y en semanas de cinco días y las materias son: Matemáticas, Contabilidad, Lengua Castellana, Geografía Social, Derecho Político y Constitucional, Historia de México, Conferencias de Psicología, Higiene Industrial, Debate, Problemas Actuales y Educación Física.

En el segundo ciclo: Matemáticas, Contabilidad, Lengua Castellana, Geografía Social, Derecho Constitucional, Historia del Socialismo y el Cooperativismo, Economía Política, Higiene Industrial, Psicología, Debate, Problemas Actuales y Educación Física.

            Como se observa, el Programa comprende una amplia gama de conocimientos en los que se enfatiza en los de tipo histórico, social y político, con  fundamento científico. Lombardo proyectaba invitar como profesores a distintos integrantes del Grupo Solidario del Movimiento Obrero que naciera en 1921, de vida efímera, tales como Alfonso Caso, Luis Castillo Ledin, Enrique Aragón, Jaime Torres Bidet, Julio Torri, Manuel Toussaint, que se habían distinguido por su simpatía, adhesión y colaboración con las luchas de los obreros.

El proyecto del Colegio Obrero Mexicano contó con la aprobación entusiasta de la Convención Nacional pero no pudo llevarse a la práctica porque el Grupo Acción se negó a proporcionar los fondos necesarios para su creación y sostenimiento, probablemente calculando que la educación política revolucionaria, al mismo tiempo que despertaría la conciencia de clase, de los trabajadores entorpecería la hegemonía política de dicho grupo, a la vez que debilitaría los controles internos que había en el interior de la central obrera.

            Del primero al seis de marzo de 1926, se efectuó en la ciudad de México, la VII Convención Nacional de la CROM, bajo la presidencia de Eduardo Moneda, secretario general de la Organización Sindical. En esa ocasión, Vicente Lombardo Toledano formó parte de las Comisiones Dictaminadoras de Educación y de Asuntos Internacionales, al lado de Ricardo Treviño, Ezequiel Salcedo y Salvador Lobato.

La Convención se realizaba cuando la CROM experimentaba una dura represión en los estados de Jalisco, Aguascalientes, Durango y Michoacán.

Luis N. Morones, en su carácter dual, de Secretario de Industria, Comercio y Trabajo y de “distinguido cromista”, en su saludo a la Convención dijo, que “se nos llama traidores. No; traidor es el que reniega de su origen y cree que todo lo debe a su propio esfuerzo; traidores los que tienen miedo de pronunciar la frase “unificación obrera”. Morones reafirmó que afortunadamente se vive en un momento de armonía con el Presidente de la República y advierte sobre los peligros de “precipitarse” en las tareas electorales.

Significado del poder de la CROM lo constituía el hecho de que a su convención nacional asistieron diversos secretarios de Estado, entre ellos, el Secretario de Agricultura, Luis L. León, el cual se presentó a “informar” sobre  su actividad administrativa. Desde el punto de vista político, esta modalidad de las relaciones entre el Estado y la CROM, permitió que los trabajadores conocieran más directamente las actividades del Gobierno Federal. Una resolución de la Convención fue: “por acuerdo de la asamblea séptima Convención manifiesto que la CROM ratifica acuerdo sexta convención solidaridad actos gobierno usted preside, fin conseguir mejoramiento moral y material, trabajadores y campesinos mexicanos. Atentamente, Presidente Fernando Rodarte”.

Es decir, esta resolución marcaba la continuidad de la política de adhesión de la CROM al Presidente Calle. Sin embargo, es conveniente hacer resaltar que dicha resolución, no otorgaba un apoyo absoluto sino sólo a ciertos actos de gobierno que tengan como finalidad conseguir el mejoramiento moral y material de los trabajadores y campesinos mexicanos”.

Ante Calles, Morones dijo: “En estos instantes existe una perfecta comunidad de los ideales, y en la acción entre el proletariado representado por la CROM y el gobierno actual”. Para Morones, Calles, no se ha apartado de la senda de la Revolución y que nadie debe dudar de la sinceridad, de la energía y el espíritu de justicia del Jefe Máximo. Si los problemas de los obreros y los campesinos no se han resuelto definitivamente, aclara Morones, ello se debe a la oposición de los grandes intereses creados, a las dificultades internas y a la falta de colaboración. “Morones reafirmó su convicción internacionalista pero basada en la “nacionalidad mexicana”.

En su intervención Calles, dijo que al principio de su gobierno “existía la marcada tendencia, muy desarrollada, principalmente entre las clase elevadas de nuestra sociedad, de creer que nada podíamos nosotros hacer y que todos debíamos esperarlo del extranjero. He tratado de demostrar que México, con sus propios recursos puede desarrollarse y puede hacer su liberación económica. A eso han tendido los mayores y más grandes esfuerzos de mi gobierno: procurar la independencia económica del país, porque sin esa independencia económica, no puede haber ninguna independencia política”. Calles llamaba la atención así a la necesidad de encontrar apoyo a la Ley del Petróleo y a otros esfuerzos para rescatar ciertos recursos naturales explotados por compañías extranjeras.

Pero también una serie de objetivos de carácter nacional merecieron el apoyo de la CROM: el establecimiento de las primeras  instituciones de crédito al campo. Calles había fundado el Banco de México, entidad central del sistema bancario, el Banco Agrícola, refaccionario y en la Convención de la CROM anunció la creación de los bancos ejidales “para llevar nuestra ayuda y protección a los agricultores, grandes y pequeños, de la República”. El establecimiento de las primeras escuelas rurales, que tenían, entre otros, el propósito que llevará las masas indígenas la educación y la cultura.

            Pero en lo que objetivamente, Calles asumía una posición avanzada era en la llamada “cuestión religiosa”. Calles censuró a quienes, bajo el pretexto de la defensa de la religión, deseaban encender una guerra civil y condenó a la prensa reaccionaria “malvada y retrograda”. “No son las muecas de los sacristanes ni los pujidos de las beatas y las manifestaciones ridículas, las que van a doblegar las energías del gobierno, se equivocan rotundamente y hago esta declaración ante la convención: mientras yo sea Presidente de la República, la Constitución del 17 se cumplirá…”.

Vicente Lombardo Toledano, también informó a la Convención de su participación durante la reunión de la Organización Internacional del Trabajo. Dijo que la lucha de la clase obrera de México era conocida y respetada en Europa señalando que, por ejemplo, la lucha por la jornada de 8 horas o por una mayor protección al trabajo de la mujer, de los niños y de los adolescentes era una lucha común de todos los trabajadores del mundo. Cabe mencionar que también la Convención, partiendo de la información de que el agregado obrero de México en Rusia, Eulalio Martínez había rechazado las relaciones con la Internacional Roja “hasta en tanto no se obtenga una explicación satisfactoria y todavía más –se concluye- pidiera al representante diplomático de Rusia, acreditado en México, para que su oficina se abstenga de prestar ayuda económica a grupos radicales enemigos de la CROM y del gobierno”.

            La octava Convención Nacional de la CROM se realizó en el mes de agosto en la ciudad de México con la asistencia del Presidente Plutarco Elías Calles.

            Lombardo Toledano fue designado por todos los delegados para darle la bienvenida. Para ello, pronunció un discurso lleno de exaltaciones, congruente con la línea política de la central obrera, pero diferentes a su propio estilo oratorio. Se explica esta muestra de apoyo  porque Calles estaba siendo objeto, en ese momento, de muy fuertes presiones y maniobras tanto de parte de los círculos imperialistas, como de los grupos empresariales y clericales que pretendían influir en su conducta para desviarla del camino progresista en que se encontraba. En el contexto de estas presiones, sobre todo motivadas por la Ley del Petróleo y la llamada Ley de Extranjería del Departamento de Estado fomentó un plan para invadir a México, entrando las tropas por el puerto de Tampico, hasta la ciudad de México.

                       La dirección del PCM, a estas alturas, a raíz de la expulsión de México de Wolfe, había cambiado de política y ahora se encontraba en la oposición a Calles. Durante la etapa anterior, que fue de apoyo, calcularon que ello permitiría aumentar la influencia en el seno de los sindicatos cromistas, asegurar la adhesión de la CROM a la Internacional Sindical Roja. Para ello, implementaría una campaña de reclutamiento de nuevos miembros, obteniendo, en lo general, excelentes resultados, si los comparamos con la estrechez numérica que venía padeciendo el partido. Pero Calles, como elemento representativo de la burguesía progresista, surgida al calor de la lucha revolucionaria, no podía aceptar o permitir un crecimiento mayor de los comunistas.

Estos, no supieron aprovechar las condiciones políticas propicias que engendró el callismo en su primera etapa, se precipitaron en sus planes de fortalecimiento y finalmente se enfrentaron al Presidente de la República.

La VIII Convención, por conducto de Vicente Lombardo Toledano, afirmó: “La clase obrera siempre ha visto en usted, señor Presidente, a un verdadero abanderado del movimiento obrero iniciado en 1910 en nuestra patria y ha estado de acuerdo –usted lo sabe muy bien- absolutamente de acuerdo con su política y su conducta que como líder de la Revolución ha seguido en todos sus años de lucha y al mismo tiempo ya oficialmente como Presidente de la República”.

“no todos los que se dicen líderes de la Revolución lo son y usted, antes de ser Presidente ya era un verdadero líder revolucionario. ¡Cuantos hombres han llegado al poder para claudicar! ¡Calles no ha claudicado nunca! ¡Calles sigue siendo siempre igual! ¡Calles ha secundado siempre la conducta del movimiento obrero organizado!”.

Lombardo recordó que en la Convención de Ciudad Juárez se había otorgado un apoyo condicionado. “El movimiento obrero representado por la CROM respaldará en todo la conducta del Presidente Calles siempre que el Presidente Calles esté de acuerdo con el movimiento obrero y hasta hoy lo ha respaldado por que la condición se ha cumplido con creces”.

El Presidente, después afirmó que su gobierno “no ha prestado ninguna ayuda efectiva a la organización obrera” sino que, simplemente, no ha obstaculizado su desarrollo y le ha hecho justicia cuando justicia ha tenido. “Todo el avance, todos los progresos se deben a su esfuerzo, única y excluidamente a su esfuerzo; al tacto, al talento y a la atingencia de sus directores. Que un gobierno revolucionario quiera destruir la organización obrera, que quiera oponerse a su desarrollo, sería un acto criminal, una claudicación vergonzosa e intolerable”.

Al mismo tiempo la Convención aprobó una resolución de solidaridad hacia los combatientes anarquistas, Nicolás Sacco y Bartolomé Vanzetti, detenidos en la cárcel de Chestertown, estado de Massachussets, injustamente acusados de homicidio y que habían sido sentenciados a muerte. El gobierno de los Estados Unidos había montado un juicio plagado de irregularidades jurídicas, que en realidad se convirtió en un ataque a la lucha de la clase obrera norteamericana.

El proceso a Sacco y Vanzetti despertó una gigantesca ola de respaldo a su causa proletaria en todos los países del mundo. En México, el PCM desplegó la bandera de la solidaridad, al igual que la CGT. Ahora la CROM también refrendaba una posición similar. Reza la resolución de la VIII Convención:

“El capitalismo yanqui, abanderado de la más ruda oposición en contra de los ideales que pregonan los pueblos laboriosos de la tierra, ha simbolizado en Sacco y Vanzetti, el socialismo que avanza en la conquista del nuevo ideal y sordos los jueces imperialistas al clamor que se levanta en todas las organizaciones obreras del mundo, sin distinción de banderas, se empeñan en que el campo de la lucha se empurpure con la sangre inocente de los camaradas, víctimas de su rebeldía al viejo sistema social”.

Se resuelve:

1.    Diríjase telegrama a la Corte Suprema de los Estados Unidos protestando por el atentado que se pretende cometer con los camaradas Nicolás Sacco y Bartolomé Vanzetti, pidiendo que ampare a los acusados, salvándolos del patíbulo”.

2.     Si el capitalismo yanqui consuma el atentado y Sacco y Vanzetti son inmolados en aras del ideal socialista acuérdese por esta Convención un paro general de protesta en toda la República, por el término de una hora, el que se llevará a efecto en la forma y fecha posteriormente a la Convención”.

Lombardo señaló para solicitar la aprobación de dicha resolución, con dispensa de trámites, que la CROM debe solidarizarse con Sacco y Vanzetti “no por tratarse de dos anarquistas, cosa que no debe importarnos, sino de dos trabajadores que al unísono luchan por las reivindicaciones mundiales que persigue el proletariado”. Pronosticó que de consumarse la ejecución en contra de Sacco y Vanzetti pasarían a ser dos figuras simbólicas del socialismo y dos banderas de la lucha de  clases.

ara Vicente Lombardo Toledano uno de los objetivos centrales de la CROM era llevar los principios de la organización sindical a los trabajadores intelectuales. En 1927 escribió que “la revolución no tuvo directores preparados, ni programas que discutieran las equivocaciones y los de la doctrina del gobierno porfirista. La Revolución fue un movimiento consciente de las masas trabajadoras, pero sin doctrina, en contra de una administración de la que no tenían más que una opinión general, respecto de su ineficacia, así como de su injusticia”.

“La cultura era patrimonio de una breve minoría, compuesta por elementos de la clase acaudalada que se inspiraba en las ideas y en los gustos de Europa, especialmente de Francia despreciando lo autóctono y la valiosa aportación intelectual del siglo XVIII mexicano, precursor de la nación mexicana”.

Hasta 1927 era muy escaso el número de intelectuales que se encontraban vinculados al movimiento obrero. Prevalecía el criterio, en el seno de los sindicatos, de que aquellos, en su conjunto estaban al servicio de las clases dominantes y los despreciaban por considerarlos improductivos y retrógrados. Sin embargo, no podemos desconocer que un grupo de hombres de letras como Rafael Pérez Taylor, Diego Arenas Guzmán, Antonio Díaz Soto y Gama, Raúl Landazuri, Braulio Moreno se relacionaron con los trabajadores manuales y se identificaron con sus causas y aspiraciones.

Pero como decía el anarquista Jacinto Huitrón: “los intelectuales nunca ayudaron, sino excepcionalmente, al movimiento obrero; ninguna de las conquistas que ha logrado la clase trabajadora en el campo de la legislación o en el de la lucha diaria con relación a las empresas y el estado, se deben al concurso de la clase intelectual”. Huitrón exageraba, a partir de una falsa dicotomía entre trabajador manual e intelectual. Para los anarquistas, solo los obreros fabriles eran importantes porque estaban vinculados al proceso de producción y por ello eran los únicos elementos revolucionarios; en tanto, los intelectuales, por provenir de la pequeña burguesía o de la burguesía, solo podían encontrarse en el campo opuesto al del proletariado.

La continuidad de la influencia del anarquismo negaba cualquier posibilidad de que “los elementos de las clases directoras”, como se decía, en tono despectivo a los intelectuales, se pudiera tener interés en la redención de los obreros. Se proclamaba la oposición, a los “burócratas”, de todos los partidos. Esa concepción estrecha hacía desconfiar de cualquier “ayuda externa” y más aún de los llamados políticos profesionales que, decía, solo buscaban enriquecerse y que por ello tenían una actitud hipócrita que había que denunciar y rechazar.

“Por medio del sindicalismo revolucionario, los proletariados, organizados dentro del terreno económico, no cuentan más que con sus propios esfuerzos de educación, organización y sobre todo de acción”. Se consideraba al movimiento obrero aislado respecto del movimiento político general. “Los sindicalistas quieren que el movimiento obrero continué siendo obrero; que no obtenga su fuerza y su táctica sino por medio de la organización y el empuje de los trabajadores. Solamente de esta manera la clase obrera llevará a cabo su verdadera función social, sin contaminarse con la podredumbre capitalista”. No existía, por supuesto, la necesidad política de contar con un partido político de la clase obrera.

En 1927 definió Lombardo que “el profesor y el técnico son asalariados en su mayoría con excepción de los que sirven particularmente al público; puede decirse que la mayoría de los trabajadores intelectuales considerando que tenían un título de un grado universitario o escolar, o a los intelectuales que hacen de labor científica o literaria la ocupación preferente de su vida, viven de un salario, ya sea al servicio de empresas privadas, o a expensas del estado”. A partir de este criterio de trabajador asalariado se empieza la organización de los profesionistas y técnicos. El Estado prepara a estos y después los pone a su servicio. El técnico casi siempre depende de la administración pública, en un país como México.

Desde la Federación Nacional de Maestros, Lombardo expuso con vehemencia que los profesores eran trabajadores, como los obreros fabriles y que por lo tanto tenían los mismos derechos económicos y sociales, reafirmando que el estado era un patrón. Reivindicó, asimismo, los derechos de todos los profesionistas y técnicos indicando que también eran parte del proletariado, haciendo que el poder público lo reconociera así. Se empezaron a formar las primeras organizaciones gremiales.

Lombardo escribió en su obra Los Derechos Sindicales de los Trabajadores Intelectuales que en el estado capitalista el gobierno de la clase privilegiada ha convertido la administración pública en un instrumento de sostén de su dominación. Ha creado técnicos y profesionales con preocupaciones y prejuicios “que les impiden ver la verdad en cualquiera de las ordenes de la actividad humana”.

Por lo tanto, correspondía a la CROM llevar la conciencia de clase a los trabajadores intelectuales, contrarrestado así la nociva influencia de la burguesía y de los anarquistas. Sin embargo, estaba conciente de que los intelectuales no podían constituir una clase social por sí, distinta a las existentes ya que la actividad de “gran parte de ellos se desarrolla al margen de la producción de los bienes materiales. Además, no se caracterizan por su uniformidad desde el punto de vista de clase, ya que se reclutan de entre distintas clases y sirven a una o a otra”.

Señaló que la clase obrera no era hostil a la cultura en lo general, sino a la cultura burguesa, a los prejuicios y sentimientos que pretenden afianzar la sociedad capitalista. “Como todos los grandes movimientos de la sociedad, el socialismo es un cambio en el concepto de la vida, es decir, una subversión contra la moral reinante que admite entre los hombres categorías infranqueables y privilegios oprobiosos; es un movimiento revolucionario que pregona un nuevo concepto del destino humano; un nuevo trato del hombre con sus semejantes, que la vida no consiste en rebajar la calidad del esfuerzo metalizándolo sino en mejorar la personalidad integral del hombre”.

Por lo tanto, definió al socialismo como un auténtico humanismo que basaba el equilibrio entre el vivir espiritual y el vivir físico. Para Lombardo, un rasgo distintivo de la sociedad capitalista es su excesiva materialidad, el trastrocamiento de los valores  espirituales y la anulación de los ideales.

Las concepciones de la CROM respecto de los trabajadores intelectuales son:

a)    Se reconoce que el trabajador intelectual tiene los mismos derechos y obligaciones que los trabajadores manuales.

b)    Se entiende por trabajador intelectual para los efectos sindicales al titular de un grado de universitario o escolar o el trabajador que haga alguna labor técnica”.

c)    El Estado debe considerarse como patrón para los efectos de las obligaciones y de los derechos de los trabajadores intelectuales cuyos servicios utilice.

d)    La CROM debe hacer las gestiones necesarias a fin de que se acepten sin taxativas las acciones sindicales de los trabajadores intelectuales.

e)    Deben hacerse las gestiones necesarias a efecto de que se reconozca la personalidad jurídica de las asociaciones de trabajadores intelectuales.

Se trataba de un sensible avance no sólo ideológico sino de tipo orgánico. En las fábricas, por ejemplo, se sindicalizaron muchos de los técnicos y especialistas que laboraban en ella y que durante muchos años se consideraron como trabajadores de confianza. Se constituyeron sindicatos de profesores en la mayoría de las entidades federativas.

            Al fundarse el Banco de la CROM en el mes de junio de 1926, Lombardo Toledano tuvo una particular concepción acerca de la lucha de clases la que no se entiende por el empleo sistemático de medios de presión y de actos violentos, para obligar al capitalismo a aceptar las proposiciones de la clase obrera, sino que en la discusión, la localización y la petición de que sea restituida a los trabajadores la parte de las utilidades que el capital se reserva para sí y que no le pertenece.

            Elogió a Kart Marx, quien, “con la intuición certera de todos los genios” previó siempre que al capitalismo se le combate con armas técnicas, sin precisar a qué armas se estaba refiriendo. Para él es injusta la actitud de quines interpretando a Marx, lo caracterizan como un radicalista violento. Esta es una clara posición socialdemócrata, como fuera reconocida años después pro el propio Lombardo en una carta que le dirigiera a Herny Barbuse quien le pidió que describiera su trayectoria ideológica. En esta misiva definió que en efecto él estaba en esta posición pero que estaba también en un periodo de transición, para pasar a posiciones socialistas o marxistas. Esta transición ideológica se daba mediante una combinación con el estudio de la teoría y la práctica sindical y política.

            Partiendo de esos criterios afirmó que la creación del Banco no puede considerarse como un síntoma de aburguesamiento de la CROM. Pensó que sería un instrumento para canalizar los créditos ahí donde las fuerzas productivas lo requieran. La CROM dispondría del suficiente poder financiero para oponerse a los empresarios, los intermediarios y a los usureros, evitando, además, la dependencia con la banca privada. Este proyecto no pudo llevarse a la práctica ya que a raíz del asesinato del Presidente Obregón la CROM enfrentó una furiosa embestida de parte del gobierno federal, de la mayoría de los gobiernos de los estados y hasta del grupo obregonista-callista que tenían el control del poder político. La CROM entró a una crisis la cual no pudo superar y enfrentó graves problemas financieros por lo que se tuvieron que reducir sustancialmente sus actividades.

           “No creo que la cuestión económica sea el todo en el problema social, demasiado complejo, ya que existen otros factores esenciadísimos, como son el climatérico y el geográfico”, dijo Lombardo durante una conferencia de orientación acerca de la situación internacional dictada a los trabajadores de la Federación de Sindicatos del Distrito Federal, a finales de enero de 1927.Concedió en esa ocasión, al igual que en “La Doctrina Monroe y el Movimiento Obrero” una importancia excepcional a los factores geográficos en la explicación del desarrollo de las sociedades humanas. En efecto, Marx precisó que él nunca había considerado el factor económico como el único que podía explicar o generar los cambios sociales, pero que si era el factor determinante, aunque no desconoció que el resto de los factores de la sociedad ínter fluían en la estructura económica.

            Así concluyó, “la civilización ha florecido en las zonas templadas, distantes de las regiones heladas o tropicales. En aquellas zonas adecuadas el hombre ha podido desarrollar al máximo sus riquezas espirituales y físicas y en cambio en las más extremosas esas potencialidades se exhiben”.

            “Cuando tratamos del imperialismo norteamericano debemos estudiarlo de un modo consciente buscando la manera de combatirlo y de destruirlo; pero no con un falso patriotismo sino con un sentimiento de responsabilidad”. Lombardo consideró que el poderío económico y político de los Estados Unidos estriba en que es uno de los productores más importantes de hierro, acero, energéticos y cereales. Por lo tanto es imprescindible, para tener éxito en la lucha contra el imperialismo la capacidad económica. Por ende, el imperialismo tendrá que buscar siempre mercados y tierra. “En los Estados Unidos los que gobiernan son los capitalistas”, dijo.

            La mayor preocupación de Lombardo es la de expresar con toda claridad el afán expansionista del gobierno y de los monopolios norteamericanos, rechazando a quienes en el interior del país insistían en la benevolencia del capital extranjero, como la base de sustentación del crecimiento económico. Estaba seguro que los capitales imperialistas en las naciones latinoamericanas implicaban vínculos de sojuzgamiento de una minoría por encima de la mayoría. “Nada puede contener las ambiciones de los imperialistas: pisotean tratados y principios. ¿Cómo se puede contener este afán de conquista? Solamente propugnando porque triunfe el movimiento social, porque se modifiquen las normas naturales. Que no sean unos cuantos individuos los que exploten a la humanidad. Que devuelvan a la colectividad lo que la colectividad les ha dado.

            Hizo un vibrante llamado a los obreros mexicanos para que lucharan contra el imperialismo, desde una perspectiva global, internacional porque “somos mexicanos, porque somos miembros del proletariado del mundo porque somos mexicanos. Debe el proletariado nacional crear el sentimiento de nacionalidad esforzándose tenazmente. Que cada obrero, que cada campesino, lo mismo el mecánico que el tejedor, que el agricultor que cultiva los campos, lo sean verdaderamente y contribuyan al progreso y a la fuerza de la nación. La labor de todos los trabajadores debe ser silenciosa pero definitiva, a fin de formar la nacionalidad mexicana; este debe ser el resultado de la participación de los trabajadores en la lucha. Con ello se combatirá al imperialismo que a todo trance quiere la guerra y se conseguirá la reivindicación proletaria, sin inútiles violencias”.

            Como se observa, Lombardo entendió los conceptos nacionalismo e internacionalismo como complementarios y no excluyentes. Señaló el carácter esencialmente agresivo del imperialismo, así como la necesidad de reforzar el frente pacifista para detener la política belicista yanqui.

            Alejado de cualquier noción determinista o fatalista consideró que los cambios sociales son susceptibles de ser dirigidos y encauzados por el hombre. Este le imprime a la vida destino, propósitos y derroteros. El hombre, en la vida social tiene conciencia y objetivos. La técnica ha propiciado que el hombre pueda regir la vida social de acuerdo con postulados y programas. El hombre no es juguete de las leyes que rigen la vida social. “La época en que vivimos merece llamarse con propiedad la era de la técnica. Las ciencias exactas alcanzan un sentido humano o humanista del que antes carecían, sirviendo de auxiliares poderosos al propósito fundamental del hombre de organizar del mejor modo posible la vida social.

            Sin embargo, en la sociedad capitalista, advierte, la mecanización de la industria engendra múltiples males, tales como el excesivo crecimiento y aglomeración de la población en las grandes ciudades, la despoblación del campo por la consiguiente emigración de los  campesinos a las ciudades, los problemas de vivienda, tráfico de vehículos y de carencia de empleos. Pero como es lógico, en la medida en que crece, la gran industria también aumenta el proletariado. Como dice Marx: “cuantas más máquinas nuevas se inventan, desplazando al trabajo manual, mayor es la tendencia de la gran industria a mermar los salarios y a reducirlos como hemos visto, a los estrictamente indispensable para vivir, con  lo cual hace cada vez más insostenible la situación del proletariado”.

            Engels, en sus estudios sobre las condiciones de vida de la clase obrera en Inglaterra, examinó detalladamente los efectos perniciosos de la expansión de la industria en lo que concierne al crecimiento anárquico de las ciudades y al empobrecimiento brutal de los obreros. Lombardo también se pronunció por una “reorganización“ de las ciudades, sólo que en México y al igual que en las naciones capitalistas, esto no era posible porque no existía experiencia técnica, ni tampoco se puede planificar en esa estructura económica.

            Así, por ejemplo, para dar una idea de esa irracionalidad dijo que “cada nuevo invento arroja a la calle a los que sirven a la técnica”. Pero para imprimirle a la técnica una connotación humanística se requiere que la “vida humana se organice de acuerdo con el principio socialista que obliga a los hombres al trabajo igual, tonel fin de que todos disfruten en la misma proporción del bienestar material”. Engels, por su parte, al respecto precisó que se requiere la instauración de un nuevo orden social en el cual sea abolida la propiedad privada pero implantar, ante todo, un “estado democrático y dentro de él, directa o indirectamente, la dominación política del proletariado”.

            La rebelión del ejército en 1923 era una experiencia muy amarga. El Presidente Obregón logró derrotar a los rebeldes. Pero otra guerra civil sería muy grave para México. Aspiraban a la Presidencia muchos generales de los amigos de Obregón. ¿Cómo resolver el problema? El general Calles no estaba de acuerdo con la reelección de Obregón, que Obregón mismo planteó a sus amigos”.

            “El general Obregón quería evitarle a México una nueva guerra civil y estimó que la autoridad suya era la única capaz de evitar un conflicto de esa importancia. Todos los revolucionarios estaban de acuerdo en que debía mantenerse el principio de la no reelección que en México es tabú porque Porfirio Díaz se levantó también contra el gobierno al grito de No Reelección y después estuvo treinta y cinco años en el poder”.

            “Una de las grandes demandas de la Revolución Mexicana, comenzando por la gestión de Madero, era justamente esa: no reelección del Presidente de la República, pero dejar que los caudillos lucharan de una manera democrática, era una simple ilusión. Los que querían ser jefes del gobierno eran todos jefes con armas. Era claro que si se optaba por dejarlos en libertad habría una guerra civil, no con una fracción sino con muchas”.

            “Entonces discutimos en el seno del Partido Laborista lo que deberíamos hacer. Los dirigentes del Partido, Luis N. Morones, y sus amigos, que habían formado desde un principio un grupo denominado “Grupo Acción”, seguían las indicaciones de Calles, no tanto por razón de principios sino porque –aunque no se ha dicho nunca- Luis N. Morones aspiraba a ser Presidente de la República. Entonces comenzó una lucha sorda contra Obregón, tanto en el seno del Partido Laborista como fuera de él, dentro del gobierno y en muchos círculos de la política nacional”.

            “En el seno del Partido Laborista se planteó la cuestión: ¿Está el partido por la reelección o no?. Los líderes no sabían que hacer, porque estaban enterados del problema. Ya expuse en el seno del Partido  que nosotros deberíamos mantener el principio de la no reelección porque no había que olvidar el período de Porfirio Díaz. Pero que la reelección como tal o la no reelección no tenía ningún valor porque esos principios se aplican a la realidad concreta de un país en una etapa histórica determinada. Agregué que en el caso concreto, a mi juicio, lo importante era evitar una guerra civil y que por ese motivo habría que aceptar la reelección de Obregón y decirlo públicamente”.

            “Mi idea prevaleció. Obregón se enteró de mi actitud y me mandó llamar. Me dijo: “Yo estoy al tanto de lo que ocurre dentro del Partido Laborista; usted es un hombre honrado, ve las cosas con claridad, e independientemente de su partido, yo quiero que usted coopere conmigo en la campaña que vamos a emprender para que yo vuelva a la jefatura del gobierno”. Obregón también entabló una comunicación directa con Ricardo Treviño y Celestino Gasca, que estaban también a favor de su candidatura, lo que hacía notar que dentro de la CROM había una grave contradicción interna a causa de las ambiciones políticas desbordadas de Morones.

            Este proceso lo describe Lombardo en su autobiografía.

            El PCM mantuvo una actitud similar. En efecto, en la Resolución del 30 de julio de 1927, el partido se inclina también por la candidatura de Obregón. Esa era la mejor respuesta para derrotar los intentos del clero y de la reacción. Pensaban que las masas obreras no tenían todavía la suficiente capacidad política y cohesión ideológica como para emprender la lucha por el poder. Caracterizaba a Obregón como “el representante de aquellos elementos que aspiraban a la reconstrucción nacional a base de la industrialización del país yd ela creación de un capitalismo nacional, de una burguesía nacional fuerte e independiente de la influencia extranjera.

            ¿Qué cosa es el obregonismo? Se preguntaba el PCM para contestarse: “En un principio fue el frente único contra la reacción clerical, latifundista e imperialista. Su fuerza eran los obreros y campesinos. Actualmente señalamos una división representada por el grupo laborista o más concretamente por el grupo moronista. Dentro del obregonismo existe una fracción de elementos antisindicales que odian al obrero, que lo consideran dictador y culpable de la ruina de la economía nacional. Lo que importa señalar es qué clase, qué fuerza es la que tendrá la hegemonía”. Por la primera vez, el PCM reconocía que en la CROM y en el PLM había una heterogeneidad de fuerzas, que Morones no tenía el control suficiente de esa institución, que había en ella contradicción y que existía la corriente de Lombardo Toledano.

            El PLM y el PCM coincidían en una cuestión esencial: respaldar la candidatura reeleccionista de Obregón, aunque con distintos enfoques. En la jefatura del PCM se apoyaba a Obregón más que todo por considerar que su gobierno acabaría con la hegemonía de los moronistas en el terreno sindical y político. Precisamente, al ocurrir el levantamiento de los generales Serrano y Gómez tanto la CROM como el PCM promovieron una declaración considerando que se trataba de un levantamiento de carácter derechista alentado por el clero, la embajada de los Estados unidos en México y por los grupos clericales. Tanto el PCM como el Partido Laborista llamaron a sus militantes a aplastar el movimiento rebelde.

            En una resolución del mes de mayo, el PCM se mantenía equidistante entre el obregonismo y el laborismo, pero en realidad coincidían más por el primero con el segundo, con el propósito eventual de ocupar la posición sobresaliente en la escena política nacional. Definieron las diferencias de esta manera: “son la lucha entre la pequeña burguesía y los elementos capitalistas nacionales, contra otra fracción menor que la pequeña burguesía que ansía el poder, es decir, los laboristas. El obregonismo se significa por su tendencia pequeña burguesa, por su extensa base campesina y por elementos burgueses nacionales que según las mismas frases del general Obregón también participan en el obregonismo”.

Para la dirección del partido el conflicto político suscitado entre el obregonismo y el laborismo tendría como resultado un fortalecimiento del primero y un debilitamiento del segundo, hasta lograr quizá la desintegración de la CROM y del Partido Laborista. Habría un vacío político que alguna otra fuerza política y social debía llenar y eso era la CSUM y el PCM, junto con los sindicatos autónomos. Se pronosticaba que la lucha entre Obregón y Morones profundizaría la crisis dentro de la CROM, la cual se manifestaría por una gran desafiliación de sindicatos y una salida masiva de obreros y por una fractura que tendría graves consecuencias. Entonces la táctica adecuada consistía en arreciar los ataques contra el grupo de Morones para que todos estos fenómenos que estaban en curso se agravaran y estallaran a la mayor brevedad posible. El ocaso d ela CROM y del PLM sería, pues aprovechado por los comunistas para ocupar un sitio relevante en el movimiento sindical y político nacional.

           En la sesión del 20 de octubre de 1926 de la Cámara popular, el diputado laborista Vicente Lombardo Toledano, defendió las reformas del artículo 83 de la constitución que permitirían la reelección de Obregón. Dijo, para empezar, que la Carta Magna no era sólo un conjunto de principios impresos sino también el conjunto ideológico que ha motivado la redacción de tales preceptos.  “Si se suprime un artículo de la Constitución que está enraizado en el alma del pueblo, no por esto deja de pertenecer al verdadero cuerpo constitucional del país”.

            En referencia a la actitud del grupo de Morones y de Soto y Gama que no se atrevían a reconocer con toda claridad que en realidad estaban enmendando en principio en torno al cual se había movilizado el pueblo en la Revolució0n, o que mantenían una actitud titubeante por no estar suficientemente convencidos de la procedencia de la candidatura de Obregón. Lombardo Toledano reconoció en su discurso, en efecto, no era un aclaración al artículo 83 sino una reforma: “Seamos francos ante nuestra responsabilidad y estemos a la altura de nuestro propio deber. ¿Por qué no decir que se trata de reformar un artículo que el pueblo mexicano ha entendido que garantiza la no reelección para siempre, es decir, que opina que el hombre que ha sido Presidente de la República, no podrá volver a ser Presidente de la República?”.

            Este reconocimiento abierto de Lombardo contrastaba con el discurso pronunciado por Morones en la IX Convención, que fue un discurso ambiguo. En él, el jefe del grupo “Acción” consideró que el general Calles había sido el único amigo de la organización obrera, el que había tenido confianza en ella. “Todo lo que fue preciso hacer y lo que fue necesario hacer par ano romper con la armonía del elemento revolucionario, para inspirar confianza a los que no nos han comprendido y para estimular su acción, si es que cabe este término, fue hecho”. Morones, al exaltar de esta manera a Calles, estaba menospreciando la actitud que Obregón había tenido a favor de la central sindical”.  En efecto, desde el lejano año de 1920 en que por la primera vez los laboristas apoyaron su candidatura presidencial, Obregón observó una actitud no amistosa sino muy distante de esta corriente, teniendo como deliberado propósito, que no se fortaleciera.

            En su discurso de la Cámara, Lombardo dijo que si no se reformaba el artículo 83 la reacción “se va a levantar, como ya se ha levantado, con el objeto de aniquilar a la familia revolucionaria”. Morones, a su vez, se quejaba y denunciaba los continuos ataques de que eran objeto los sindicatos cromistas, así como la campaña ofensiva, que tachaba a la CROM como reaccionaria. Algunos de estos ataques provenían de las propias filas de los obregonistas, que se encontraban también descontentos por el liderazgo de Morones. “Si la CROM debe su vida a la Revolución, como tantas veces han dicho propios y extraños, entonces la CROM es una institución revolucionaria. De buena fe a cooperado, hasta donde ha sido posible que coopere, con los gobiernos revolucionarios”.

            En evidente referencia a Obregón, Morones ratificó que nunca fueron enemigos sino amigos sinceros que pudiera decirle la verdad antes de morir. El general Calles, ya sin la autoridad presidencial, reiteró que “cualquiera que sea el gobierno, pasados los momentos de apasionamiento, tendrá que pensar que no es posible retroceder, ñeque las conquistas que se han logrado en el terreno social son definitivas, están consumadas hay que tener fe en el porvenir, que los asuntos de carácter político están en orden secundario y que las finalidades que la organización obrera persigue, son una cosa más grande, esas son indestructibles”. En realidad, el obregonismo no estaba dispuesto a permitir la permanencia de las posiciones sociales y políticas que tenían los laboristas sino que propiamente habían llegado a su fin histórico pues estaban proyectando la constitución de otras fuerzas, instituciones y organizaciones que sustituirían al laborismo.

            “Debemos tener fe en el porvenir, en este país no puede haber gobiernos reaccionarios y no puede haberlos porque el pueblo no los consentirá”.

            “Esa es mi idea, ese es mi criterio, que los hombres que ocupan los puestos de administración no podrán nunca destruir a la organización obrera, ya que ésta representa una de las conquistas más preciadas de la Revolución”.

            En el marco de la IX Convención, Lombardo Toledano rechazó las acusaciones de los obregonistas en el sentido de una supuesta autoría en  el asesinato del divisionario. Dijo Lombardo que esos eran “ataques infundados, producidos por elementos no revolucionarios”. Revirtió las imputaciones en contra de los obregonistas a quienes hizo notar la grave corrupción en que habían incurrido. En la Convención se presentaron múltiples quejas en contra de la política de Emilio Portes Gil que, en la práctica, actuaban como enemigos de a CROM. Estas denuncias de los delegados contrastaban, desde luego con el discurso de Calles en el sentido de que ningún gobierno revolucionario podría atentar en contra de las organizaciones sindicales. Pero la realidad era muy distinta: Portes Gil se trataba de cobrar viejos agravios y ahora trataba de desbaratar a la organización como tal.

            Las resoluciones aprobadas, representaban una declaratoria de guerra en contra del Presidente Provisional: todos los miembros de la CROM y del partido Laborista que ocupaban cargos en la administración pública renunciaban a ella. Protestó en contra del proyecto de Ley Federal del Trabajo porque “suspende las garantías individuales a los obreros cuando el Poder Ejecutivo lo estime conveniente, porque ataca la libertad sindical al exigir a las agrupaciones sindicales el sometimiento total, porque sólo reconoce el derecho de huelga únicamente cuando ésta es lícita a juicio de las autoridades laborales”.

De una manera categórica, la CROM se “declara sin ligas con el gobierno actual”. La central pasaba a la oposición lo que demostraba, por un lado, que era ingenua la relación establecida por Morones con Calles en el sentido de respetar las posiciones conquistadas y de que calles pretendía organizar una nueva correlación de las fuerzas políticas.

            La CROM en su primera etapa, de 1918 a 1923 sobre todo se dedicó a organizar decenas de sindicatos de empresa, de oficio, entre los trabajadores mineros, ferrocarrileros, portuarios, textiles, maestros, transportistas, tratando de consolidar su organización a nivel nacional. Cuando en 1924 se inició el gobierno de Calles, la central obrera ya tenía una presencia en a mayoría de as entidades federativas y se comenzaron a organizar las Federaciones Nacionales, destacándose la de los obreros textiles, portuarios, petroleros, maestros, trabajadores de artes graficas, ferrocarrileros y actores y después apareció la de panaderos que no logró consolidarse. Era una auténtica organización nacional, la más grande, numerosa, representativa, tenía además, cientos de sindicatos de empresa, de oficios; federaciones regionales, confederaciones estatales y a la manera de aportes consultivos se formaron Consejos Confedérales en cada estado.

            Desde el punto de vista de su estructura, la base de la Confederación era el sindicato de oficio o d empresa; después el conjunto de sindicato de la misma rama industrial formaba una federación; al conjunto de federaciones, a su vez constituía la Confederación del Estado. En la cúspide se encontraba el Comité Central; el máximo órgano era la Convención que durante una etapa se reunían cada dos años, pero después a raíz del asesinato de Obregón se amplió ese plazo. Después, para involucrar más a los dirigentes estatales y regionales en la toma de decisiones se creó el Consejo Nacional, que se reunía en la Ciudad de México cada seis meses. Tanto los sindicatos,  como las federaciones y Confederaciones eran autónomos en su régimen interno, en lo concerniente a la aplicación de sus acuerdos y resoluciones, en cada una de sus jurisdicciones.

            En cierta medida, el Consejo Nacional le restó capacidad de decisión política al Comité Central, que en una primera etapa estaba compuesto por un secretario general y por otra tres secretarios; después este número se amplió para incorporar a él a los dirigentes de las Federaciones Nacionales. También implicó una disminución de la autoridad política y social que tenía Morones. La autonomía de las federaciones y Confederación se redujo con el paso del tiempo pues se acordó que para estallar una huelga debería acordarlo primero con el Comité Central.

            La CROM fue desde el punto de vista sociológico una organización en la que predominaron los obreros fabriles y dentro de ella el sector más importante, los trabajadores textiles, que incluso constituyeron una Federación Nacional. Se trata siempre de  de que estas federaciones no surgieran en forma artificiosa sino que lo hicieran sobre bases reales, es decir, que se sustentaran en sindicatos realmente existentes que fueran de verdad representativos, pero hubo una Federación que como los ferrocarrileros jamás reunió estas características pues existía en este sector del proletariado una multiplicidad de agrupaciones, algunas de ellas autocalificadas como autónomas y otras influidas por miembros del Partido Comunista.

                       Una de las primeras conquistas de la CROM fue la de lograr múltiples contratos colectivos de trabajo tanto a nivel de empresa como a escala nacional por lo que le canceló la vía de la llamada contratación individual que tanto beneficiaba a los patrones. El sindicato que era mayoritario es el único titular de los derechos de todos los trabajadores, incluyendo los de las minorías. La firma de contrato colectivo por rama, como fue por ejemplo, el de la industria textil, permitió uniformar no solo las condiciones de trabajo en todas las factorías sino también los salarios y las demás prestaciones. Se procedió a organizar también a los técnicos y profesionistas, a los llamados obreros intelectuales, igualándolos en derechos con los trabajadores manuales.

            Otra importante aportación fue la relativa a la reglamentación del artículo 123 de la Constitución de 1917. En efecto, la central obrera, tanto por conducto de sus representantes en el Congreso de la Unión como por medio de las instancias del poder Ejecutivo, contribuyeron a precisar y concretar algunos ordenamientos legales de carácter general que precisamente por su generalidad no se podían aplicar. Así, se procedieron a reglamentar la jornada de trabajo, los tipos de salarios, los pagos por concepto de jubilaciones e indemnizaciones a la incapacidad a enfermos, el reparto de utilidades, el derecho de asociación sindical, el de huelga, entre otros.

            Desde el punto de vista geográfico, la CROM tenía sindicatos en prácticamente todas las entidades federativas, pero solo en 12 tenía federaciones. Los estados en los cuales se expresó la mayor  fuerza fueron Puebla, Veracruz, Tlaxcala, Distrito Federal, Estado de México, Michoacán, Hidalgo, Coahuila, zacatecas, Baja California Norte, Sonora, Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua, Durango, Colima, Aguascalientes, Nuevo León, Yucatán, Chiapas, si bien su grado de representación social,  su nivel de sindicalización y de representación social y política era o fue muy desigual.

            Es posible distinguir tres grandes etapas: 1918 a 1923 es la de formación de cientos de sindicatos de empresa y de oficio; de 1924 a 1928 el periodo de fortalecimiento pues aparecieron las grandes federaciones nacionales de industria, se suscribieron los contratos colectivos de trabajo más significativos y por lo tanto su alianza al más alto grado de sindicalización y de influencia en la política nacional; de 1918 a 1933, existe un periodo de crisis en la que muchos sindicatos y federaciones abandonaron a la central obrera, presentándose dos grandes divisiones, una en el Distrito Federal que encabezó Alfredo Pérez Medina y otra la que dirigió Vicente Lombardo Toledano, que tuvo repercusiones en toda la estructura nacional. Además, ya para el año de 1933 muchos dirigentes nacionales, estatales y locales habían sido expulsados o sancionados y muchos sindicatos habían dejado de tener vida propia y solo existían como registros formales.

            Si continuamos con esta periodización es preciso afirmar que en la primera etapa la estructura social, política y administrativa de la CROM estaba muy simplificada y era muy flexible; en la segunda, esta estructura creció en forma considerable pues además de la secretaría del Comité Central se crearon varios departamentos y se constituyeron otras instancias y en la segunda se observa una declinación de esa estructura tanto por la insuficiencia de recursos económicos como por la deserción de muchos de sus sindicatos y afiliados y la reducción de sus representaciones en los cargos públicos.

Desde el punto de vista de su integración social, en la CROM predominaban los obreros industriales, en tanto que el sector minoritario fueron los campesinos, tenían además cooperativas, cajas de ahorro, sociedades mutualistas y otras instituciones sociales. En el campo, se dedicó a organizar a los núcleos que solicitaban el reparto de haciendas y de latifundios pero en cambio desdeño la formación de organizaciones gremiales entre los trabajadores agrícolas.

La CROM surgió como una organización sindical en la que, desde el punto de vista ideológico, coexistían trabajadores de orientación sindicalista, comunista y anarquista pero a partir de 1922 estos últimos se autoexcluyeron para incorporarse a la CGT pero algunos comunistas siguieron militando en sus filas hasta el año de 1929 en que pasaron a formar parte de la CSUM. De 1919 a 1922 había un clima de tolerancia y de respeto hacia todas esas posturas pues las discrepancias se procesaban en el seno de las Convenciones Nacionales y estatales y en otras instancias, pero después se pasó a una línea de confrontación de bloques cerrada, lucha que al final culminó con el total dominio de los elementos sindicalistas.

La CROM  creó su instrumento para actuar en el escenario de la política nacional: el Partido Laborista, el cual tuvo su mayor grado de representación en el gobierno federal y en los gobiernos de los estados en el periodo de 1922 a 1924 pero a raíz de la crisis provocada por el asesinato de Obregón declinó de una manera súbita y notable su poder y ante el surgimiento del PNR devino en una agrupación política marginal. Sin embargo, debemos precisar que este partido fue un partido obrero en su composición social pues estaba integrado básicamente por trabajadores de la ciudad y del campo. El Partido Laborista estaba de hecho supeditado a los intereses de la CROM, a su salvaguarda y protección, pero no fue un partido socialista en el sentido estricto del término.

Por medio del Partido Laborista, los sindicatos impulsaron una serie de alianzas políticas a nivel nacional con Obregón y Calles básicamente y a nivel de las entidades federativas con múltiples gobernadores y fue durante un breve tiempo el partido hegemónico en el Distrito Federal. Los laboristas nunca, actuaron por separado en la conquista  por los cargos de representación popular sino siempre realizaron pactos y acuerdos con otros partidos, como el Nacional Agrarista, aunque la mayor parte de los compromisos programáticos suscritos con ellos, no implicaba la realización de cambios profundos en la estructura económica y social del país.

En dos entidades federativas se implantó desde 1918 la CROM: Veracruz y Puebla. Su principal base social fueron los trabajadores textiles. En esas entidades se conformaron acaso las confederaciones más fuertes y representativas y las federaciones más grandes y combativas: la de la región de Orizaba y de Atlixco. En ella se concentraron un gran poder social y político y una lucha tenaz, intensa, fructífera, que hizo que se impusieran los mejores contratos colectivos de trabajo y probablemente algunos de los salarios y prestaciones más altos que había en la república mexicana.

La CROM hincó sus raíces en la gran tenencia sindicalista y fabril que venía desde el siglo XIX y contribuyó a superar las viejas sociedades mutualistas, en auténticas estructuras gremiales, disciplinadas, centralizadas, con un alto grado de eficacia en el desarrollo de sus actividades.

Aun en la etapa de 1928 a 1933, que fue la de la declinación y de las grandes escisiones, esas estructuras sindicales se mantuvieron firmes lo que indicó que sus bases eran muy sólidas porque estaban profundamente arraigadas. Las Confederaciones y las Federaciones pasaron de ser aparatos ágiles de combate y de resistencia hacia los patrones, en verdaderas instituciones administrativas que después prefirieron las vías de la conciliación y del entendimiento y que se dedican a regular las relaciones obreras patronales y a administrar los contratos colectivos. En la medida en que los sindicatos y las federaciones, las confederaciones se hicieron  más grandes y complejas, muchos de sus dirigentes olvidaron sus concepciones socialistas y obreristas y aminoraron la lucha por nuevas conquistas económicas y sociales. El sindicalismo, así concebido y así practicado, nunca rebasó la limitación que el propio sistema capitalista les imponía porque sus líderes más visibles nunca se propusieron hacerlo.

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